domingo, 23 de febrero de 2014

La ciudad de los ojos grises


A veces, al leer una novela, nos pueden ocurrir cosas sorprendentes, como me ha ocurrido a mí leyendo "La ciudad de los ojos grises", y es que Félix G. Modroño ha logrado que llegue a añorar una ciudad en la que nunca he estado, es más, una ciudad en la que nunca podré estar, porque el poder evocador de esta novela nos traslada al recuerdo de una época pasada, la del Bilbao de finales del siglo XIX recordado por su protagonista, el arquitecto Alfredo Gastiasoro que desde su exilio voluntario en el París de principios del siglo XX añora la ciudad de su infancia. Y es que aquel Bilbao que Alfredo recuerda era casi un pueblo, al menos en sus costumbres, donde todos se conocían, donde la gente se saludaba por el nombre y donde transcurrió su infancia, aquella que siempre será un paraíso irrecuperable y más cuando ha sido el escenario del primer amor.

Y ese pasado queda aún más lejano cuando el escenario se altera tanto como el Bilbao que comienza el siglo asistiendo a un enorme proceso de industrialización que transforma radicalmente el paisaje urbano y a sus habitantes. Las nuevas fábricas, las grandes avenidas y los nuevos edificios de aires afrancesados, los núcleos de población inmigrante atraída por los míseros empleos que generan las minas y el sueño de un progreso prometido; todos esos cambios hacen que Alfredo se sienta extraño en su ciudad natal, a la que regresa al saber que Izarbe, la que fue su amor de juventud y acabó casada con su hermano Javier, ha sido asesinada.

El protagonista se mueve entre Bilbao y el París bohemio previo a la Guerra Mundial, donde frecuenta los ambientes artísticos de vanguardia y conocemos hechos históricos en ambos países que se van entretejiendo con la trama. Asistimos a la implantación de nuevas modas y costumbres burguesas, a enfrentamientos políticos y al surgimiento de los movimientos obreros, a la vida social centrada en las tertulias de los cafés donde se crean y se comunican ideas, creencias, tendencias políticas o se discute del nuevo deporte de moda, el football que gana en popularidad a la pelota vasca, igual que el café vence a la costumbre del chocolate, las faldas de las mujeres comienzan a mostrar los tobillos. Estas y otras imparables novedades van dando paso a una mundo en frenética evolución que se asoma a la modernidad y ve cambiar irremisiblemente el aspecto exterior y el fondo de la sociedad. Y en medio de todo ello se entremezclan personajes como Miguel de Unamuno, Picasso, Modigliani, Gayarre, Marie Curie y ¡hasta Mata Hari!!, todos ellos participando en mayor o menor medida en la trama de la novela.

La historia combina muy bien los géneros detectivesco, romántico e histórico sin pertenecer plenamente a ninguno de ellos. El tono de la novela está marcado por un tono bastante poético en las descripciones y en la forma en que plasma los sentimientos, como muestra la profunda melancolía que marca toda la novela y la forma en que nos acerca al amor imposible de los protagonistas sin hacerlo de forma dramática, sino sutil y sensiblemente. Y este amor que permanece en el tiempo es el que marca la vida del protagonista que huye de este sentimiento marchándose a París pero permanece en su mente y en su corazón a pesar de la distancia. Todo esto hace de esta novela una historia que merece ser leída, que transmite mucho sin dramatismos y nos acerca a un pasado y a una época de la Historia en la que muchas cosas cambiaron pero donde comprobamos que las historias de amor siempre permanecen a pesar de todo.

martes, 11 de febrero de 2014

Los vigilantes del faro

Camilla Läckberg lo ha conseguido de nuevo, me ha vuelto a conquistar con esta última entrega de su serie de los policías (y el resto de la tropa) de Fjällbacka. Y es que la vida de la escritora Erica Falk y el detective Patrick Hedström ya es como la vida de unos amigos que viven lejos, eso sí, pero que nos sigue interesando, preocupando y entreteniendo. He leído que con esta última historia titulada Los vigilantes del faro parece ser que se liquida la serie, aunque no me ha dado esa impresión al terminar la novela, ya que no ocurre ningún hecho destacable ni se da ninguna razón por la que no podamos seguir acompañando durante muchos años más a los chicos de la comisaría de Tanum a resolver muchos otros misterios, contando siempre, como no, con la indiscutible ayuda de Erica y su incansable curiosidad.

Nuevamente, como viene siendo habitual en las anteriores entregas, la novela trenza diversas historias al mismo tiempo, algunas protagonizadas por los ya viejos conocidos de la comisaría y otras por personajes nuevos. Me agrada en especial ver cómo van evolucionando los personajes ya habituales, cómo asistimos a su vida familiar, a sus relaciones con los compañeros y lo interesante de estas tramas personales están a la misma altura de importancia que la trama de la investigación policial, incluso en algún caso resultan más atractivas. Como siempre también, hay una trama que transcurre en el pasado y que explica o se refleja en el presente, y todas esas historias acaban confluyendo en un estupendo final donde todo cuadra sin evitarnos esa aceleración de las últimas páginas en que hay que correr contra reloj para poner todas las piezas en su lugar y evitar el desastre.

