Existen autores, como es el caso del grandioso Stefan Zweig, cuya vida personal es tan intensa, interesante y atractiva como para darle sobrado contenido a toda una obra literaria. Y es que sin necesidad de novelar demasiado sus vivencias, sin añadirles excesivas florituras ni ahondar en los aspectos más personales de su intimidad, sus recuerdos, vivencias y apreciaciones sobre la sociedad, cultura y política de la primera mitad del siglo XX ya suponen de por sí argumentos suficientemente interesantes. Es por ello que el autor austriaco decidió escribir su biografía vital, sus reflexiones sobre el mundo que le tocó vivir y la tituló así, "El mundo de ayer. Memorias de un europeo". Porque junto a su faceta de novelista y biógrafo de altísimo nivel, Zweig vivió en primera línea los grandes sucesos de la Europa del último siglo y en esta obra desgrana sus recuerdos desde lo que era la Viena de su infancia y primera juventud, realiza un retrato del antiguo imperio austriaco y de todo el viejo continente centroeuropeo para, a continuación, relatar el final de todo aquello, contarnos cómo las dos grandes guerras cambiaron ese panorama y acabaron con la inocencia y la seguridad en la que vivían los burgueses europeos de las grandes naciones occidentales, pulverizaron la tranquilidad, la estructura social que había parecido inamovible y que había permanecido intacta durante siglos.
Con la excusa de repasar su propia vida, el autor despliega todo un ensayo en el que entrelaza sus propios recuerdos personales con el análisis de esa sociedad europea que conoció en su infancia y juventud, analizando la manera en que la esencia del hombre europeo basado en unas normas antiguas, en una vocación hacia la cultura, el arte, el humanismo e incluso la inocencia con la que veían el mundo, la fe irreductible en el progreso y, sobre todo, el sentimiento de europeidad, el saberse ciudadanos cosmopolitas, hermanados con los demás miembros de una gran sociedad europea avanzada, todo eso desaparece con las guerras, con la Primera, que fue el despertar de un feliz sueño, y, de manera especial, con la Segunda, con su inconmensurable deshumanización y crueldad.
En los recuerdos de su primera juventud, Zweig rememorará sus tiempos de niño en la pacífica y culta Viena, donde crecían los jóvenes de entonces rodeados de música, literatura y espíritu artístico. Tal vez sea la suya una visión idealizada de la juventud acomodada de la época alrededor de la cual el mundo era perfecto y las aspiraciones culturales y humanistas del alma burguesa eran plenamente satisfechas. Impulsado por su afán de conocer de cerca a sus hermanos europeos, pasa a rememorar sus frecuentes viajes, el París de su juventud, un paraíso de libertad y fraternidad, sin distinciones de clases, contraponíendolo con lo frío que le resultó el ambiente de Londres en todos los aspectos, y donde no acabó de encajar. Estos viajes suyos por Europa están plagados de encuentros, amistades y relaciones con enormes figuras de la época, como el poeta Rilke, el escultor Rodin, su amistad Richard Strauss o con Sigmund Freud y a ello une su pasión coleccionista de objetos que pertenecieron a las grandes figuras de la literatura y el arte. Viajero infatigable, se encuentra tan cómodo en Alemania como en Italia, en Francia o en Bélgica como en su amada Austria. No son las suyas tanto unas memorias de hechos y datos como de filosofía humanista, de análisis de las corrientes de pensamiento, de sentimientos y reflexiones sobre la naturaleza humana, la sociedad y la cultura europeas y su evolución a lo largo del siglo XX. No debemos esperar encontrar en esta obra demasiada información personal ni familiar, apenas unos comentarios sobre su relación con su padre o un asomo de ternura hacia su madre en sus últimos días de vida, apenas unas menciones a sus esposas, prácticamente invisibles. El autor limita su relato a su actividad profesional, cultural y artística, describiendo con gran detalle y profundidad sus relaciones o conversaciones con multitud de figuras y personajes públicos de aquellos años.
