La historia que se cuenta en la novela de Mercedes Pinto Maldonado tiene cierta originalidad, no lo negaré. Es la historia de un niño que es capaz de leer las mentes y los sentimientos de los demás y lo que este don le supone a la hora de convivir con los demás, porque, como él mismo sabe, todo el mundo tiene siempre un rincón en su mente o en su corazón en el que supuestamente nadie entra nunca, desde las mentiras piadosas hasta lo que fingimos para facilitar la convivencia con los vecinos, todo eso lo puede leer Víctor, lo que hace que no siempre sea una buena compañía ni a él mismo le guste necesariamente saber constantemente que ocultan los que le rodean, ni mucho menos sentir como propios los sufrimientos que padecen todos aquellos que se le acercan. Este niño diferente se convierte en un adulto que trata de ocultar su “don” y que busca la soledad para alejarse del tumulto que le supone encontrarse cerca de personas cuyas mentes puede leer como si fueran libros abiertos expuestos ante sus ojos.
El tema se acerca bastante al género fantástico aunque se ubique en un escenario totalmente actual y sin más efectos especiales que la capacidad extraordinaria del protagonista. Pero esta premisa de historia que podría ser interesante o curiosa al menos, me parece que no llega a ninguna parte. Son varios aspectos los que no me han convencido en absoluto de la novela. Para empezar, el aspecto formal: encuentro que el lenguaje en muchas ocasiones es forzado, da la sensación de que la autora se esfuerza por escribir “bonito”, por llenar el relato de frases contundentes, de complejos discursos sobre la naturaleza humana, frases de esas de subrayar con fluorescente y ponerlas luego sobre una foto de puestas de sol, pero todo eso no se apoya en una historia con entidad, más bien diría que la historia es una excusa para desplegar ese supuesto diálogo entre los dos protagonistas principales que en realidad es un monólogo de uno de ellos, plagado de largos párrafos con reflexiones filosóficas que no se sustentan en un argumento que esté al nivel. En mi opinión, muchos de los diálogos son poco creíbles, resultan artificiosos, los cambios de escena, el paso del presente al relato del pasado son bruscos, poco fluídos. La forzada introducción del relato de la infancia del protagonista se mete con calzador en medio de las conversaciones, sin encajarse con la historia presente, por no hablar de otras historias de diversos personajes que van entrecruzándose que me chirrían totalmente, son absolutamente increíbles, aquello que supuestamente debería ser sorpresivo se adivina con antelación, nada nos pilla por sorpresa, todo lo adivinamos antes de que nos lo cuenten, muchos de los hilos argumentales son más propios de un culebrón venezolano lleno de enredos ocultos con los que la trama se va haciendo más y más rocambolesca según avanza la lectura.
No creo que sea necesario entrar en más detalles para dejar claro que a mí no me ha convencido la novela en absoluto, que después de arrastrarme en ocasiones por las páginas, avanzando a trancas y barrancas a lo largo de la lectura en la esperanza de que la cosa acabara conquistándome, finalmente debo concluir que, para mi desgracia, no ha sido así. No he conseguido interesarme por ese protagonista que nos plantea su caso con la asepsia de un médico que describe los síntomas de una enfermedad, no he llegado a implicarme en las vidas de los personajes, ni a dejarme llevar por la curiosidad de saber qué les ocurrirá o a dónde les llevarán sus particulares circunstancias y pesquisas. En fin, que no siempre podemos conectar con una historia y este ha sido un ejemplo de ello. De lo que más me arrepiento es de no haber tenido el valor de abandonar a tiempo y pasar a la siguiente lectura.