domingo, 29 de julio de 2018

Una suerte pequeña

Me reencuentro nuevamente con la argentina Claudia Piñeiro, autora que siempre logra sorprenderme por sus tramas absolutamente contemporáneas y cargadas de reflexiones personales sobre temas de enorme profundidad e intensidad. No ha sido diferente mi experiencia con esta última lectura, "Una suerte pequeña", en la que, a través del discurso reflexivo de la protagonista vamos conociendo a esta mujer, Mary Lohan, que nos cuenta en primera persona su retorno a Argentina de donde salió hace veinte años y a donde nunca pensó en regresar. Pero esta que regresa ya no es la misma mujer que se fue; su pelo corto, más delgada, el acento de otra lengua en su forma de hablar, hasta el color de ojos oculto tras unas oportunas lentillas coloreadas, todo ello trata de ocultar su verdadera identidad a aquellos que la pudieron conocer en aquellos días pasados. Incluso el nombre no es el mismo, Marilé Lauría o María Elena Pujol, como se llamaba de soltera, ya no existe y si algo quedara de ella, está enterrado bajo capas de tiempo y olvido voluntario. Pero todo el tiempo transcurrido y su esfuerzo por convertirse en otra persona no le servirán para nada en el momento en que el pasado se le siente enfrente, al otro lado de la mesa, y Mary o Marilé tendrá que enfrentarse cara a cara con él, a lo que dejó atrás, a lo que pretendió olvidar, a todo aquello a lo que renunció.

La lectura de esta novela se hace sencilla y apetecible gracias a la prosa que discurre con fluidez, como suele ocurrir con la autora, que deja asomar su suave acento argentino, con sus giros y acentuación propia de aquel país, siempre tan dulce y embriagadora, lo que, por otra parte, no obstaculiza en absoluto la lectura para los lectores castellanoparlantes, sino que la suaviza y la hace mas encantadora aún. El relato resultante es una historia intimista y sincera contada con el punto justo de ternura, tristeza y arrepentimiento que empapa una historia contada por una mujer que lleva tantos años escondida de su pasado, de su propio hijo pero también de sí misma, una mujer que no ha vivido plenamente porque su vida quedó en suspenso cuando se separó de todo aquello que dejó atrás y ahora tiene por fin la oportunidad de retomar su vida, si no en el punto donde la dejó, sí en el momento de madurez en que se encuentra ahora, con el peso de lo vivido y de lo perdido, alcanzando ahora la capacidadad de perdonarse a sí misma, algo incluso más importante que el hecho de ser ser perdonada por los demás. Una encantadora historia en la que se nos muestra que siempre es posible encontrar dentro de uno mismo la capacidad de volver a empezar de nuevo.

domingo, 22 de julio de 2018

La primera mano que sostuvo la mía.

He tardado relativamente poco en volver a encontrarme con una novela de Maggie O'Farrell, y es que se trata de una autora que ha entrado rápidamente entre mis favoritas y cuya lectura siempre me depara momentos de enorme placer. Me encuentro en esta ocasión en "La primera mano que sostuvo la mía" con dos historias de mujeres, con la vida de pareja, con dos mujeres enfrentadas a la maternidad en escenarios coincidentes de Londres, una en la época actual y la otra en los últimos años cincuenta y los sesenta. Ambas historias tienen gran fuerza y nos arrastran con ellas por igual. 

Las protagonistas son dos mujeres jóvenes cuyas existencias acabarán por entrecruzarse a pesar de que cada una vive en una época diferente. Elina acaba de ser madre pero nada ha sido como esperaba: la experiencia traumática de un parto complicado la aboca a una depresión, a afrontar una situación de pareja que en nada se parece a lo que compartía antes con Red: no sólo ha perdido su impulso creativo que la llevaba por la senda de convertirse en una gran figura de éxito en la vida artística londinense; también asistimos a la nueva cotidianeidad de una pareja a la que un bebé recién llegado trastoca de arriba a abajo, lo cambia todo y por lo general el cambio no es a mejor, a pesar del amor intenso por el hijo, la adaptación de ambos a la nueva situación es difícil. Pero además Ted también se siente cambiado desde que es padre. Una vez que Elina comienza a regresar a la normalidad y a dejar atrás los peores momentos, algo en el pasado de Ted que ha permanecido oculto parece querer asomar en su memoria y ver crecer al niño recién llegado lo remueve todo, recuerdos sepultados por años quieren volver a ocupar su lugar.

