lunes, 27 de octubre de 2014

El mundo de ayer. Memorias de un europeo.

Existen autores, como es el caso del grandioso Stefan Zweig, cuya vida personal es tan intensa, interesante y atractiva como para darle sobrado contenido a toda una obra literaria. Y es que sin necesidad de novelar demasiado sus vivencias, sin añadirles excesivas florituras ni ahondar en los aspectos más personales de su intimidad, sus recuerdos, vivencias y apreciaciones sobre la sociedad, cultura y política de la primera mitad del siglo XX ya suponen de por sí argumentos suficientemente interesantes. Es por ello que el autor austriaco decidió escribir su biografía vital, sus reflexiones sobre el mundo que le tocó vivir y la tituló así, "El mundo de ayer. Memorias de un europeo". Porque junto a su faceta de novelista y biógrafo de altísimo nivel, Zweig vivió en primera línea los grandes sucesos de la Europa del último siglo y en esta obra desgrana sus recuerdos desde lo que era la Viena de su infancia y primera juventud, realiza un retrato del antiguo imperio austriaco y de todo el viejo continente centroeuropeo para, a continuación, relatar el final de todo aquello, contarnos cómo las dos grandes guerras cambiaron ese panorama y acabaron con la inocencia y la seguridad en la que vivían los burgueses europeos de las grandes naciones occidentales, pulverizaron la tranquilidad, la estructura social que había parecido inamovible y que había permanecido intacta durante siglos.

Con la excusa de repasar su propia vida, el autor despliega todo un ensayo en el que entrelaza sus propios recuerdos personales con el análisis de esa sociedad europea que conoció en su infancia y juventud, analizando la manera en que la esencia del hombre europeo basado en unas normas antiguas, en una vocación hacia la cultura, el arte, el humanismo e incluso la inocencia con la que veían el mundo, la fe irreductible en el progreso y, sobre todo, el sentimiento de europeidad, el saberse ciudadanos cosmopolitas, hermanados con los demás miembros de una gran sociedad europea avanzada, todo eso desaparece con las guerras, con la Primera, que fue el despertar de un feliz sueño, y, de manera especial, con la Segunda, con su inconmensurable deshumanización y crueldad.

En los recuerdos de su primera juventud, Zweig rememorará sus tiempos de niño en la pacífica y culta Viena, donde crecían los jóvenes de entonces rodeados de música, literatura y espíritu artístico. Tal vez sea la suya una visión idealizada de la juventud acomodada de la época alrededor de la cual el mundo era perfecto y las aspiraciones culturales y humanistas del alma burguesa eran plenamente satisfechas. Impulsado por su afán de conocer de cerca a sus hermanos europeos, pasa a rememorar sus frecuentes viajes, el París de su juventud, un paraíso de libertad y fraternidad, sin distinciones de clases, contraponíendolo con lo frío que le resultó el ambiente de Londres en todos los aspectos, y donde no acabó de encajar. Estos viajes suyos por Europa están plagados de encuentros, amistades y relaciones con enormes figuras de la época, como el poeta Rilke, el escultor Rodin, su amistad Richard Strauss o con Sigmund Freud y a ello une su pasión coleccionista de objetos que pertenecieron a las grandes figuras de la literatura y el arte. Viajero infatigable, se encuentra tan cómodo en Alemania como en Italia, en Francia o en Bélgica como en su amada Austria. No son las suyas tanto unas memorias de hechos y datos como de filosofía humanista, de análisis de las corrientes de pensamiento, de sentimientos y reflexiones sobre la naturaleza humana, la sociedad y la cultura europeas y su evolución a lo largo del siglo XX. No debemos esperar encontrar en esta obra demasiada información personal ni familiar, apenas unos comentarios sobre su relación con su padre o un asomo de ternura hacia su madre en sus últimos días de vida, apenas unas menciones a sus esposas, prácticamente invisibles. El autor limita su relato a su actividad profesional, cultural y artística, describiendo con gran detalle y profundidad sus relaciones o conversaciones con multitud de figuras y personajes públicos de aquellos años.

