lunes, 26 de octubre de 2015

Lugares que no quiero compartir con nadie

Elvira Lindo escribe como habla, o al menos como te podría hablar una amiga que se ha ido a vivir a Nueva York y te cuenta cosas de su barrio, de su vida cotidiana allí, en la zona del Upper West, en el lateral oeste de Central Park, en torno al de Museo de Ciencias Naturales por debajo de Universidad de Columbia. Y es que este es el barrio de Elvira por el que se pasea visitando sus bares y restaurantes, casi siempre locales de ambiente algo rancio o pasados de moda, por sus pastelerías y bares de cócteles, supermercados y, en fin, todos los lugares que caracterizan a una zona de la gran ciudad donde no abundan los turistas de bermudas y cámara de fotos al cuello, donde por la calle sólo se ve a los vecinos de toda la vida, eso sí, con multitud de orígenes diversos, razas, religiones y culturas diferentes. Esos son los "Lugares que no quiero compartir con nadie" que nos enseña, a pesar del título, Elvira Lindo a través de divertidos retratos de personajes generalmente extravagantes, alejados del prototipo de neoyorkino a la última moda y cargado de sofisticación del Upper east side que es el que nos transmiten las películas y las series de televisión.
"Los turistas no llegan hasta aquí, aunque esto sea el territorio «Seinfeld», es decir, la quintaesencia de Nueva York, de su carácter, de las manías y las neurosis compartidas, del progresismo empollón, de los delis con solera y los restaurantes de medio pelo. El erial gastronómico. Abundante, eso sí, en ferreterías, lo cual dice mucho de la solidez del barrio."
Este es el Nueva York que se encuentra al lado opuesto de Central Park y gracias a la soltura narrativa de la autora respiramos el aire de la ciudad, compartimos sus lugares favoritos, las anécdotas o episodios asociados a esos lugares que los convierten en históricos o míticos y al tiempo nos ilustra también sobre sus propios hábitos cotidianos: su trabajo de escritora, su vida junto a su marido, el fabuloso escritor Antonio Muñoz Molina, cuyo trabajo en la Universidad de Columbia es lo que ha llevado a la pareja a trasladarse por seis meses cada año a la ciudad de los rascacielos, de manera que nos muestra sus costumbres diarias, sus hábitos de trabajos, sus interminables paseos, sus salidas a cenar, a tomar una copa, a asistir a espectáculos y todo ello con esa verborrea suya irrefrenable con la que nos habla de cualquier tema, divaga sobre asuntos como su oficio de escritora, sus hijos, sus pasiones literarias, sus visitas al psiquiatra o cualquier tema que le cruce por la mente. Fresco, intenso e ilustrativo este vistazo que nos permite Elvira Lindo a unas vidas interesantes y encantadoramente bien contadas.
"Me miro al espejo. No sabe una qué ponerse. Y no hablo de ropa. Si sólo fuera la ropa, ¡ja! Hablo de la cara que has de ponerte para acudir a un acto literario. Tengo la impresión de que aquí en Nueva York vivimos asalvajados. Antonio vive en zapatillorras de deporte, unos pantalones chinos y, en invierno, un sombrero de ala negro o un gorro con orejeras si aprieta el frío!"

martes, 20 de octubre de 2015

A las ocho en el Novelty

Andaba yo con ganas de echarme a las manos una novela histórica cuando recordé que tenía pendiente hace tiempo la lectura de esta de Carlos Díaz Domínguez, "A las ocho en el Novelty" y me lancé a por ella con la ilusión de disfrutar de una narración que me ilustrara algo más sobre la siempre apasionante Historia de España, pero debo decir que el libro no ha resultado lo que esperaba. Esta es una novela que habla efectivamente de los reyes Carlos IV y su hijo Fernando VII, el Felón, el gran traidor que vendió España a Napoleón, pero no es propiamente lo que yo entiendo como novela histórica, sino más bien una novela enmarcada en la actualidad con una trama de acción sobre un trasfondo, eso sí, de tono histórico. 

