El arranque de "La chica que lo tenía todo" directamente nos evoca el ambiente de Sex and the City; en efecto, Ani parece ser una de esas mujeres que tiene, aparentemente, una vida perfecta en la Gran Manzana: un trabajo maravilloso como redactora de una revista femenina puntera, un prometido ideal y una boda en perspectiva. No cabe duda de que parece ser una chica que lo tiene todo. Pero su realidad no es tan de color de rosa, porque Ani es una de esas muchas jóvenes mujeres de Manhattan que dedican hasta su último esfuerzo a la agotadora tarea ser perfectas, delgadas hasta la anorexia a base de alternar entre el plato menos calórico de la carta de cualquier restaurante y los atracones a escondidas a los que seguirán nuevas jornadas de abstinencia casi total. Toda su actividad emocional se centra en organizar una boda de ensueño que supere a la de todas sus conocidas recientemente casadas, a pesar de que hace ya tiempo que dejó de estar enamorada de su rico y aburrido prometido. Lo primordial en su vida es trepar uno tras otro los altos escalones del ascenso social, no quedarse atrás en las últimas tendencias de la moda, no despistarse en llevar algo que estuvo de moda hace ya tres meses y, sobre todo, lucir un tremendo anillo de pedida que abre todas las puertas de ese microcosmos superficial en el que viven. Y, por encima de todo, no engordar ni un gramo. No tardamos nada en descubrir que la novela que leemos no es tan rosa como parecía, más bien se va tiñendo de gris camino del negro más profundo Y es que tras la imagen idílica que Ani transmite al mundo se oculta un pasado turbio y una verdad que es preciso esconder bajo toneladas de glamour, de éxito y de dinero.
El secreto que oculta Ani procede de su primera juventud, de todo lo que fue su vida antes de encumbrarse en esa élite social en la que ahora pretende permanecer. En los años de instituto Ani no era la misma, ni siquiera tenía el mismo nombre y, por supuesto, la misma talla de ropa. Tuvo que pasar por la dura etapa del instituto en la que lo primordial era ser popular, cosa que tenía difícil, partiendo de su origen familiar apenas acomodado, a pesar de que su madre luchaba por situarla en un lugar más adecuado a sus objetivos de éxito al matricularla en un instituto de un barrio muy por encima de su estatus económico. Pero la adolescencia que Ani vivió fue triste y sórdida, un ambiente en donde el abuso de alcohol y el sexo burdo eran elementos imprescindibles para encumbrarse a la cima de una supuesta popularidad. Y a pesar de ello, ella siempre siguió perteneciendo al grupo de los perdedores, de los que nunca triunfarían en la vida. Así y todo, a pesar de los sucesos que marcarían su adolescencia, Ani se esforzó por reinventarse, ajena a prejuicios morales o cualquier límite que le impida olvidar lo malo de aquellos años y salir adelante. Es incluso capaz de aprovecharse del drama que debió marcar su vida para sacar de ello la máxima rentabilidad ahora que su vida es muy distinta a la que fue.
Jessica Knoll retrata en esta novela con tremenda crudeza a esas mujeres esclavizadas por conservar la talla 36, encontrar un buen marido antes de los 30 y triunfar así de acuerdo con su escala de valores absolutamente materialista. Retrato de una supuesta vie en rose de éxito y triunfo con un trasfondo negro de sordidez y vacío, de nihilismo absoluto donde sólo vale el éxito que trasmite tu imagen y tu cartera, la opinión que de ti tengan los demás, los que envidian tu posición y desean que caigas del pedestal para poder ocupar ellos tu posición. Como decía, una novela que comienza con ritmo de historia de amor y lujo y resulta ser bastante turbia y moralmente desasosegante.