Ángela, hermana gemela de Mariana, regresa desde Estados Unidos donde se gana la vida como violonchelista y el más joven, Leo, es un tarambana encantador que pasa su verano en una fiesta permanente aderezada con sexo imprudente, alcohol y drogas. Pero en esta familia es la figura del padre, a pesar de que ya falleció hace bastante tiempo, el que sigue marcando, tal y como lo hizo en vida, la dinámica familiar. Ramón Salcedo fue un hombre mezquino y autoritario que trató de someter a su voluntad a todos los miembro de la familia, aunque algunos se resistieron con uñas y dientes. Las relaciones familiares de los Salcedo son complicadas, distantes y tensas, marcadas por la indiferencia y el desapego, cuando no por el desprecio y el enfrentamiento.
La manera de narrar de Rovira es muy visual, a veces llevándonos de un lugar a otro mediante flashes que nos transportan en el tiempo, cambiando de escenarios y momentos, pero manteniendo todo conectado, ejecutando las transiciones entre distintas escenas con buen ritmo.
Los retratos de todos los personajes son ricos y complejos, llenos de matices. Es sorprendente cómo vamos a ir descubriendo de manera gradual la dinámica que marca la relación entre estos personajes, con un desarrollo narrativo impecable, sorprendiendo el modo en que maneja el autor los tiempos en los que se nos va presentando los sucesos del pasado, va desgranando la información y dosificando de manera excepcional un suspense que nada tiene que ver con la investigación de las muertes, sino con la evolución personal de cada uno de los miembros de la familia en relación con los demás y de manera individual y nos sorprende al ir reservando algunos sucesos fundamentales de la vida familiar que iremos conociendo en el momento conveniente, con lo que la historia va creciendo y expandiéndose a medida que avanza el relato, enriqueciendo las tramas y creando nuevas expectativas en el lector que recibe un goteo de secretos escondidos que terminan convertidos en una avalancha de la más terrible realidad.