Los protagonistas de la aventura que aquí nos ocupan se embarcan en 1803 en la complicada misión de llevar la vacuna de la viruela, la más temible enfermedad de aquellos siglos causa de las mayores mortandades conocidas por la Humanidad, más allá de las fronteras de la península, hasta los confines del imperio español para extender su aplicación por las colonias americanas y hasta las Filipinas. La única manera conocida por entonces de transportar el remedio era mediante personas infectadas, pasando el fluído de una persona vacunada directamente hasta otra antes de que los leves síntomas de la infección causados en el vacunado desaparecieran. Para ello era necesario hacerse con un pasaje formado por niños, huérfanos en su mayoría o bien entregados por sus míseras familias a cambio de una ayuda económica a los que irían infectando con la vacuna para preservar el fluído durante todo el viaje. El cargamento de niños irá acompañado por Isabel Zendal, la principal protagonista de la novela, una valiente y decidida mujer que se ocupará de ellos como si de sus propios hijos se tratara, y viajarán bajo el mando del responsable de la expedición, el doctor Xavier Balmis y su ayudante Josep Salvany con los que realizarán una travesía llena de avatares que les llevará a distintas colonias americanas por mar y tierra y acabando en Filipinas, recorrido a lo largo del cual en general serán recibidos con grandes honores y atendidos por gobernantes deseosos de recibir la vacuna entre su población, pero también en otras muchas ocasiones no serán reconocidos ni respetados como emisarios reales debido a conflictos de intereses, maniobras de los gobernantes de ultramar y otros problemas que harán de lo que debía ser una magna campaña humanística un complicado viaje lleno de sufrimientos y luchas contra los elementos y los hombres.
La figura del rey Carlos IV, promotor y valedor de esta campaña, es representado en la novela como un monarca ilustrado que trata de hacer llegar al pueblo los avances de su siglo, un hombre con buenas intenciones renovadoras pero que debe enfrentarse al derrumbe del imperio, aquel en el que no se ponía el sol, pero que ahora se ve amenazado, no sólo por la invasión de los vecinos franceses, sino por las rebeliones de las colonias que ansían su independencia. Todos estos problemas políticos le obligan a dirigir sus esfuerzos hacia unos temas más acuciantes que los que requerirían sus íntimos intereses de poner su reino a la altura de los estados más modernos y avanzados del continente. De todo esto resulta que la trascendencia de lo que debería haber sido una gran hazaña médica y científica de relieve internacional quedara oscurecida por otros hechos históricos, como bien dice el propio monarca:
"Ha sido una empresa prodigiosa, de la que me honra haber sido valedor. Quizás no sea nunca recordado por ello, porque los hombres recuerdan más fácilmente los hechos de guerra y los comadreos de alcoba que las gestas en favor de la humanidad..."