viernes, 29 de enero de 2010

Anatomía de un instante


El 23 de febrero de 1981 yo tenía 10 años y me encontraba en mi clase de ballet a la hora en que el Congreso se veía asaltado por unos guardias civiles y se montaba un lío tremendo al que yo, al igual que la mayoría de niños de la época, fuimos bastante ajenos. En esos tiempos no era muy común que los padres comentaran ese tipo de temas con los pequeños de la casa, por lo que en aquel momento lo único que yo tenía claro es que habíamos conseguido tener un día sin cole. Lo que sí que fue extraordinario es que ese día la tele estuvo emitiendo más allá de su horario habitual (muchos no sabrán ni lo que era la carta de ajuste ni lo que suponía tener sólo dos canales para elegir) Recuerdo que en la mañana de 24 el televisor de la cocina estaba encendido mientras desayunábamos, los niños estábamos entusiasmados ante esa magnífica novedad, aunque sospecho que mis padres tenían más interés en seguir al minuto el devenir de la última hora en torno al golpe que en disfrutar de los dibujos animados que acompañaron al Colacao en aquella lejana mañana.

Y ahora, tantos años después me encuentro con un libro (otro más) sobre la efemérides, "Anatomía de un instante" de Javier Cercas, al que no le voy a negar la profundidad del estudio que realiza de las horas en que el Congreso estuvo secuestrado y como va y vuelve en el tiempo a los factores que fraguaron el golpe, los motivos de unos y las posturas de otros, abundando en datos e informaciones muy dignas de tener en cuenta.

Pero no me convence el esfuerzo que hace en dejar en mal lugar la figura de Adolfo Suárez, tanto políticamente como a nivel personal. Si bien casi me molesta más lo primero, ya que en ningún caso me interesa que las personas dedicadas a los asuntos públicos sean auténticos héroes una vez que vuelven a su casa tras un largo día de trabajo, no me molesta que sean ambiciosos (que tampoco es malo) ni que tengan más o menos carisma popular (de poco nos sirven las estrellas glamurosas a la hora de sacar adelante un país) Observo en Cercas una animadversión personal contra Suárez, un interés por descalificarlo constantemente tildándolo de chisgarabís, provinciano y otros tantos epítetos cargados de desprecio hacia su persona.

Suárez ha sido para mí un personaje fundamental en los años de la transición, el artífice de los más grandes cambios sufridos en este país en el menor tiempo posible, el que estaba ahí cuando se legalizaron los partidos políticos, cuando se realizaron las primeras elecciones democráticas y todo lo demás que ocurrió en aquellos años. ¿Es posible que alguno otro lo podría haber hecho mucho mejor, que él no era, ni mucho menos el político más inteligente, el más adecuado, el mejor preparado, el que más había luchado contra el régimen anterior? Es probable que así sea, pero lo cierto es que fue él el que lo hizo, el que estaba allí, al que el Rey eligió para esa tarea y la cumplió con creces. Que su estrella se apagó casi tan velozmente como había ascendido es cierto; que no llegó a ninguna parte con ninguno de los partidos que creó, tal vez porque ni siquiera eran tales partidos, sino grupos de personas de muy distinto origen y obejetivos metidos a políticos con mejor o peor intención de tocar poder y participar en la vida pública, también es verdad; que le hicieron el vacío tan pronto como pudieron y le forzaron a abandonar ese mundo cuando también el electorado se olvidó de él en las siguientes elecciones celebradas. Todo eso es cierto, su final político no fue, ni mucho menos, brillante, pero no podemos negarle su papel, que él fue el que estuvo allí, que él fue el que lo hizo, mejor o peor, pero dió paso a lo que hoy día es la democracia en España y, lo que es innegable, que él permaneció sentado en su escaño mientras el resto se escondía de los tiros y eso, al margen de lo demás, no se lo puede negar nadie.