Finalmente, cuando los nacionalismos y en especial el nacionalsocialismo arruinan el sueño de una gran Europa hermanada por el progreso y la cultura, mientras que muchos aún vivían en la ignorancia o en el optimismo de considerar que la revolución en Rusia sería flor de un día o de que Hitler no supondría un peligro real para la paz europea, Zweig, gran defensor del pacifismo y de la libertad individual, ya desposeído de su nacionalidad tras la caída de Austria a manos de Alemania, obligado a huir de su país y viendo desaparecer aquel Mundo de ayer que ya sabe que nunca volverá, cae en un profundo sufrimiento al convertirse en apátrida, se refugia en Inglaterra desde donde su visión del futuro es eminentemente pesimista, y no sin razón. Sin embargo y a pesar de ello, querría destacar las últimas líneas de este libro que dejan entrever un cierto asomo de positivismo, de testimonio, al menos, de una vida aprovechada hasta el máximo, de una existencia que ha merecido la pena ser vivida.
"Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad."
Poco después de escribir esta obra, y viendo el triunfo del horror en la guerra mundial, el autor, desilusionado y alejado de su patria, sin esperanzas en la recuperación de aquel mundo de ayer que tanto añoraba, se suicidaría en su casa de Brasil junto a su segunda esposa. Sus últimas palabras fueron para sus amigos y demuestran el oscuro espíritu que se cernía sobre él en aquellos postreros momentos:
"Saludo a todos mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí"
Dejo aquí un enlace, a modo de epílogo, en el que se habla de los últimos días de Stefan Zweig y que me ha resultado un buen complemento a esta lectura que tanto me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza humana, la identidad europea y el poder de la cultura humanista frente a la barbarie.


lunes, 20 de octubre de 2014

Te prometo un imperio

No es algo premeditado por mi parte, pero compruebo que una gran parte de las novelas que leo en los últimos tiempos transcurren temporalmente en los alrededores de las dos grandes guerras mundiales. Entiendo que la primera mitad del siglo XX es un escenario sin par para contar historias humanas particulares y plasmar retratos de toda una sociedad, la de la Europa occidental, que resulta absolutamente cautivadora para muchos escritores y, por supuesto, para muchísimos lectores. Pues nuevamente, por tanto, me encuentro con una versión de los hechos, con una mirada a la segunda Guerra Mundial, esta vez de la mano de Juan Vilches que en esta novela "Te prometo un imperio" traza un cuadro costumbrista del Madrid de los años 40, recién finalizada la Guerra Civil y lo contrapone con el fastuoso entorno de lujo y elegancia de unos personajes mundanos y cosmopolitas como son los duques de Windsor, de visita fugaz por nuestro país.

Es por (casi) todos conocida la fascinante historia amor que conmovió al mundo protagonizada por todo un rey de Inglaterra que renunció al trono por el amor de Wallis Simpson, una americana divorciada y en nada estimada ni por los políticos y por el pueblo británico, pero que, sin embargo, fue lo suficientemente poderosa como para hacer que Eduardo VIII renunciara a su corona y a todos su privilegio por permanecer a su lado. El relato está salpicado con multitud de datos históricos, documentado profusamente sobre avatares de la muy popular pareja cuya historia fue minuciosamente seguida por la prensa de la época, tanto en Europa como en Estados Unidos. La misma noche de un tormentoso mes junio de 1940 en el que los duques de Windsor, acompañados de un reducido séquito, llegan al hotel Ritz de Madrid, procedentes de la Costa azul francesa y huyendo del ambiente bélico de la Francia ocupada por los alemanes, es asesinado el mayor Siclair, asistente de campo del duque. La investigación del asesinato se le asigna al veterano comisario Fontecha que tendrá que colaborar forzosamente con el capitán Arturo Sotomayor, enviado por el ejército a investigar igualmente el suceso, dada la categoría militar del asesinado y la delicada posición diplomática en que queda el país al tratarse de un empleado directo de una personalidad como es el duque de Windsor. Ambos investigadores se ven obligados a apoyarse mutuamente, sin acabar de fiarse el uno del otro.

