Las cosas parecen mejorar para Madlene cuando llega a Viena, gran ciudad de espléndida arquitectura y activa vida social que fascinarán a la joven que entra a trabajar al servicio del duque Losenstein con el que iniciará una desigual relación, ya que el noble la convierte en musa de sus cuadros y al tiempo la pasea como acompañante, lo mismo a la ópera que a misa de domingo en la catedral, ante el estupor de sus conciudadanos, terminando por convertirla en su esposa, poco antes de morir. Una vez convertida en viuda adinerada pero rechazada por la sociedad, marcha a Francia donde tratará de iniciar una nueva vida.
La novela tiene como punto fuerte una muy buena ambientación histórica: las ciudades alemanas, austriacas, París y su sociedad están muy bien retratadas en el contexto de los acontecimientos internacionales que se nos van contando al hilo del argumento central de la novela. También los triste pasajes de la estancia cárcel y, en general, las descripciones de las crueles condiciones de vida de las clases más desfavorecidas sumidas en la miseria resultan muy ilustrativas, siendo contadas con acierto y realismo. Las grandes dificultades e incontables injusticias que la vida plantea a los más pobres de la sociedad, la práctica imposibilidad de que una mujer sola, sin familia ni recursos, pueda salir adelante decentemente en una sociedad donde resultaba tan difícil encontrar medios de subsistencia honrados, todo esto resulta convincente y veraz.
Es por ello que me resulte poco creíble, y aquí viene la parte más crítica de mi comentario sobre la novela, la manera en que el narrador nos describe a la protagonista como una mujer inteligente y deseosa de progresar en la vida, como una mujer de elevada moral y centrada en su interés por aprender a leer. Sin embargo una cosa es lo que se nos cuenta de ella y otra cosa es lo que yo he interpretado por lo que he visto en la joven Madlene: ni los orígenes, ni la educación, ni la posición en la sociedad ni tan siquiera el propio comportamiento de Madlene la presentan como una mujer brillante; nada hace creíble que pueda salir de la nada y elevarse socialmente por sus propios medios: Madlene es abandonada nada más nacer y se cría en un orfanato del que sale para servir de camarera. Carece de cualquier formación cultural o profesional, su actitud es de sumisión hacia sus empleadores, de aceptación de las humillaciones a las que se ve sometida y de acatamiento ante las desgracias que la vida le va planteando. No acabo de creer en la idea de la mujer hecha a sí misma en la estratificada sociedad centroeuropea del siglo XVIII, y menos tratándose de esta protagonista en concreto, a la cual en ningún momento se la puede ver como una persona especialmente despierta ni decidida, más bien la describiría como voluble e inconstante en sus decisiones, casta y enamoradiza a partes iguales. Me resulta poco creíble que a una sirvienta un duque la trate como a un igual nada más conocerla, que un acomodado noble la convierta en su esposa, que se vea convertida en la primera mujer iluminada por las luces de la Ilustración, por las ideas de igualdad y equidad, una especie de proto-feminista autodidacta.
Por todo esto, concluyo que mi valoración final de la novela es agridulce: por una parte la peripecia vital de Madlene podría resultar apasionante, incluso pudiera resultar creíble una heroína salida de la nada que revoluciona su tiempo, pero no me la creo en la Madlene Findelkind que yo he conocido en esta novela, que comenzó con una brillante promesa de novela histórica pero evolucionó hacia novela romántica demasiado edulcorada.