viernes, 12 de marzo de 2010

Miguel Delibes

“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así. Daniel el Mochuelo, desde el fondo de sus once años, lamentaba el curso de los acontecimientos, aunque lo acatara como una realidad inevitable y fatal. Después de todo, que su padre aspirara a hacer de él algo más que un quesero era un hecho que honraba a su padre. Pero por lo que a él afectaba…”

Ha muerto Miguel Delibes, figura inigualable de las letras castellanas.

Esta mañana, en cuanto he escuchado la noticia he ido directamente a mi biblioteca y he rescatado un volumen: “El Camino” en edición de Destinolibro de 1.981. En la primera hoja están escritos mis apellidos (con letra indudablemente infantil) y al lado “82-83”, el curso en que lo leímos: 8º de EGB, con doce años para trece, e inmediatamente me he transportado a mi clase del colegio, por la tarde, las luces del aula encendidas (la lectura siempre era por las tardes) y los cuarenta alumnos en silencio (quizás alguno aprovechara la calma para dormitar una discreta siesta) siguiendo la lectura en voz alta de alguno de nosotros bajo la dirección de nuestro profesor de Lengua, don Juan Porro, que nos decía siempre, antes de leernos un poema o un fragmento de novela (Machado, Sánchez Ferlosio) “Abrid los ojos del cuerpo y del alma” y nos iba abriendo las ventanas al paisaje infinito de la literatura.

Luego, ya por mi cuenta, fueron llegando otras muchas obras de Delibes, no las citaré porque son casi todas, y en cada una de ellas me reencontré con un viejo conocido, porque su estilo impecable, su vocabulario, riquísimo, formaba parte de mi propio mundo desde muy temprano. Me volvía a envolver en cada lectura aquel ambiente cálido de mi aula escolar, aquellos días en que, al abrir los libros vivíamos la historia de Daniel el Mochuelo y Roque el Moñigo, niños pobres en tierras castellanas y por un rato viajábamos sin movernos de nuestras sillas a otras vidas, cada capítulo era una estación de este viaje interminable que supone la lectura para los que tuvimos la suerte de ser iniciados en esta pasión por estupendos maestros que nos subieron a los primeros vagones de la mano de algunas de las más grandes joyas de nuestra Literatura.

Ojalá los niños de ahora tengan la suerte de que alguien ponga en sus manos “El Camino”, de que les abran también a ellos los ojos del cuerpo y del alma al gran autor vallisoletano que se ha ido pero nos deja un legado infinito de personajes, historias y paisajes.