En cuanto a la otra protagonista, Alexandra, ha escapado de su casa, de su madre controladora, de sus numerosos hermanos y de la aburrida vida en Devon y se establece en Londres donde sueña con convertirse en una chica moderna. Corren los primeros cincuenta y todas las posibilidades de la gran ciudad se ofrecen ante ella: trabajar, ser liberal e independiente. Lo primero que cambia es su nombre para convertirse en Lexie. En realidad es Innes el que le cambia el nombre y toda su vida, Innes, editor de una revista, inquieto, locuaz, incansable, casado y con una hija, es el que la introduce en el mundo del arte y la cultura de la capital. La energía de su carácter arrastra a Lexie a un mundo de libertad y aprendizaje que la llevará a triunfar como periodista especializada en arte. Pero el brillante futuro que esperaba a la pareja no llegará a ocurrir.
"Su madre le dio dos consejos cuando se fue a Londres. 1. Busca trabajo de secretaria en una casa importante y próspera que te ponga «a tiro de la clase de hombre que te conviene». 2. No te quedes nunca con un hombre en una habitación en la que haya una cama. Su padre le dijo: «No pierdas más el tiempo estudiando, porque los estudios hacen antipáticas a las mujeres». Sus hermanos pequeños le dijeron: «Que no se te olvide ir a ver a la reina». Su tía, que había vivido una temporada en Londres en los años veinte, le dijo que no cogiera el metro (estaba sucio y no había más que individuos indeseables), que nunca entrara en un café (porque estaban llenos de gérmenes), que llevara siempre faja y un paraguas, y que no pisara el Soho. Huelga decir que hizo caso omiso de todo."
Las dos historias transcurren sin relacionarse pero tienen un tema que las conecta: la maternidad, no desde una visión idílica, sino con una mirada muy realista a los grandes cambios que un bebé trae a la vida de los padres, en sus hábitos, sus relaciones, la forma en que se mira al mundo cuando hay un niño que se sitúa en el centro de todo y hace cambiar la perspectiva, las prioridades y los valores. Es maravillosa la manera en que esta novela muestra las luces y sombras de la maternidad.
"Nos cambia la forma del cuerpo, compramos zapatos de tacón bajo, nos cortamos la melena. Empezamos a llevar en el bolso galletas mordisqueadas, un tractor de juguete, un trocito de una tela muy querida, un muñeco de plástico. Perdemos el tono muscular, el sueño, la razón, la perspectiva. El corazón empieza a vivir fuera de nuestro cuerpo. Ellos respiran, comen, gatean y... ¡hala!, andan, empiezan a hablar con nosotras. Aprendemos que a veces hay que andar a pasitos cortos, pararse y mirar con atención cada palo, cada piedra, cada lata aplastada del camino. Nos acostumbramos a no llegar a donde queríamos ir. Aprendemos a zurcir, tal vez a cocinar, a poner rodilleras en los pantalones. Nos acostumbramos a vivir con un amor que nos inunda, nos ahoga, nos ciega, nos controla..."
La prosa de la O'Farrell es tan magnífica que es un placer el mero hecho de pasearse por sus páginas, de asomarnos a las vidas de estas dos mujeres, de disfrutar mientras las acompañamos en sus avatares diarios narrados con un estilo cargado de sencillez y naturalidad pero que no deja de deleitarse en los detalles más simples y elementales que son los que dibujan con mayor viveza unas existencias que no están marcadas por los grandes acontecimientos sino que se configuran a través de los momentos más mundanos y sencillos que son los que verdaderamente conforman al final las vidas de las personas, en los libros y fuera de ellos. Destacaría también el enorme protagonismo de la ciudad de Londres, a la que la propia autora describe como el tercer protagonista de la novela, la manera en que cambia la ciudad, como pasa de la época de postguerra, de la bohemia, del Soho de los artistas y los escritores, a la ciudad moderna llena de cafeterías de grandes multinacionales, apartamentos de lujo y oficinas sin una gota de originalidad ni encanto. Los personajes cruzan de una época a la otra compartiendo los espacios físicos, los locales y las aceras, cada uno dentro de su propia historia pero unidos a través del tiempo por esos lugares.

En esta obra disfrutamos de una de las grandes habilidades de la autora: hacer gran Literatura, así, con mayúsculas, a partir de vidas normales, de personas corrientes que podrían ser reales; hacernos sentir sus alegrías, el amor que sienten, sus dolores, sus angustias. Y todo ello se queda con nosotros incluso cuando terminamos la lectura, Lexie y Elina son dos amigas cuyos problemas nos preocupan y junto a las cuales sufrimos. Eso no es fácil lograrlo y la O'Farrell lo consigue con aparente facilidad, con un estilo sencillo de leer pero cargado de profundidad y humanidad, prueba determinante de que es una gran narradora.