El argumento gira en torno a Leonor Cortés, una anticuaria salmantina establecida en el sur de Francia, que es contratada por Boychenko, un millonario ruso de perfil y maneras absolutamente mafiosas, para investigar sobre el lugar donde se podría ocultar "el tesoro de Godoy", aquel valido del rey Carlos IV que fue en su época el hombre más poderoso de España y, probablemente, uno de los más ricos. La caída en desgracia de este personaje tras el motín de Aranjuez y su salida forzada del país hacia Francia dieron lugar a la leyenda de que en algún lugar había dejado oculto un ingente tesoro de obras de arte, oro y demás objetos de valor. A partir de aquí se inicia una agitada carrera en busca de los documentos que puedan indicar el modo de llegar hasta el tesoro. Pero en esta búsqueda intervienen también los servicios secretos españoles y rusos, los primeros tratando de impedir que la investigación de Leonor ponga en duda algunos fundamentos de la Historia del país tal y como hasta ahora se conocen y los rusos tratando de echar el guante al mafioso Boychenko.

La trama de los hampones rusos me ha resultado algo flojilla, sin originalidad, los personajes son bastante arquetípicos de manera que no deparan ninguna sorpresa, además de que no soy yo muy aficionada a los temas de espías, contraespías y demás. Sí que resulta cercana y bien retratada la protagonista, así como otros personajes como su amigo y antiguo novio Enrique que la acompaña en su aventura o el profesor de Salamanca que les orienta en su investigación histórica. En cualquier caso, el libro se lee con soltura, la acción y el ritmo están bien conseguidos y al menos me ha hecho pasar un buen rato, aunque me ha dejado con ganas de profundizar en la faceta puramente histórica de los personajes presentados: Godoy, la reina María Luisa, la condesa de Chinchón... y la época histórica que se retrata en la novela. 

No ha estado mal la lectura en definitiva, a pesar de no ser lo que esperaba, y aunque tampoco puedo decir que como novela de acción sea nada del otro mundo, la parte histórica es interesante, por que la valoración final podría quedar en que "se deja leer". Ya es algo.


miércoles, 14 de octubre de 2015

El domador de leones

No podía faltar a mi cita. Tarde o temprano tenía que cumplir con mi ineludible cita con Camilla Lackberg y su serie de Fjalbacka, y reconozco que no me pesa nada esta obligación autoimpuesta, cada novela de la autora sueca me devuelve, cada vez más, a un paisaje y unos personajes que ya me son tan familiares como mis vecinos de ascensor, o incluso más. Así que me sumerjo nuevamente con "El domador de leones" en las vidas de Erica y Patrick a los que encuentro envueltos en su agitada vida doméstica, criando a sus tres hijos pequeños al tiempo que se ocupan de sus obligaciones profesionales habituales, él investigando la desaparición de una joven de la localidad, aparentemente relacionada con otros casos similares que se han dado en otras ciudades de la zona y ella tratando de escribir una nueva novela basada en crimen ocurrido hace bastantes años en el mismo pueblo de Fjalbacka. La autora vuelve por donde solía, no hay peligro a que algo fundamental de la manera de estructurar la novela o los temas recurrentes habituales hayan cambiado sustancialmente, siguen apareciendo los tópicos que son firma de la casa: el pasado y el presente que se entrecruzan, los conflictos familiares, tanto entre los personajes actuales como en la raíz de los crímenes investigados y como siempre la intervención de la curiosa Erica en la investigación llevada a cabo por los policías. Pero la cuestión es que la fórmula sigue funcionando.

A pesar de que el patrón de la novela no se diferencia mucho de las entregas anteriores y de que se puede llegar a intuir la conexión que sabemos que habrá entre los casos, el actual y el del pasado, la autora va soltando muchos hilos, muchas tramas, indicios y detalles que hacen que las sospechas vayan repartiéndose entre diversos personajes, siempre a la espera de la sorpresa que sabemos que nos deparará la lectura y cuando se va aproximando el final, como es habitual, se acelera la acción de manera que te quedas atrapada en su lectura y llegas sin aliento a la resolución del caso. Sí, efectivamente, después de tantas entregas es posible que el desenlace resulte algo previsible, que siempre haya un personaje o varios que son la encarnación perfecta del mal y que Patrick logre desvelar su identidad, con la inestimable ayuda de su esposa, pero ello no quita para que Lackberg siga manejando la tensión con maestría, dosificando la intriga, abusando del truco propio de cualquier escritora malévola que consiste en acabar los capítulos en un punto álgido y cambiar de escenario de inmediato, lo que te obliga a seguir leyendo, avanzando páginas ansiosamente, sea la hora de la noche que sea, para enterarte de qué es lo que va a pasar a continuación. Pues lo dicho, que tal vez ya conozcamos el truco y se repita con frecuencia pero ello no quita para que lo sigamos disfrutando, al parecer, durante muchas más entregas en el futuro. Así sea.

