Vivir en la zona petrolífera del oeste de Texas a principios de los 60 ya era duro de por sí gracias, para empezar, al entorno natural que le rodea: a un clima extremadamente seco donde abundan los tornados y huracanes e incluso ocasionales tormentas de langostas, se le añade un paisaje apocalíptico de inmensas llanuras polvorienta salpicadas por torres de extracción de petrolero y chimeneas de refinerías que expulsan emanaciones tóxicas días y noche, rematado todo esto con las apestosa marismas del Golfo de México donde abundan las serpientes, molestos insectos y demás animales peligrosos.
A este paisaje poco acogedor se le suma una familia bastante peculiar encabezada por una madre extravagante, diferente, culta, artística, visceral, alcohólica y atormentada, "Shalimar, tabaco y caramelos de menta", casada en siete ocasiones, dos de ellas con el padre de Mary, un tranquilo y sencillo empleado de una de las muchas empresas petrolíferas de la zona, mestizo de cherokee e irlandés, veterano de guerra y el mejor contador de historias fabulosas de entre su grupo amigos al que Mary bautizaría como el club de los mentirosos.
Contado con humor y sin reparos ni intención de disfrazar la realidad, el libro es enormemente emotivo sin resultar nunca sentimental. El relato de la infancia se hace a través de una mirada que resulta casi siempre sarcástica y en ocasiones incluso cruel en el retrato que hace de los miembros de la familia que no siempre salen bien parados como ocurre con la temible abuela materna. Episodios de enorme dureza se alternan con escenas divertidas que lo son más por la forma de verlas y contarlas que por su propio contenido. Los problemas mentales, "de los nervios", que abundan en la familia, la tumultuosa relación matrimonial de sus padres, los excesos con la bebida de su madre, la relación con su hermana con la que pelea con la misma intensidad con la que se adoran, son algunos de los elementos que destacan en esta obra valiente y maravillosa, entrañable y violenta, porque todo en este libro resulta llevado al extremo y ese es su mayor mérito.
"Lo que no supe hasta supe por fin me fui de casa a los quince años fue que, de haberme largado, nadie habría organizado una batida para localizarme. Para ellos, cualquier sitio era mejor que Leechfield (...) Durante generaciones, mis antepasados se dedicaron a colgar las sartenes de los bueyes y poner rumbo al oeste. Resulta que para mi era imposible «fugarme» como hacían otros adolescentes. En mi familia cualquier movimiento se interpretaba como un progreso."