Existen a lo largo de la Historia una serie de episodios por los que siento especial atracción, que me apasionan y sobre los que no me canso leer una y otra vez; son esas historias de la Historia que nunca se agotan, sobre las que constantemente aparecen nuevas versiones o nuevos datos y que no pierden nunca su poder de fascinación. Uno de estas historias es la de "Las hermanas Romanov", las hijas del último zar de Rusia, las archiduquesas Olga, Tatiana, María y Anastasia Romanov que en esta biografía de Helen Rappaport se nos muestan con gran profundidad, protagonizando un libro que se centra en sus figuras en lugar de en sus padres e incluso en su hermano, el joven zarevich. En esta ocasión son las cuatro hermanas las que se presentan como personajes fascinantes, como las últimas princesas de un imperio ruso que desapareción con su propia muerte y que, por tanto, siempre conservarán un aura de mito inevitable.
Las jóvenes Romanov eran miembros de la realeza por nacimiento, por descender de unos antepasados cuyos orígenes se enraízan en las familias reinantes europeas por siglos, lo que las convertía en princesas de purísima sangre real. Para ellas tanto sus privilegios como la responsabilidad que supone su posición y de representar a su familia venía de nacimiento, como algo natural, un derecho de origen divino que no podían, ni siquiera se les ocurría que pudiera ser puesto en duda. Cierto es que la familia imperial rusa vivía anclada en un pasado que los movimientos sociales de su época querían ver aniquilado, que no supieron adaptarse a lo que el pueblo reclamaba, y para su desgracia lo reclamaron de la manera más violenta, por lo que fueron víctimas de su propia educación y de su falta de visión política.
Lo cierto es que a través de esta biografía de Helen Rappaport nos acercamos a la figura de las cuatro archiduquesas Romanov, a su vida personal más íntima, conocemos datos que nos iluminan sobre su forma de ser, sus hábitos cotidianos, su educación, las relaciones personales y familiares, su devoción religiosa, su gran sentido de la familia. El libro nos permite verlas como las niñas y jóvenes que fueron, asistir a su crecimiento, ver como desarrollaban cada una su propia personalidad en medio de un estilo de vida poco propio de princesas, fundamentalmente aisladas con respecto al mundo exterior, no sólo a la realidad de su país, sino alejadas de toda vida social y cortesana propia, no ya de unas princesas casaderas, sino incluso de lo que se espera de cualquier joven de su edad. Su vida cotidiana se encontraba centrada en su círculo familiar más reducido, en una especie de microcosmos cerrado en el que su madre las mantuvo durante años, deseosa de vivir una existencia sencilla, alejada de lujos y boatos (en el marco de la lógica abundancia y comodidad irrenunciable de la que disponían el pertenecer a la familia imperial) pero dentro de su nivel social no puede negarse que llevaron una vida esencialmente recluída, sencilla, rutinaria y virtuosa.
El libro está intensamente documentado pero en ningún momento resulta abrumador por la cantidad de datos, fechas o documentos que se citan. Al contrario, fluye muy ligero, lleno de interés en todos los capítulos y retratando a toda la familia Romanov, pero en especial a las cuatro archiduquesas, de una manera cercana y dándonos la versión del lado más humano de las jóvenes y de su dramático destino.
Las jóvenes Romanov eran miembros de la realeza por nacimiento, por descender de unos antepasados cuyos orígenes se enraízan en las familias reinantes europeas por siglos, lo que las convertía en princesas de purísima sangre real. Para ellas tanto sus privilegios como la responsabilidad que supone su posición y de representar a su familia venía de nacimiento, como algo natural, un derecho de origen divino que no podían, ni siquiera se les ocurría que pudiera ser puesto en duda. Cierto es que la familia imperial rusa vivía anclada en un pasado que los movimientos sociales de su época querían ver aniquilado, que no supieron adaptarse a lo que el pueblo reclamaba, y para su desgracia lo reclamaron de la manera más violenta, por lo que fueron víctimas de su propia educación y de su falta de visión política.
Lo cierto es que a través de esta biografía de Helen Rappaport nos acercamos a la figura de las cuatro archiduquesas Romanov, a su vida personal más íntima, conocemos datos que nos iluminan sobre su forma de ser, sus hábitos cotidianos, su educación, las relaciones personales y familiares, su devoción religiosa, su gran sentido de la familia. El libro nos permite verlas como las niñas y jóvenes que fueron, asistir a su crecimiento, ver como desarrollaban cada una su propia personalidad en medio de un estilo de vida poco propio de princesas, fundamentalmente aisladas con respecto al mundo exterior, no sólo a la realidad de su país, sino alejadas de toda vida social y cortesana propia, no ya de unas princesas casaderas, sino incluso de lo que se espera de cualquier joven de su edad. Su vida cotidiana se encontraba centrada en su círculo familiar más reducido, en una especie de microcosmos cerrado en el que su madre las mantuvo durante años, deseosa de vivir una existencia sencilla, alejada de lujos y boatos (en el marco de la lógica abundancia y comodidad irrenunciable de la que disponían el pertenecer a la familia imperial) pero dentro de su nivel social no puede negarse que llevaron una vida esencialmente recluída, sencilla, rutinaria y virtuosa.
El libro está intensamente documentado pero en ningún momento resulta abrumador por la cantidad de datos, fechas o documentos que se citan. Al contrario, fluye muy ligero, lleno de interés en todos los capítulos y retratando a toda la familia Romanov, pero en especial a las cuatro archiduquesas, de una manera cercana y dándonos la versión del lado más humano de las jóvenes y de su dramático destino.