Parece ser que Paloma Sánchez-Garnica ha encontrado su punto fuerte en contar historias dramáticas protagonizadas por mujeres emocionalmente maltratadas por la vida. Es bueno eso de encontrar el tono de tu escritura, descubrir lo que haces bien e incidir en ello. Y es que tanto en su anterior novela, gran éxito editorial y ahora convertida también en miniserie televisiva "La sonata del silencio" como en esta última, "Mi recuerdo es más fuerte que tu olvido", la autora maneja temas que, en otras manos, tal vez hubieran dado lugar a culebrones sentimentaloides, porque abundan en ellas los amores imposibles, los matrimonios desgraciados, los hijos ilegítimos, intensas historias de amor frustradas, abocadas al fracaso, amantes que tienen todo en su contra, incapaces de superar los impedimentos que les separan. Sin embargo, como digo, Sánchez-Garnica no se excede del drama para pasar al melodrama, lo que es, sinceramente, de agradecer.
En esta novela nos encontramos con una protagonista a la que se nos presenta desde niña: Carlota descubre muy pronto que su familia no es normal, las frecuentes ausencias de su padre, Clemente Balmaseda, del lado de su madre y de ella misma se deben a que éste tiene otra esposa y otros hijos, una familia "legal". Al margen de sorprenderla, este descubrimiento le lleva a preguntarse el porqué de la actitud de su madre que no hace sino permanecer en la sombra, sin pretender luchar por esa relación, asumiendo el papel de ser siempre "la otra", sin protestar ni rebelarse contra su destino. Cuando Clemente Balmaseda está al borde de la muerte pide ve a su hija Carlota, necesita sincerarse y contarle todo lo que ella ha desconocido siempre de la verdad de su relación con su madre. Lógicamente, los hijos y la esposa de Clemente tratan de evitar que ese encuentro se produzca, temiendo por las intenciones que puedan guiar a Carlota. Solamente Julia, la menor de los Balmaseda, se acerca a Carlota llevada por la curiosidad de conocer de cerca a esa hermana secreta que siempre fue un misterio para ella.
En esta novela nos encontramos con una protagonista a la que se nos presenta desde niña: Carlota descubre muy pronto que su familia no es normal, las frecuentes ausencias de su padre, Clemente Balmaseda, del lado de su madre y de ella misma se deben a que éste tiene otra esposa y otros hijos, una familia "legal". Al margen de sorprenderla, este descubrimiento le lleva a preguntarse el porqué de la actitud de su madre que no hace sino permanecer en la sombra, sin pretender luchar por esa relación, asumiendo el papel de ser siempre "la otra", sin protestar ni rebelarse contra su destino. Cuando Clemente Balmaseda está al borde de la muerte pide ve a su hija Carlota, necesita sincerarse y contarle todo lo que ella ha desconocido siempre de la verdad de su relación con su madre. Lógicamente, los hijos y la esposa de Clemente tratan de evitar que ese encuentro se produzca, temiendo por las intenciones que puedan guiar a Carlota. Solamente Julia, la menor de los Balmaseda, se acerca a Carlota llevada por la curiosidad de conocer de cerca a esa hermana secreta que siempre fue un misterio para ella.
Iremos de este modo conociendo cómo se fraguó la relación entre Clemente y la madre de Carlota y también el papel de la abuela Zenobia en esa intensa trama familiar. La autora retrata de manera muy visual escenarios y personajes, caracteres y relaciones personales. Con una prosa muy fluida y mediante diálogos veraces, nos va desgranando una narración cargada de sentimientos muy bien reflejados: el odio, la ira, la frustración, que forman un inmenso cúmulo de secretos y mentiras.
En mi opinión personal, la imagen de los años 50 que se extrae de la novela es excesivamente agria: hay un cierto exceso de esposos maltratadores y a su lado demasiadas esposas sumisas y calladas, vamos, que ni un matrimonio feliz cruza por las páginas de esta novela. Por otro lado, también refleja muy acertadamente la situación en la que en aquellos años se encontraban los hijos "bastardos" frente a la sociedad hipócrita y mojigata que los ignoraba y no reconocía sus derechos frente a los hijos nacidos del matrimonio. Tal vez el retrato de la época quede demasiado oscurecido, abunden los personajes grises cuando no directamente malvados y malintencionados. Eso es lo peor de los dramas: que nos muestran el lado peor de los personajes y nos dejan con el mal sabor de boca y la duda de saber si es que las malas personas superan en número y fuerza a las buenas, que es seguro, debe de haberlas y en abundancia en cualquier época y lugar, pero no en las novelas dramáticas, de no ser que asuman el papel de víctima.