Así nace esta obra, "Toda la belleza del mundo", que nos permite acompañar al autor desde el antiguo Egipto a Grecia o Roma, disfrutar de los maestros clásicos, el arte medieval o la historia norteamericana; sus constantes rotaciones de sala en sala nos llevarán a disfrutar junto a él de tesoros artísticos y culturales de todas las épocas, lugares y estilos. Lo veremos fascinado por las máscaras africanas, un banjo artesanal fabricado por un esclavo o una colosal muestra dedicada a Picasso, demás de descubrirnos los entresijos del funcionamiento cotidiano de una gran institución como es el Met con sus cientos de empleados, vigilantes, conservadores, técnicos y personal de administración, junto a los que Bringley convivió durante años.
Delicada, sensible, vital y divertida, la obra va hilvanando variadas escenas, historias por las que se pasearán, como lo hacen por las salas del museo, grupos de escolares, turistas despistados o auténticos enamorados del arte. Todos desfilan entre el asombro y el desinterés, ilusionados o apáticos, ante el paciente vigilante, le consultarán, le comentaran y descubrirán y se asombrarán ante todo el mundo de maravillas que encierran los muros del gran museo neoyorquino.
"Me gustan en especial las preguntas de los perplejos. Me caen bien los perplejos. Creo que aciertan al deambular desorientados por el Met, y las personas más instruidas se equivocan al tomarse con calma aquello que ven. Los perplejos se sorprenden con cosas que son de hecho sorprendentes: que un Picasso esté justo ahí para recibir su respiración, que hayan cogido un templo egipcio y lo hayan trasladado a Nueva York."

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