Con pocas pistas a su disposición y la dificultad añadida de no incomodar a los ilustres implicados en el caso, el trabajo de los detectives se hace difícil. La peculiar situación de Eduardo en España tampoco ayuda mucho: no se le considera representante oficial de su país, la embajada británica no quiere que se le trate como una visita oficial ni como representante de su monarquía, pero al fin y al cabo, Eduardo ha sido rey y la población de Madrid y su prensa lo acogen como tal. Mientras el asesinato se mantiene en secreto para la opinión pública, los Windsor son agasajados por la alta sociedad local con cenas y bailes en su honor. Destaca sobremanera los vívidos retratos que de Eduardo y Wallis se realizan en la novela, lo detallado tanto de la figura magnéticamente atractiva de la duquesa, centro de cualquier reunión social e incansable intrigante política, como de la elegancia innata y simpatía siempre cordial del duque que, sin embargo, queda como un pelele en manos de su maquinadora esposa, además de demostrar poco acierto en sus previsiones y análisis políticos sobre la figura de Hitler, el desarrollo de la guerra y tantos otros asuntos. Son ambos, en fin, un par de estrellas rutilantes que conquistan a la gris sociedad madrileña en las oscuras horas de los primeros años de la posguerra, por lo que les otorgan a los duques una atención digna de auténticos reyes.

El relato está plagado de "secundarios de lujo", desde Franco, su cuñado Serrano Suñer, numerosos ministros como Beigbeder o embajadores, destacando el británico Hoare, Winston Churchill, los reyes de Inglaterra y el mismísimo Hitler desfilan por la novela tanto en tiempo presente como protagonizando las constantes evocaciones del pasado en las que Eduardo recuerda sus felices tiempos de Príncipe heredero o ya coronado rey, trazando un fresco muy completo de la época previa a la guerra y de los primeros años de la contienda. La trama de la investigación policial, que en teoría es el centro de la novela, va algo lenta en ocasiones, no es ni mucho menos un relato trepidante, sino que con frecuencia se detiene en reiteraciones y repasos algo innecesarios de los hechos comprobados, las pistas recopiladas, etc, pero al ir alternándose la investigación con los detalles de la vida privada de los duques, con las intrigas políticas trazadas a su alrededor, el papel de España frente a las distintas potencias en la guerra mundial, la actuación de servicios secretos y demás temas paralelos, se salva de resultar en exceso pesada, aunque no diría yo que no le sobre algo de extensión a la novela. El desenlace, sin embargo, sí que es sorpresivo y la historia resulta muy bien rematada.

A fin de cuentas, diría que se trata de una buena novela histórica con una interesante trama política como base y que se lee con agrado, acercándonos mucho a unas figuras cuyas vidas quedarán tan reflejadas en las páginas de sociedad como en los libros de Historia, pero que no dejan de resultar apasionantes.

lunes, 13 de octubre de 2014

Me hallará la muerte

Hacía mucho tiempo que no leía nada de Juan Manuel de Prada de quien guardaba buen recuerdo, aunque ya algo difuso, de libros anteriores. Con esta última novela "Me hallará la muerte" me he reencontrado con su estilo rico e intensamente descriptivo, con su sorprendente adjetivación y con su forma de escribir que podríamos decir que se encuentra en las antípodas del minimalismo.