martes, 17 de julio de 2018

Llamadme Alejandra

Dentro de mi debilidad por la novela histórica, existen algunas épocas y personajes por los que siento especial predilección y eso se nota en la frecuencia con la que asoman entre los argumentos de mis lecturas. Uno de esos momentos recurrentes sobre los que regreso una y otra vez es el trágico final de la última familia imperial rusa a manos de los revolucionarios; sus protagonistas, las circunstancias personales por las que pasaron, la incertidumbre sobre las razones por las que fueron asesinados, la duda de si eran realmente necesarias sus muertes, el cambio radical que la Revolución rusa supuso en la Historia Universal y en la política mundial son temas que me atraen y me fascinan desde siempre. Por todo ello, no podía dejar pasar la oportunidad de hacerme con esta novela de Espido Freire, a la que he leído con cierta frecuencia y siempre me ha dejado un buen sabor de boca. En "Llamadme Alejandra" nos encontramos con una presunta autobiografía de la emperatriz que en los últimos momentos de su vida, mientras esperan su traslado desde la casa de Tobolsk donde está retenida la familia a un nuevo destino desconocido para ellos en ese momento y que será la Casa Ipatiev, en Ekaterimburgo, va rememorando toda su vida, desde su infancia en el pequeño ducado alemán de Hesse, su relación con sus padres y hermanos y el modo en que se convirtió en zarina mediante su matrimonio con el futuro zar ruso Nicolás II.

Alejandra era una más de las muchas nietas de la gran reina europea de la época, la gran Victoria de Inglaterra cuya amplia progenie ocupó mediante matrimonio la mayoría de tronos reales del continente y que dio lugar a que hasta hoy en día gran parte de las casas reales se encuentren unidas por lazos de sangre. Alejandra era, al parecer, una de las nietas favoritas de la abuela, bella y tranquila, demasiado seria para el gusto de su familia, pero una joven sensata, religiosa y discreta que tuvo la fortuna de poder combinar un matrimonio por amor con un heredero que la situó en una posición infinitamente mejor de la que el destino pareciera haber dispuesto para ella como sexta hija que era de un simple duque alemán.

La lectura de la novela es de lo más agradable. El ir siguiendo el relato de viva voz de la vida de una emperatriz que, sin embargo, se presenta ante todo como una mujer, una esposa y una madre para la que lo primero fue siempre su familia y nunca tuvo mucho interés por la moda o los lujos que en la corte rusa eran elementos imprescindibles, lleva a adentrarse en una experiencia que combina perfectamente la visión de los hechos históricos y de la vida privada de la protagonista que padeció los efectos de una revolución que acabaría aniquilando a toda su familia. Hace algún tiempo ya leí, de esta misma autora, otra biografía en la que empleaba este mismo recurso de darle la voz a la protagonista, en aquel caso se trataba de Cristina de Noruega, casada con el hermano de Alfonso X el Sabio y en ambos casos la autora logra una gran cercanía a la figura humana, al aspecto íntimo y personal de ambas mujeres. Nos acercamos a la profunda religiosidad de la zarina, a su dedicación total a su familia, su devoción hacia el oscuro y nunca comprendido Rasputin al tiempo que se nos describen detalles tan humanos como la selección de medias y guantes para su ajuar, la mala relación con su suegra o su costumbre mal vista en la Corte de amamantar a sus hijos. Todo ello nos permiten ver a la zarina como una mujer, más allá de los grandes acontecimientos históricos en medio de los cuales tuvo la fortuna o desgracia de vivir, como una madre que sufre por la enfermedad de su hijo y no soporta la frivolidad de la corte rusa que contrasta con sus sencillos y frugales gustos. Pero nada de eso le sirvió para evitar el verse arrastrada por la ola de la Historia junto a sus seres más queridos.

No hay duda de que la autora ha logrado nuevamente conquistarme con una nueva biografía novelada cargada de información, contada con sensibilidad y que despierta el interés tanto por la figura histórica como por el ser humano que late bajo la corona de la última zarina.

jueves, 12 de julio de 2018

Las aguas de la eterna juventud

Regreso nuevamente a enfrentarme con un caso del comisario Brunetti de cuya mano vuelvo a adentrarme en la Venecia más auténtica e intrigante y que tan bien retrata la escritora norteamericana Donna Leon. Curiosamente, debo comentar el hecho de que la propia autora tiene prohibido que sus novelas se traduzcan al italiano, no sé si se deberá a no estar muy segura de que la imagen de la ciudad Venecia que transmiten sus libros sea criticada por los propios habitantes de la ciudad de los canales. En cualquier caso debo decir que a mí sí que me tiene conquistada esta versión que la Leon hace de la ciudad italiana. Será porque no vivo allí y por lo tanto no puedo juzgar más que por lo que ella misma me muestra, tal vez.