En relación con el argumento principal, en esta ocasión se centra en el asesinato de Matte Sverin, un joven economista que había regresado a Fjällbacka hacía pocos meses para trabajar en el ayuntamiento y es encontrado en su apartamento con un disparo en la nuca. Apenas existen pistas que justifiquen su asesinato, en torno al joven Matt parece no existir nada sospechoso ni se le conocen enemigos que quisieran acabar en su vida, ni siquiera conflictos de ningún tipo. Será preciso que se investigue en su empleo anterior y en su aparentemente anodina vida para lograr descubrir los motivos que han causado su muerte. Y junto a esta trama principal nos encontramos con otras historias, con los asuntos personales y profesionales de los habitantes de la ciudad y de la comisaría e incluso asistimos a alguna historia de fantasmas que se entrelaza con toda naturalidad con la realidad sin desentonar, muy bien planteada y totalmente creíble. Como es habitual en las novelas de Läckberg, se habla mucho de relaciones familiares, de la conexión entre hermanos, de madres que protegen a sus hijos, de las huellas que la infancia deja en los adultos y de la estabilidad que da el amor familiar. También aparecen asuntos como el maltrato infantil y a las mujeres y el mundo de las drogas y las mafias, pero siempre viendo estos asuntos desde el punto de vista de las personas que viven inmersos en ellos, sus motivaciones y las consecuencias de verse involucrados en estos mundos.

En definitiva tengo que decir que siendo yo por lo general reacia a engancharme a series de ningún tipo, ni novelísticas ni televisivas, ya que no me gusta crearme obligaciones ni esclavizarme a seguir las entregas, confieso que esta es una de las pocas excepciones que haré a esa norma general, y que lo hago gustosamente con lo que no me importa que la autora decida continuar esta serie y que le aseguro que en mí encontrará una fan siempre fiel dispuesta a seguir los avatares de la pandilla de Fjällbacka durante muchos años y entregas más.

miércoles, 5 de febrero de 2014

Azul Vermeer

Tal vez fue por la desilusión de que la historia comenzara situada en la casa y la época del propio Vermeer pero que enseguida cambiara de ubicación y no volviéramos a esa época en toda la novela. Esa puede ser una razón por la que no acabara de cogerle el punto a esta novela de Mar Mella con un título tan sugerente como Azul Vermeer. También puede deberse a una protagonista triste, anodina, casi antisocial, con evidentes dotes artísticas y profesionales, eso sí hay que reconocérselo, pero que a nivel personal no llegaba a resultarme simpática en ningún momento (cosa que a ella no creo que le preocupara demasiado), el hecho de no terminar de empatizar con la triste Marta Miralles, a pesar de su traumática vida familiar y la inagotable tristeza que arrastra a lo largo de toda la novela no ayudaba demasiado tampoco. Algo influían también los cambios de historia y protagonista, aunque entiendo que eran necesarios para que cuadrara finalmente toda la trama, pero, así y todo, no acababa de emocionarme, ni de interesarme por el joven Ruud Smits durante su periplo por la Guerra Civil española, mientras que, curiosamente, sí que me sentí muy cercana a este personaje en los capítulos situados en el tiempo actual. Ya sé que esto es lo que se lleva ahora en casi todas las novelas, el ir de atrás adelante y vuelta atrás, pero en este caso me parecían historias inconexas colocadas unas junto a otras, sin que unas aportaran interés a las otras, a pesar de que sabía que algún sentido debían de tener en el desarrollo de la novela. En fin, varias cosas que, sin hacer que pueda decir que no es una buena novela, no me ayudaron durante muchas páginas a enamorarme del libro.

Pero no quiero que este comentario resulte en general negativo, porque la novela también tiene cosas positivas y me ha terminando gustando. De hecho, el final es bastante bueno e inesperado, sobre todo por el papel pasivo y poco lucido que tiene la protagonista durante toda la novela, que hace que su jugada final me haya sorprendido y casi me alegró, al verla, por fin, reaccionar y ser espabilada. Tengo que resaltar, para ser justa, que hay algunos aspectos muy positivos en la novela. El primero y fundamental es la visión del mundo de la pintura, de la restauración y del mercado de obras de arte que se nos presenta, totalmente atractivo y contado con una especial sensibilidad que te hace creerte lo que estás leyendo y sumergirte en ese entorno por completo; en las escenas protagonizadas por los lienzos, los pigmentos, los barnices, la mano del artista, los momentos de la protagonista plantada ante los cuadros, ahí es donde más he disfrutado de esta novela. También me han gustado mucho los capítulos situados en Amsterdam, más que los de España; los Medraño, padre e hijo, la soberbia Emilia Medraño, no son, precisamente, personajes con los que simpatizar. Me ha conquistado, sin embargo, la personalidad del los personajes holandeses, el propietario del estudio de restauración, Ruud Smits y su hijo, encantador en mi opinión, Paddy Donaldson. Ambos me han atraído bastante más que la propia protagonista y me ha gustado, además, cómo se retrata la ciudad, con su lluvia, sus colores, su estilo de vida, sus canales y, por supuesto, sus museos. Pero por encima de todo, la pasión que Smits muestra por el magnífico pintor Johannes Vermeer, esto es lo que, sin duda, me ha ganado absolutamente el corazón.

En cuanto al estilo narrativo, destacaría que me han convencido más los pasajes dialogados que los descriptivos, en los que parece que se nos mete información en frío, se describen a los personajes, en ocasiones de manera muy arquetípica, lo que no nos permite que los conozcamos por sus actos o sus palabras, no deja que los vayamos descubriendo, sino que la autora los describe ya de inicio con su personalidad y su etiqueta ya marcada a priori, sin que lleguen a convencer. Esta sensación la tuve, en especial, con los personajes de la época del Madrid de la guerra, a los que encontré bastante prototípicos. Sin embargo, y aparte de esto, el relato es bastante fluido y de fácil lectura y estoy segura de que agradará a una gran mayoría de los que se acerquen a él, en especial a aquellos que tengan cierta debilidad por los temas artísticos en general y por el mundo de la pintura, en particular.