En el libro que nos ocupa, el protagonista, Antonio Expósito, es un joven sin oficio, familia ni futuro, un maleante de medio pelo que malvive en el Madrid de los crudos años de la posguerra del trapicheo, el hurto y demás triquiñuelas. Cuando su último golpe fracasa y acaba matando a un hombre, Antonio se ve obligado a huir y no se le ocurre mejor opción que alistarse para luchar en la División Azul y marchar al frente ruso en plena guerra mundial. Allí encontrará a tantos otros jóvenes que se han alistado como él, para huir de una condena o de una vida mísera, razones mucho más prosaicas, sin duda, que el patriotismo y el fanatismo ideológico de los que les arengan a luchar contra el comunismo sin moverse de sus cómodos sillones; todos ellos huyen hacia la guerra, a expiar sus culpas bajo la promesa de que “un valiente no le debe nada a nadie”. Allí, en el campo de batalla, tratarán de obtener una gloria que limpie su pasado y descubrirán un código de honor que no existe en la vida civil. En Rusia Antonio conocerá a Gabriel Mendoza, su oficial al mando, tal vez el único hombre íntegro y leal a sus ideales en muchos kilómetros a la redonda. Tras pasar enormes desgracias en la guerra y como prisionero de los rusos, Antonio regresará a España donde se debatirá entre asumir una nueva vida, una nueva identidad que promete ser brillante, o recuperar lo más preciado que abandonó al marchar: una mujer que aún le quita el sueño. No tardará en comprobar que cuando una mentira se pone en marcha es difícil de parar, crece como una bola de nieve arrastrando todo a su paso.

Destacar, como es habitual en el autor, el vocabulario riquísimo y cultivado que emplea a todo lo largo del relato, con numerosos vocablos y expresiones castizas y anticuadas, de jergas diversas y culturismos en ocasiones desfasados, pero que crean unas potentes imágenes con unas descripciones acertadísimas plagadas de metáforas que densifican la lectura, la cargan de matices, transmiten las sensaciones con más agudeza, llevándote a leer con algo más detenimiento, desviando en ocasiones la atención del fondo de lo que se lee a la forma en la que está escrito. Reconozco que me ha costado seguir adelante muchas veces, que no es una novela que se pueda leer a la ligera, que no es una lectura fácil, sino de las que requieren tiempo y dedicación. Y esa riqueza lo mismo puede resultar de agradecer por la calidad de la prosa que convertirse en una rémora que ralentice la lectura, dependerá seguramente del ánimo y el humor del lector y de lo que conecte con la historia y sus personajes.

Lo que sí logra De Prada es trasladarnos a los mismísimos paisajes fríos y desolados de Rusia que dibuja con sus crudas descripciones del campo de batalla y del ambiente desesperado de los que saben que están perdiendo la guerra y, para más inri, entregando sus vidas por una causa que no es la suya. El cuadro que realiza de la guerra es desgarrador, muestra la inutilidad de esta, el desperdicio de vidas que supone, la crueldad de las muertes en el campo de batalla. Abundan las escenas cargadas de deshumanización y odio también en los campos de prisioneros que se me han hecho muy complicadas de leer por su crudeza, al tiempo que me mantenían enganchada por su viveza y realismo. Por lo que se refiere a su retrato de la sociedad madrileña de los años de la posguerra, refleja un ambiente sofocante y sórdido, cargado de tristeza y miseria económica y moral. 
"una ciudad demasiado angosta para los sueños, demasiado aturdida de ambiciones y banalidad"
Una imagen crudamente realista y excesivamente pesimista y chusca de aquellos años de escasez y penurias, de supervivientes, maleantes y buscavidas, de hipocresía de los que sustituyen la ideología y los principios por el arribismo y la falsa moral. Demasiadas sombras y pocos elementos positivos en esta España que nos propone De Prada.

