Me gusta volver de vez en cuando la vista hacia obras clásicas de la literatura, alejarme de la actualidad, de las tramas contemporáneas, del lenguaje de la calle y regresar a esas novelas que reflejan épocas y culturas ya pasadas. Bien cierto es que, analizándolo fríamente, los argumentos en lo que a las relaciones personales se refiere no han cambiado tanto en los últimos siglos: al amor, el odio, la envidia, el triunfo, la codicia, la familia... los motores que mueven al ser humano son siempre los mismos, pero es cierto también que las formas van evolucionando, las costumbres y los modos sociales cambian constantemente, las maneras de actuar de cara a los demás, las buenas formas y las convenciones en las que nos movemos sí que van variando con los años y en una época en la que el "todo vale" es casi un mantra y donde lo correcto es desafiar las normas de urbanidad y saltarse las tradiciones para resultar indiscutiblemente moderno, choca más el volver a asomarnos a una época en la que se juzgaba a las personas por la manera en la que se amoldaban a los hábitos y costumbres generalmente acordadas como correctas y aceptables, donde lo primero para triunfar en sociedad era seguir esas normas y adaptarse a ellas.
Hace ya muchos años quedé cautivada por la famosa novela de Edith Wharton "La edad de la inocencia", magistralmente adaptada al cine, donde se nos mostraba la rígida estructura social y de costumbres de la antigua Nueva York del siglo XIX, donde las clases altas eran lo más parecido a la nobleza que los americanos hayan conocido nunca. Las familias de más raigambre y tradición se casaban entre ellos y conservaban las tradiciones a través de un complicado sistema de protocolos y hábitos sociales y en definitiva, todo un código de comportamiento lleno de complicaciones y matices que nadie que quisiera pertenecer a esa élite debería desconocer ni desobedecer. En esta otra novela, "Las costumbres nacionales", la autora no se aleja mucho de aquel escenario, si bien en esta ocasión nos presenta en el mismo lugar, en aquel "viejo Nueva York", a una nueva clase social que aspira a ascender a lo más alto del escalafón: se trata de los nuevos ricos, los ciudadanos que, a base de trabajo y riesgo han alcanzado el nivel económico suficiente como para reclamar un lugar entre los más favorecidos, a participar en las reuniones y fiestas, vivir en grandes residencias, veranear en la costa, en fin, imitar el modo de vida de las grandes familias de toda la vida. Pero siempre se encontrarán con el desprecio más o menos oculto de los miembros de las antiguas familias que van viendo disminuir sus fortunas ante el auge de la nueva economía industrial pero conservan intactos su orgullo y sus prejuicios.
En esta ocasión, la autora nos presenta a una protagonista fascinante, muy profundamente retratada, Undine Sprang es una joven caprichosa y ambiciosa, hija de un industrial que ha visto crecer su riqueza rápidamente, se traslada junto con sus padres desde la provinciana ciudad tejana de Apex City a Nueva York, en parte por expandir los negocios paternos pero sobre todo para asegurar a la hija un buen entorno social que le garantice un casamiento exitoso, a la altura de la fortuna paterna. La vanidosa joven se debate entre las dos clases más sobresalientes de la gran ciudad: la de las familias de tradición y abolengo, la rancia vieja clase con tradición y complejas relaciones familiares y la nueva clase de empresarios adinerados en la que el pasado familiar importa menos que el estado de la cuenta bancaria. Undine sólo quiere ver todos sus caprichos cumplidos: viajar a París y brillar en todas las fiestas, ser admirada por su belleza y comprar todo aquello que se le antoje, pero también desea pertenecer al círculo cerrado de las grandes familias. Pronto descubrirá que el decoro, el estilo y la tradición no le da suficientes satisfacciones ni pagan su nuevo vestuario para cada temporada.
El retrato que de esta protagonista hace la autora es, en ocasiones, despiadado. Nos muestra sin pudor todas sus debilidades, su única pasión por atesorar éxitos sociales. Ni el afecto de su marido, el cariño de sus padres ni siquiera de su propio hijo, le merecen el valor de lo que ella más valora, nada supera su afán de alcanzar lo que ella considera sus máximos logros en la vida: ser reconocida por su belleza y elegancia y recibir su recompensa en forma contante y sonante
"deseaba (...) recibir abiertamente de la vida los privilegios que merecía por sus dones"
Sin plantearse en ningún momento que debiera entregar nunca nada a cambio de todo aquello que ella considera merecer, ni tan siquiera amor, respeto o reconocimiento a los que todo estaban dispuestos a entregarle a ella. Cree sinceramente desde su egocentrismo sin límites que la satisfacción de todos sus deseos debe ser la única misión de cuantos la rodean.
La novela es extremadamente detallada en cuanto a los sentimientos de los protagonistas, a las relaciones que entre ellos se establecen, a esa lucha entre lo antiguo y lo moderno, entre tradición y progreso, entre las antiguas familias y los nuevos emprendedores de éxito. Dibuja con maestría los ambientes sociales, destacando las diferencias entre la vieja sociedad de Nueva York y la de los nuevos estados donde prevalece el trabajo y el éxito económico sobre los apellidos y también nos muestra la vida social de los americanos que se trasladan por largas temporadas a las capitales europeas donde disfrutan derrochando y festejando constantemente, lejos de las estrictas normas de su ciudad de origen. Una novela, por tanto, fundamental para adentrarse en la sociedad americana de una época que pasó pero que todavía mantiene la diferencia entre los estados antiguos de la costa Este y su tradición de cuna de la cultura y el buen gusto.
Existe un gran parecido, yo diria perverso entre Elmer y May, ambos dominan la situación desde las sombras y terminan siendo los triunfadores. May en la edad de la inocencia sabia lo que Archer pensaba e incluso deseaba y lo mismo sucede con Elmer, que a medida que avanza la novela se convierte de un indeseable en un millonario. Elmer maneja la situación y a las personas de la misma forma que May lo hacia.
ResponderEliminarMe parece que debía de ser agotador pertenecer o tratar de pertenecer a esa clase social llena de imposiciones, estándares que cumplir, todo intrigas y sobreentendidos, puf!! Es una situación nada envidiable desde mi punto de vista, no hay duda, la lucha continua de la clase poderosa.
EliminarSaludos.