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Lecciones de química" de
Bonnie Garmus es una de esas novelas que en cierto momento se convierten en lectura obligatoria por imposición de una intensa campaña de publicidad que genera la sensación de que todo el mundo la está leyendo y recomendando y transmite la sensación de que no la puedes dejar de leer si no quieres sentirte fuera de juego o, cuanto menos, satisfacer la curiosidad por descubrir el secreto que ha conquistado a tantos lectores. Lo que comienza con un estilo ligero y casi humorístico pronto se transforma en una seria recreación de la difícil vida de Elizabeth Zott y su empecinamiento por hacerse reconocer como la inteligente y valiosa científica que es, antes de que las circunstancias la convirtieran en una popular presentadora de un programa televisivo de cocina.
Los años 50 en California no fueron una buena época para que una mujer inteligente y encima muy bella, fuera valorada por su trabajo y su capacidad profesional. Elizabeth debe enfrentarse al paternalismo, al machismo y a las convenciones del momento que pretenden relegar a las mujeres al ámbito del hogar y la cocina y al papel de madre y esposa, limitadas al cuidado de su familia olvidando sus aspiraciones profesionales y anhelos de independencia económica, algo a lo que Elizabeth se niega rotundamente.
Su romance con Calvin Evans, genio de la química y frecuente candidato al premio Nobel supone una apasionada e inesperada relación de igual a igual pero que resulta mal vista por los envidiosos compañeros del laboratorio en el que ambos trabajan y donde Elizabeth es minusvalorada, despreciada, envidiada y ninguneada, reducida a tareas auxiliares ya que no se concibe que una mujer pueda encabezar un proyecto de investigación.
Los avatates de la vida la llevan a convertirse en madre soltera, ser despedida del laboratorio después de que sus investigaciones sean publicadas por un hombre y finalmente terminar presentando un programa de cocina en televisión desde el que anima a las mujeres a mostrar su valía, hacerse reconocer sus auténticas capacidades y, sobre todo, entender que la química es capaz de explicar el mundo.
"La química es inseparable de la vida; la química, por su propia definición, es vida. Pero, al igual que este pastel suyo, la vida requiere de una base sólida. En su hogar, esa base son ustedes. Sobre ustedes recae esa enorme responsabilidad, esa labor que aun siendo la más infravalorada del mundo, lo amalgama todo.
Algunas de las mujeres presentes en el estudio asintieron con la cabeza enérgicamente".
A lo largo de la historia, basándose en su fe ciega en la capacidad de la ciencia de explicarlo todo, Elizabeth operará, sin ella buscarlo, cambios drásticos en todos aquellos que la frecuentan: su productor, su vecina y amiga, su portentosa hija, Pero fundamentalmente, resultará inspiradora para las miles de mujeres que siguen su programa diariamente para las que se convierte en una especie de heroína que les hace avistar, gracias a la ventana que Elizabeth les abre desde sus televisores, que todo un mundo de posibilidades se les está siendo negado.
"No dejen que su talento permanezca latente, queridas espectadoras. Creen su propio futuro. Cuando regresen a casa hoy, pregúntense qué van a cambiar. Y luego pongan manos a la obra."
El tono de la novela resulta humorístico gracias principalmente a la incapacidad de Elizabeth para comprender y aceptar la realidad social en la que se mueve, su formalidad y seriedad no entienden de ironía ni falsedad por lo que va por el mundo diciendo lo que piensa sin importarle los convencionalismos; no comprende el significado de la palabra divertido pero justo por eso su comportamiento da lugar a situaciones cómicas. Pero ello no quita para que al mismo tiempo el libro se adentre en asuntos de mucha gravedad, que denuncie el machismo, la desigualdad, los abusos de poder y la cerrazón de mentes. No diría yo se trate de una lectura obligatoria pero sí que la consideraría altamente recomendable.