En ocasiones nos encontramos con historias con las que, por alguna extraña razón, conectas inmediatamente, con unas experiencias que te resultan tan cercanas y emotivas como la que nos cuenta Nickolas Butler en estas "Canciones de amor a quemarropa". Y no importa que la acción se desarrolle en el Medio Oeste norteamericano, que los protagonistas sean lo más típicamente americanos que pueda imaginarse, porque, así y todo, los sentimientos que se nos presentan, las inquietudes que los motivan y sus objetivos vitales, sus relaciones, su amistad, pueden sentirse tan cercanos a los lectores como si nos estuvieran hablando de nuestro propio grupo de amigos.
Los protagonistas de la historia, porque en esta novela no hay un sólo protagonista sino que todos actúan de manera coral, son viejos amigos originarios de un pequeño pueblo agrícola de Wisconsin. Todos soñaban de críos con ver el mundo, con ser algo grande, con salir de aquel rincón del planeta, con triunfar. Algunos lo han conseguido o eso parece: trabajan en Chicago, se han casado con chicas sofisticadas de la ciudad mientras que otros siguen viviendo en Little Wing, están casados, criando hijos, ocupándose de la granja de sus padres. Pero por encima de todos ellos sobresale el éxito de Lee, convertido en músico mundialmente conocido, viaja de concierto en concierto, la prensa le persigue, pero así y todo él necesita seguir volviendo a su pueblo, al único lugar donde logra recuperar la serenidad al lado de sus amigos de siempre. La vida los separa en ocasiones pero todos acaban volviendo a reencontrarse, de boda en boda, los divorcios y las disputas los alejan y los vuelven a reunir, les hacen valorar lo que realmente vale la pena, la fuerza con que su amistad es capaz de superar desencuentros y traiciones, la importancia del perdón y la reconciliación.
Esta novela es un enorme homenaje a la amistad, a las raíces de las personas, a los valores por los que vale la pena continuar adelante, esos amigos sin los que nada tiene sentido. Es también un enorme elogio a la vida rural en las pequeñas ciudades del Medio Oeste, donde se viven existencias sencillas, pegadas a la tierra, al campo, a las cosas más simples, en un entorno de una exuberante Naturaleza y un clima implacable al que el hombre no puede más que someterse. Este escenario lo conocemos por referencias de películas y series, reconocemos Main street que es como todas las calles de todos los pequeños pueblos americanos, bordeada de silos y casas de madera, con un único bar, los hombres en ropa de trabajo tomando cerveza en los porches, tractores y cosechadoras circulando camino de las praderas, los inviernos duros de nieve hasta las orejas y enormes lagos e impresionantes montañas pobladas de ciervos y coyotes.
Los protagonistas de la historia, porque en esta novela no hay un sólo protagonista sino que todos actúan de manera coral, son viejos amigos originarios de un pequeño pueblo agrícola de Wisconsin. Todos soñaban de críos con ver el mundo, con ser algo grande, con salir de aquel rincón del planeta, con triunfar. Algunos lo han conseguido o eso parece: trabajan en Chicago, se han casado con chicas sofisticadas de la ciudad mientras que otros siguen viviendo en Little Wing, están casados, criando hijos, ocupándose de la granja de sus padres. Pero por encima de todos ellos sobresale el éxito de Lee, convertido en músico mundialmente conocido, viaja de concierto en concierto, la prensa le persigue, pero así y todo él necesita seguir volviendo a su pueblo, al único lugar donde logra recuperar la serenidad al lado de sus amigos de siempre. La vida los separa en ocasiones pero todos acaban volviendo a reencontrarse, de boda en boda, los divorcios y las disputas los alejan y los vuelven a reunir, les hacen valorar lo que realmente vale la pena, la fuerza con que su amistad es capaz de superar desencuentros y traiciones, la importancia del perdón y la reconciliación.
Esta novela es un enorme homenaje a la amistad, a las raíces de las personas, a los valores por los que vale la pena continuar adelante, esos amigos sin los que nada tiene sentido. Es también un enorme elogio a la vida rural en las pequeñas ciudades del Medio Oeste, donde se viven existencias sencillas, pegadas a la tierra, al campo, a las cosas más simples, en un entorno de una exuberante Naturaleza y un clima implacable al que el hombre no puede más que someterse. Este escenario lo conocemos por referencias de películas y series, reconocemos Main street que es como todas las calles de todos los pequeños pueblos americanos, bordeada de silos y casas de madera, con un único bar, los hombres en ropa de trabajo tomando cerveza en los porches, tractores y cosechadoras circulando camino de las praderas, los inviernos duros de nieve hasta las orejas y enormes lagos e impresionantes montañas pobladas de ciervos y coyotes.
Y a pesar de que nunca hemos asistido a una boda en un granero, ni nos hemos subido a beber y a fumar al techo de un almacén desde donde contemplar las estrellas, todo lo que nos cuenta el autor nos lleva a añorar esa vida que nunca hemos conocido, pero que, en lo básico, no se aleja tanto de nuestra propia juventud, nos hace desear que las cosas les vayan bien a esta gente, incluso llegamos a desear haber tenido alguna vez un grupo de amigos así, compartir esos mismos problemas, disputas y reconciliaciones, con los mismos sueños frustrados, ilusiones incumplidas y vidas ordinarias, aunque las cosas que les pasen ocurran ni más ni menos que en el lejano Wisconsin. Pero ese pequeño detalle geográfico, en este caso, es casi lo de menos.