jueves, 8 de octubre de 2015

Sidra con Rosie

"Sidra con Rosie" es la primera de las tres novelas autobiográficas que poeta el británico Laurie Lee publicó a lo largo de su vida. No tenía conocimiento de la existencia de este escritor hasta el momento en este libro ha sido publicado en España recientemente, pero parece ser que es una obra ampliamente leída por los compatriotas del autor y puedo entender, una vez que la he conocido, y vista la viveza con la que recrea la vida rural de un pueblecito de los Cotswolds de principios de siglo, que muchos de sus lectores ingleses deben de haber sentido reflejados en sus páginas muchas imágenes de sus propias infancias. Imágenes estas que, en ocasiones pueden resultar algo exageradas o incluso ridículas ya que muchas están contadas con un indiscutible sentido humorístico, pero siempre se aprecia que se han tratado de manera que podemos descubrir la mirada inocente del niño que describe su mundo limitado al entorno de una mísera aldea donde vive junto a su extravagante madre y un puñado de hermanos y hermanastros, con un padre desaparecido, dos abuelas en continua disputa, los tíos "trabajando" en una guerra interminable, una vida escolar con pocos momentos agradables que destacar, pero, a pesar de todo, el relato respira una felicidad primaria que se transmite al lector. El tono realista, en ocasiones crudo, deja ver sin embargo esa inocencia, esa descripción sin ánimo de juzgar, simplemente nos presenta los recuerdos de una infancia vivida con felicidad a pesar de las circunstancias.

Por momentos la lectura me ha recordado ciertos episodios de "Las cenizas de Angela", con esa madre entregada al cuidado de su prole, esa infancia mísera en una casa llena de humedades, pero sobre todo por el cariño con que son evocadas las frías noches alrededor de una mesa de cocina rodeado de una familia cálida y acogedora a su modo y una vida sencilla vista a través de los ojos inocentes de un niño que no ha conocido y, por tanto, no añora otra vida más próspera ni más acomodada. El brillo de los recuerdos de la infancia lo ilumina todo en unas descripciones exuberantes, cargadas de imágenes evocadoras de un mundo primitivo y simple, duro y enternecedor descrito con detalle, donde la Naturaleza mandaba sobre las personas, donde los niños jugaban en el campo por horas interminables y todo parecía sencillo a los ojos del narrador.

No es una novela donde ocurran muchas cosas, no tiene un hilo argumental continuo, sino que va saltando de un episodio a otro, de descripciones de personas a lugares, acontecimientos o situaciones que por algún motivo quedaron marcados en la memoria del autor, sin conexión necesaria entre ellas salvo el hecho de constituir piezas fundamentales del retrato de un tiempo que dejó de existir, de un mundo que acabó, de un entorno rural que acabaría siendo abandonado en favor de las ciudades industriales, pero que constituyó el escenario sobre el que se forjó la personalidad del autor. Como ya dijo alguien, la infancia es el patio donde jugamos el resto de nuestra vida, y Laurie Lee nos muestra en esta novela su propio patio privado.
"Yo, mi familia, mi generación, nacimos en un mundo de silencio; en un mundo de trabajo duro y necesaria paciencia, un mundo de espaldas dobladas hacia la tierra, cuidado manual de los cultivos, dependencia de la meteorología y de la cosecha; un mundo en que las aldeas eran naves en paisajes vacíos y las distancias entre ellas largas; un mundo de caminos marcados por cascos y ruedas de carretas, no hollados por la gasolina y el petróleo, apenas transitados por las personas y casi nunca por placer, por los que lo que más rápido se movía eran los caballos."