En los recuerdos de su primera juventud, Zweig rememorará sus tiempos de niño en la pacífica y culta Viena, donde crecían los jóvenes de entonces rodeados de música, literatura y espíritu artístico. Tal vez sea la suya una visión idealizada de la juventud acomodada de la época alrededor de la cual el mundo era perfecto y las aspiraciones culturales y humanistas del alma burguesa eran plenamente satisfechas. Impulsado por su afán de conocer de cerca a sus hermanos europeos, pasa a rememorar sus frecuentes viajes, el París de su juventud, un paraíso de libertad y fraternidad, sin distinciones de clases, contraponíendolo con lo frío que le resultó el ambiente de Londres en todos los aspectos, y donde no acabó de encajar. Estos viajes suyos por Europa están plagados de encuentros, amistades y relaciones con enormes figuras de la época, como el poeta Rilke, el escultor Rodin, su amistad Richard Strauss o con Sigmund Freud y a ello une su pasión coleccionista de objetos que pertenecieron a las grandes figuras de la literatura y el arte. Viajero infatigable, se encuentra tan cómodo en Alemania como en Italia, en Francia o en Bélgica como en su amada Austria. No son las suyas tanto unas memorias de hechos y datos como de filosofía humanista, de análisis de las corrientes de pensamiento, de sentimientos y reflexiones sobre la naturaleza humana, la sociedad y la cultura europeas y su evolución a lo largo del siglo XX. No debemos esperar encontrar en esta obra demasiada información personal ni familiar, apenas unos comentarios sobre su relación con su padre o un asomo de ternura hacia su madre en sus últimos días de vida, apenas unas menciones a sus esposas, prácticamente invisibles. El autor limita su relato a su actividad profesional, cultural y artística, describiendo con gran detalle y profundidad sus relaciones o conversaciones con multitud de figuras y personajes públicos de aquellos años.
Finalmente, cuando los nacionalismos y en especial el nacionalsocialismo arruinan el sueño de una gran Europa hermanada por el progreso y la cultura, mientras que muchos aún vivían en la ignorancia o en el optimismo de considerar que la revolución en Rusia sería flor de un día o de que Hitler no supondría un peligro real para la paz europea, Zweig, gran defensor del pacifismo y de la libertad individual, ya desposeído de su nacionalidad tras la caída de Austria a manos de Alemania, obligado a huir de su país y viendo desaparecer aquel Mundo de ayer que ya sabe que nunca volverá, cae en un profundo sufrimiento al convertirse en apátrida, se refugia en Inglaterra desde donde su visión del futuro es eminentemente pesimista, y no sin razón. Sin embargo y a pesar de ello, querría destacar las últimas líneas de este libro que dejan entrever un cierto asomo de positivismo, de testimonio, al menos, de una vida aprovechada hasta el máximo, de una existencia que ha merecido la pena ser vivida.
"Pero toda sombra es, al fin y al cabo, hija de la luz y sólo quien ha conocido la claridad y las tinieblas, la guerra y la paz, el ascenso y la caída, sólo éste ha vivido de verdad."Poco después de escribir esta obra, y viendo el triunfo del horror en la guerra mundial, el autor, desilusionado y alejado de su patria, sin esperanzas en la recuperación de aquel mundo de ayer que tanto añoraba, se suicidaría en su casa de Brasil junto a su segunda esposa. Sus últimas palabras fueron para sus amigos y demuestran el oscuro espíritu que se cernía sobre él en aquellos postreros momentos:
"Saludo a todos mis amigos. Ojalá puedan ver el amanecer después de esta larga noche. Yo, demasiado impaciente, me voy antes de aquí"Dejo aquí un enlace, a modo de epílogo, en el que se habla de los últimos días de Stefan Zweig y que me ha resultado un buen complemento a esta lectura que tanto me ha hecho reflexionar sobre la naturaleza humana, la identidad europea y el poder de la cultura humanista frente a la barbarie.
De este autor solo he leído La mujer y el paisaje y Mendel el de los libros y estoy deseando seguir con sus novelas. Las biografías me dan un poco de pereza pero con tu reseña me lo estoy pensando. Muchos besos.
ResponderEliminarA mi me resulta fabuloso de las autobiografías el poder conocer la vida de alguien a través de su propia voz, saber su punto de vista sobre el mundo, conocer sus peripecias vitales y si es un escritor cuya obra admiro, la oportunidad de ponerme en su piel me parece impagable.
EliminarSaludos.
NO soy de leer biografías, pero este autor me gusta tanto que no me importaría nada leer ésta.
ResponderEliminarBesotes!!!
En esta obra revives el contexto histórico y social en el que transcurren sus propias novelas. Aparte de que retrata una etapa histórica fascinante ya de por sí. Seguro que te gusta.
EliminarSaludos.
De hecho, conozco muy bien la vida de Zweig pero apenas su obra, algo a lo que tengo que poner remedio, porque hablo de él como si me lo hubiera leído mucho, pero no, sólo que me he empapado mucho de su vida. Así que antes pasaré por unas cuantas novelas suyas que por biografía. ;)
ResponderEliminarBesos y gracias
Pues seguro que no te defraudan sus novelas, ni sus obras biográficas como la de María Antonieta. Espero que las disfrutes.
EliminarSaludos.