Cuando se publica "Las aguas de la eterna juventud" han pasado veinticinco años desde la primera entrega de la serie y se nota el paso del tiempo en algunos aspectos como en que nuestro protagonista ya ha entrado, ¡por fin!, en el mundo del teléfono móvil (aunque sea para tenerlo guardado en cajón de su despacho) o que nos hablan del faraónico proyecto de ingeniería Mose, , actualmente en construcción, que pretende proteger a la ciudad de los canales de las mareas que, año tras año, siglo tras siglo, amenazan con terminar por hundirla para siempre. Incluso hemos dado el tremendo paso de emplear internet o el correo electrónico. Para otras muchas cosas, poco ha cambiado la vieja Venecia, la de las grandes familias, los palacios ruinosos, y es que muchos de los cambios recientes tampoco es que hayan sido para bien: la invasión de turistas o la gentrificacion preocupan y mucho a los venecianos de toda la vida.

En este caso, el comisario se enfrenta a un caso bastante peculiar, ya que debe investigar unos sucesos ocurridos hace quince años, cuando Manuela, nieta de la condesa Lando-Continui, gran amiga de la suegra del comisario, cayó al agua en uno de los canales de la ciudad y quedó incapacitada a causa del accidente. No hay muchos datos a los que agarrarse para retomar la investigación, pero el conocer a la dulce y para siempre infantil Manuela insufla en Brunetti el ánimo para descifrar los secretos que se ocultan tras el desgraciado accidente. La investigación no transcurre por caminos demasiado complicados pero, como suele ser habitual, el mayor atractivo de la novela reside en los ambientes y personajes típicamente venecianos que nos presentan, siendo el caso a investigar poco más que una excusa para adentrarnos en la siempre misteriosa, peculiar y atractiva ciudad de Venecia. Una nueva ocasión de viajar virtualmente subida en las alas de una entretenida lectura. Y eso ya es más que suficiente.

viernes, 6 de julio de 2018

Ultimátum

El protagonista de "Ultimátum" es un detective privado descarado y curtido en mil batallas y que, además, comparte nombre y apellido con su creador, Rafael Guerrero, un peculiar personaje en sí mismo que es, además de novelista, detective privado y criminólogo, entre otras muchas cosas. Ya sólo por lo peculiar y polifacético del escritor, esta novela prometía bastante desde su arranque. Lo cierto es que nos encontramos frente a una obra que destila humor ácido en cada página, con un protagonista que no se toma casi nada en serio, ni los casos en los que se ve implicado por su profesión ni tan siquiera los riesgos que para su vida suponen algunos episodios en los que se ve involucrado a cuenta de su trabajo de investigador; me planteo la duda de en cuántos otros aspectos más se parecerá la criatura a su creador.

Si al inicio de la novela encontramos a Guerrero en Italia resolviendo cierto asunto profesional, más adelante se adentrará ni más ni menos que en la peligrosa Siria, con escala previa en Jordania, para ocuparse de un caso para el que ha sido contratado por una multinacional energética con intereses económicos en dicho país. Tan polifacético es nuestro detective, que hasta nos deleita como guía turístico a su paso por Citavecchia, Amman o Ankara, e incluso nos pasea por un Damasco asolado por la guerra e igualmente nos sorprende como crítico gastronómico detallándonos los suculentos menús que degusta en distintos puntos del planeta. También tenemos que bregar con sus hazañas sexuales aunque, siendo el mismo protagonista el narrador de las mismas, no descartaríamos que en realidad se trataran más de fantasmadas del detective que de la pura realidad.

Con un lenguaje y temática completamente actuales donde no faltan ni la crítica política y social ni el retrato de conflictos internacionales, el detective Guerrero se muestra como un deslenguado, un cínico, un gamberro, un tipo irreverente y descreído, cargado de acidez en su visión del mundo pero al que no se le puede negar el ingenio, el dominio del discurso ágil de afilada lengua con frases y sentencias certeras y hasta divertidas en diálogos vertiginosos en los que sus protagonistas parecen competir por el trofeo de campeón del humor negro.

Ha sido esta una experiencia bastante positiva que me ha llevado en ocasiones a acordarme de mi muy estimado Salvo Montalbano, el protagonista de tantas novelas del italiano Camilleri por la pasión del protagonista por la gastronomía, por su relación sentimental con una novia que permanece en la lejanía y con la que no se decide a formalizar la relación y por su manera de enfrentarse a los casos que investiga con lucidez y parsimonia. Una lectura fresca y ácida al tiempo, como los chicles de menta fuerte, por ejemplo.