viernes, 2 de octubre de 2015

Tokio blues. Norwegian Wood

Recién terminada de leer "Música para feos" de Lorenzo Silva, aterrizo en otra novela musicalTokio Blues de Haruki Murakami que es, igualmente, un libro con banda sonora propia. La historia de Watanabe, el protagonista que evoca sus años de juventud a raíz de escuchar Norwegian Wood de los Beatles, nos transporta a los años 60, cuando el joven conoció a su único amigo, Kizuki, y a la novia de éste, Naoko. Tras el suicidio de Kizuki, Watanabe y Naoko se vuelven a encontrar en Tokio donde ambos estudian y comienzan una relación algo compleja basada en el recuerdo del amigo común.

Alrededor del relato principal centrado en estos personajes nos vamos a ir encontrando con otras historias que se enredan o aparecen en paralelo; el protagonista se irá cruzando con personajes que le irán contando sus vivencias o él mismo irá evocando recuerdos de personas con las que coincidió en algún momento y todas estas historias, como si se tratara en ocasiones de cuentos autónomos con vida propia, se acumulan a lo largo de la novela. Los protagonistas del libro pasean, comen juntos y hablan, sobre todo hablan mucho, de sí mismos o sobre los demás, en bares, apartamentos o residencias psiquiátricas, en autobuses u hospitales, la gente le cuenta a Watanabe su vida mientras que él trata de sacar adelante la suya propia, en la cual se debate entre dos amores muy diferentes: la inestable y dulce Naoko, ingresada en un sanatorio mental y Midori, una compañera de la universidad, bastante chiflada y obsesionada con el sexo. Toda la novela nos irá mostrando las preocupaciones de los protagonistas, desde los amores juveniles hasta sus dudas vitales, desvelando una sociedad nipona algo inquietante, compuesta por unos jóvenes entre los cuales el suicidio es habitual, donde la sexualidad no es tabú, son años de experimentación y descubrimiento, donde los jóvenes no tienen claro qué es lo que quieren hacer con sus vidas, presionados por la sociedad para brillar en los estudios, destacar en las actividades artísticas, pero el resultado que se muestra en la novela son unas personas desilusionadas y algo nihilistas, una juventud triste sin valores ni méritos, unas vidas vacías en las que la idea de la muerte es más fuerte que la energía vital o la esperanza que suele asociarse con el concepto de la juventud. Con su maestría narrativa, Murakami te envuelve fácilmente en el mundo que describe, logra evocar sensaciones, olores, ambientes y sentimientos. Dibuja vivamente a esa juventud atormentada, apagada por la tristeza o la desesperanza, pero también es capaz de transmitir los momentos de alegría, su forma de amar o el modo en que valoran la amistad. El autor dibuja a sus personajes mediante los detalles más simples, los gestos más leves que transmiten en una breve imagen toda la esencia de una persona.

Y a todo lo largo de la novela "suena" música de fondo constantemente, sobre todo los Beatles pero también música clásica y éxitos pop de la época, además de las permanentes referencias cinematográficas y por supuesto literarias, siempre referidas a la cultura occidental, a novelas y películas europeas y norteamericanas. Murakami es un autor japonés pero que retrata un país que se siente o quiere sentirse plenamente occidental, al que parece que le pesa la carga de las tradiciones y costumbres de su propia cultura. A mí personalmente Murakami me parece un escritor enorme, un maravilloso narrador con un mundo propio fascinante, pero eso no quita para que reconozca que no es un autor del que se pueda leer toda su obra de corrido, ya que redunda mucho en sus temas fetiche, parece que repite personajes y sucesos similares una y otra vez. Y no debo ser la única que tiene esta sensación, visto el cuadro resumen de esos temas recurrentes del autor que he encontrado por Internet y que quiero compartir aquí ya que me parece totalmente descriptivo y supongo que los que hayáis leído al autor no podréis negar que tiene su gracia. Pero a fin de cuentas habrá que aceptar que Murakami es así y, a pesar de todo, le seguiremos leyendo.