Una lectura, en fin, no apta para todos, no adecuada para quien busque una lectura de evasión y relajo pero sí para quien quiera disfrutar de una prosa riquísima, de una magnífica pluma que, por eso mismo, escarba demasiado hondo, tal vez, en la naturaleza de las personas. Un magnífico envoltorio para un contenido más bien triste con una visión excesivamente pesimista de la especie humana.

lunes, 6 de octubre de 2014

Legado en los huesos

Regresa Dolores Redondo con su segunda entrega de la Trilogía de Baztán "Legado en los huesos" en la que, no es que se mantenga el tono, el ambiente, la caracterización de los personajes; es que nos encontramos exactamente con lo mismo que nos ofreció en la primera novela. Y que no se tome esto como algo negativo, en absoluto, pero sí que es una advertencia para los que pretendan comenzar por esta novela para regresar después a la primera: ¡No lo hagan! Es preciso respetar el orden natural de la serie, ya que no son sino la misma historia dividida en distintos libros, cuya tercera parte, por cierto, no tardará en ver la luz. Aunque sería posible leer las novelas independientemente, sí que es recomendable haber pasado previamente por "El guardián invisible" y contar con la información de esa primera parte para continuar adecuadamente con la acción de esta segunda parte y comprender todos sus matices, conocer la evolución de los personajes y estar ya inmersos en esa atmósfera tan particular de los escenarios en los que se desarrolla la acción.

Nuevamente encontramos en esta novela cómo la autora mezcla con total soltura la mitología vasca, los aspectos esotéricos, iglesias profanadas y ritos misteriosos con los métodos analíticos de la policía navarra y el ambiente totalmente contemporáneo en el que se desenvuelven los personajes. Nuestra protagonista, la inspectora de la policía foral de Navarra Amaia Salazar, ha sido nombrada jefa de homicidios y se ve abrumada, además, con las peripecias propias de la crianza del recién nacido Ibai, con lo que tiene que compatibilizar, hasta donde le alcanzan las fuerzas, su faceta de profesional competente con las tareas de madre primeriza. Esta nueva experiencia de la maternidad llenará a la inspectora de nuevas sensaciones que le provocan sentimientos hasta ahora desconocidos, nuevos miedos que la poseen causados básicamente por la incertidumbre de no ser capaz de ocuparse de su hijo adecuadamente, la duda de parecerse mínimamente a lo que fue su propia madre para ella, que, como ya conocimos con anterioridad, es lo más alejado que podamos imaginar de una madre ejemplar. 

En su faceta profesional, Amaia se encuentra en el centro de varios casos aparentemente independientes de violencia doméstica con resultado de muerte pero que presentan elementos comunes que hasta el momento habían pasado por alto en las investigaciones llevadas a cabo por las distintas fuerzas: guardia civil, policías nacionales o autonómicas. La inspectora descubre que todos ellos tienen una conexión, con lo que se encuentra ante un caso de mayores dimensiones de lo que podría pensar. Y no sólo eso, sino que la propia Amaia se encuentra en el punto de mira del inductor en la sombra de todos esos asesinatos, que además la involucra a nivel personal y familiar, tratando de captar su atención de forma descarada, provocándola de algún modo para que se implique en los casos y descubra lo que se oculta detrás de los macabros asesinatos. 

Seguimos así a la inspectora Salazar, al ritmo acelerado que marca la novela, en ocasiones incluso trepidante, sin un minuto de respiro, y la acompañaremos en sus desplazamientos constantes entre Pamplona y Elizondo, por las sierras navarras, conduciendo bajo la lluvia o por las carreteras heladas, o cruzando campos embarrados, en un constante ir y venir tras la pista del retorcido criminal que la tienta a seguirle el rastro, que despierta sus fantasmas pasados y hasta trae a colación a sus propios antepasados y familiares en una historia que, como era de esperar, queda abierta para una última entrega que no nos queda más remedio que esperar con ansiedad, en la confianza de, por fin, nuestra ya querida Amaia pueda dar por cerrado este enrevesado caso que la obsesiona y la persigue. Ya queda menos para que llegue la tercera parte y esperemos que con ella tengamos la conclusión de este endemoniado caso.