Clara es profesora en un instituto alemán, si bien ya ha tenido alguna experiencia como escritora de un par de libros que, seamos sinceros, no han tenido muy buenas ventas. A pesar de ello, ella sueña con cambiar algún día las aulas por el oficio de escribir a tiempo completo. El último encargo que ha recibido ha sido el de elaborar una guía de viaje por el norte de Alemania, ruta que emprende en coche acompañada por su marido español, una combinación de chófer, crítico literario y asistente y que no podemos evitar creer que se parece mucho al propio Fernando Aramburu, porque el tono de este "Viaje con Clara por Alemania" que está escrito en primera persona por el esposo de Clara, que no es Aramburu pero se le parece, suena tan espontáneo y sincero que cuesta creer que se trate de un personaje totalmente ficticio, además de compartir numerosos datos biográficos con el propio autor.
Tenemos que decir que Clara es más bien quisquillosa, tendente al pesimismo, pelín histérica y demasiado mandona, pero el autor la adora igual; a él se le adivina paciente y bienhumorado y sobre todo enamorado de su esposa alemana y dispuesto a satisfacerla en todas sus exigencias esperando que así ella se encuentre del mejor humor posible de modo que se avenga a cumplir con el débito conyugal con la mayor frecuencia posible. Frente a los esfuerzos de Clara para sacar adelante su libro, afectada como está por por la frecuente falta de inspiración, bloqueo creativo y arrebatos de pesimismo sobre su capacidad de culminar el proyecto asignado, el narrador se presenta como su más fiel apoyo, el hombro sobre el que llorar, el chico de la recados y el felpudo en el que sacudirse los disgustos y frustraciones. Y a pesar de que su mujer le insiste en que no la entiende en sus manías y rarezas porque él no es, como ella, un artista, un novelista, un creador, ello no quita para que él vaya elaborando una narración en paralelo de ese viaje, en ratos muertos en que se sienta a escribir a la mesa de la cocina nos va contando el viaje en un relato plagado de detalles de la convivencia, costumbres íntimas del matrimonio, hábitos del pueblo alemán y divertidas escenas contadas con humor y desenfado en la mayoría de los casos.
"Hasta la fecha no le he contado que yo también escribo, aunque no soy escritor en el sentido en que ella concibe la tarea de escribir. Ni gozo ni sufro cuando en mis ratos libres converso conmigo por escrito, a veces, como en este instante, mientras se cuecen las legumbres sobre el fuego de la cocina. Redacto a mi aire recuerdos de nuestro viaje; pero cuando quiero me detengo y cuando quiero prosigo, sin que jamás me atosiguen la angustia o las responsabilidades, libre de críticos y lectores, de plazos y reglas, como no sea las que respeto sin darme cuenta o por capricho. Que me perdone la literatura si me río de ella."
El autor demuestra un exquisito uso del lenguaje, un gran dominio de la prosa con frases perfectamente construidas que incluyen palabras inventadas con gran ingenio pero sobre todo una absoluta ausencia de seriedad en el fondo y en la forma, con grandes dosis de humor, a veces cruel, a veces negro, se burla de los alemanes y también de los españoles y, sobre todo, se burla de sí mismo, de esa figura del vividor paseante, del amo de casa que se dedica a la literatura como pasatiempo y que no tiene público ante el que justificarse ni que le juzgue por aquello que escribe y cuenta. Y tal vez por esa ausencia de presión el texto suena tan espontáneo y divertido. Una estupenda broma literaria en la que el lector se sumerge completamente, confundiendo por completo narrador y personaje en una ficción que suena a relato autobiográfico, cosa que no es. ¿O sí?