Con "Muertes pequeñas", este libro que novela hechos reales de la mano de Emma Flint, nos situamos en el verano del 65 en Queens, Nueva York. El ambiente opresivo e inquietante que nos envuelve no se debe exclusivamente al tórrido calor propio de las fechas en las que se desarrollan los hechos, sino que es un ambiente de desasosiego que recorre todo el relato, somete a los personajes y contagia al lector de esa incómoda sensación de encontrarse ante hechos terribles que nos hacen temer que lo peor de la maldad humana se esté presentando ante nosotros, aunque no podemos estar seguros de lo que es cierto o no.
Sabemos desde el principio que Ruth Malone es inocente, tenemos la seguridad, porque así lo declara ella, de que alguien se ha llevado a sus hijos y ella está sufriendo por ellos, no podemos evitar creer su testimonio, pero la mirada de los demás sobre ella, lo que ven al mirarla nos hace dudar todo el rato. Lo cierto es que al inicio del relato ya nos la encontramos presa en la cárcel rememorando aquellos días, la desaparición, la angustia, las sospechas de los policías que desde el primer momento apuntan hacia ella. Cuando ocurrió la desaparición, Ruth se encontraba en mitad de un proceso separación y debatiendo sobre la custodia de los hijos. Ruth no es una madre modelo ni una mujer perfecta en absoluto pero sabemos que adora a sus hijos y lucha por darles una buena educación y una infancia feliz. Es cierto que bebe de más, fuma sin parar, le gusta arreglarse, maquillarse, trabaja de camarera por las noches y tiene romances con varios hombres, pero de ahí a quitarse a sus hijos de en medio hay mucho trecho ¿Sería capaz una madre de matar a sus hijos? Nos hacemos esa pregunta mientas observamos su comportamiento frío, la manera como evita llorar en público, como se esfuerza por mantener un buen aspecto en medio del drama que está viviendo. Sabemos que está destrozada por dentro porque la vemos en su casa cuando nadie más la observa pero la cara que da al exterior no le granjea las simpatías de los que la juzgan como una mala mujer. Todos la han condenado desde el principio, empezando por Devlin, el policía a cargo del caso, que se esforzará a toda costa para que todo apunte hacia la culpabilidad de Ruth, sea cual sea la realidad de lo ocurrido, lo vemos más empeñado en confirmar sus tesis que en descubrir la verdad.
Sabemos desde el principio que Ruth Malone es inocente, tenemos la seguridad, porque así lo declara ella, de que alguien se ha llevado a sus hijos y ella está sufriendo por ellos, no podemos evitar creer su testimonio, pero la mirada de los demás sobre ella, lo que ven al mirarla nos hace dudar todo el rato. Lo cierto es que al inicio del relato ya nos la encontramos presa en la cárcel rememorando aquellos días, la desaparición, la angustia, las sospechas de los policías que desde el primer momento apuntan hacia ella. Cuando ocurrió la desaparición, Ruth se encontraba en mitad de un proceso separación y debatiendo sobre la custodia de los hijos. Ruth no es una madre modelo ni una mujer perfecta en absoluto pero sabemos que adora a sus hijos y lucha por darles una buena educación y una infancia feliz. Es cierto que bebe de más, fuma sin parar, le gusta arreglarse, maquillarse, trabaja de camarera por las noches y tiene romances con varios hombres, pero de ahí a quitarse a sus hijos de en medio hay mucho trecho ¿Sería capaz una madre de matar a sus hijos? Nos hacemos esa pregunta mientas observamos su comportamiento frío, la manera como evita llorar en público, como se esfuerza por mantener un buen aspecto en medio del drama que está viviendo. Sabemos que está destrozada por dentro porque la vemos en su casa cuando nadie más la observa pero la cara que da al exterior no le granjea las simpatías de los que la juzgan como una mala mujer. Todos la han condenado desde el principio, empezando por Devlin, el policía a cargo del caso, que se esforzará a toda costa para que todo apunte hacia la culpabilidad de Ruth, sea cual sea la realidad de lo ocurrido, lo vemos más empeñado en confirmar sus tesis que en descubrir la verdad.
Pete Wonicke, por su parte, es un periodista que encuentra su gran oportunidad de lucimiento cuando le ofrecen cubrir la desaparición de los niños. Observa a Ruth y su entorno, a los policías que la investigan y se llega a obsesionar con ella, una mujer diferente a todas las que ha conocido hasta entonces, la sigue, se involucra en su vida y dedica todo su tiempo a buscar testimonios o hechos que la exculpen de las terribles acusaciones que pesan sobre ella.
Nos enfrentamos a lo largo de la lectura a prejuicios, murmuraciones, falsa moral, puritanismo, a personas que juzgan en base al aspecto exterior y no se preocupan por ahondar en el interior de Ruth, porque no les interesa. El resultado es una dura novela que nos hace reflexionar sobre la condición humana, sobre su capacidad para el mal, sobre la imagen que nos formamos de los demás, sobre el amor maternal y las dificultades que la maternidad plantea a las mujeres, a su libertad y a su identidad como personas y al peso de la culpa de no estar haciendo bien las cosas.
Nos enfrentamos a lo largo de la lectura a prejuicios, murmuraciones, falsa moral, puritanismo, a personas que juzgan en base al aspecto exterior y no se preocupan por ahondar en el interior de Ruth, porque no les interesa. El resultado es una dura novela que nos hace reflexionar sobre la condición humana, sobre su capacidad para el mal, sobre la imagen que nos formamos de los demás, sobre el amor maternal y las dificultades que la maternidad plantea a las mujeres, a su libertad y a su identidad como personas y al peso de la culpa de no estar haciendo bien las cosas.
"Ese hombre, Devlin, no tenía ni idea de eso. Ninguno de ellos, en realidad. Todos tenían sueldos de hombres y contaban con la ayuda de sus esposas para lidiar con el ruido y el desorden, con los problemas de Jimmy en la escuela o con el estrés de la pequeña Susie cuando no quería comer verdura o con el bebé que no paraba de llorar.
No sabían nada de la culpa. No eran madres."