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lunes, 5 de febrero de 2018

Todos deberíamos ser feministas / Querida Ijeaweke. Cómo educar en el feminismo

La reseña de hoy es doble ya que incluye dos títulos, dos librillos u opúsculos de apenas cincuenta y tantas y ochenta y tantas páginas respectivamente. El primero de los títulos corresponde a la transcripción de una conferencia y el segundo a una carta escrita por la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, escritora que ha adquirido gran (y merecida) fama en los últimos tiempos. Comienzo el comentario confesando que nunca me he considerado feminista, al menos nunca he sido formalmente militante en ese ideario. Mi experiencia y bagaje me ha hecho considerarme por lo general bien tratada, en nivel de igualdad con mis hermanos, conocidos y, por lo general, compañeros de trabajo. Por lo general. También es cierto que raro será el caso de mujeres actuales que no puedan denunciar algún caso, por aislado que sea, en el que no se hayan encontrado discriminadas por el mero hecho de ser mujer, incluso no se hayan discriminado ellas mismas pensando que "eso no son cosas de chicas" o "esto es más propio de los hombres". Por ello creo que cualquiera puede encontrar interesantes y necesarias las reivindicaciones que Chimamanda realiza en un estilo de feminismo que me resulta cordial, no combativo y, sobre todo, no antimasculino. Y es que su postura en lo que se refiere a la defensa de los derechos de las mujeres queda clara cuando afirma en "Todos deberíamos ser feministas":
"... lo que demuestra es que la palabra «feminista» está sobrecargada de connotaciones, connotaciones negativas.Odias a los hombres, odias los sujetadores, odias la cultura africana, crees que las mujeres deberían mandar siempre, no llevas maquillaje, no te depilas, siempre estás enfadada, no tienes sentido del humor y no usas desodorante."
El adjetivo que más se repite en los comentarios que he leído sobre ambas obras es imprescindible. Y es cierto, son textos tan breves que cualquiera les puede dedicar unas pocas horas a conocerlas y además su lectura es tan densa, tan plagada de frases o párrafos dignos de subrayar, de verdades tan obvias que deberíamos llevar grabadas a fuego no sólo las mujeres actuales, sino también los hombres, que son libros necesarios y que no cuesta tanto conocerlos. Por cierto, sobre lo de las frases dignas de ser citadas textualmente, tengo que hacer un gran esfuerzo por no copiar y transcribir todos los párrafos que he subrayado en los volúmenes originales, por temor a que me quede un comentario más extenso que las propias obras comentadas.

Los mensajes que nos traslada la autora versan fundamentalmente sobre igualdad de derechos, igualdad de oportunidades e igualdad de capacidades, al margen de las obvias diferencias biológicas. Muchos de los ejemplos y casos que refiere están lógicamente ubicadas en la Nigeria natal de la autora, pero en absoluto podemos decir que se trate de casos muy distintos a lo que puede ocurrir cualquier día en Europa, en nuestro propio país; la presión por resultar atractivas a los hombres o no resultar agresivas en nuestro comportamiento, lo que en los hombres se considera positivo y en las mujeres peyorativo, tantos asuntos que nos encontramos en el día a día y que debemos combatir.
"Si hacemos algo una y otra vez, acaba siendo normal. Si vemos la misma cosa una y otra vez, acaba siendo normal. Si solo los chicos llegan a monitores de clase, al final llegará el momento en que pensemos, aunque sea de forma inconsciente, que el monitor de la clase tiene que ser un chico. Si solo vemos a hombres presidiendo empresas, empezará a parecernos «natural» que solo haya hombres presidentes de empresas."
Realidades que están ante nuestros ojos, que asumimos como "normales" y que perpetúan esas diferencias irracionales pero que seguimos imponiéndonos a nosotras mismas y, lo que es peor, en las que seguimos educando a nuestras hijas.
"Pasamos demasiado tiempo enseñando a las niñas a preocuparse por lo que piensen de ellas los chicos. Y, sin embargo, al revés no lo hacemos. No enseñamos a los niños a preocuparse por caer bien. Pasamos demasiado tiempo diciéndoles a las niñas que no pueden ser rabiosas ni agresivas ni duras, lo cual ya es malo de por sí, pero es que luego nos damos la vuelta y nos dedicamos a elogiar o a justificar a los hombres por las mismas razones. El mundo entero está lleno de artículos de revistas y de libros que les dicen a las mujeres qué tienen que hacer, cómo tienen que ser y cómo no tienen que ser si quieren atraer o complacer a los hombres. Hay muchas menos guías para enseñar a los hombres a complacer a las mujeres."
Queda patente que la educación es el camino para acabar con las diferencias por razón de sexo, con las desigualdades sin sentido, con los prototipos heredados y los patrones asumidos a fuerza de repetidos.
"El género importa en el mundo entero. Y hoy me gustaría pedir que empecemos a soñar con un plan para un mundo distinto. Un mundo más justo. Un mundo de hombres y mujeres más felices y más honestos consigo mismos. Y esta es la forma de empezar: tenemos que criar a nuestras hijas de otra forma. Y también a nuestros hijos."
Y por la importancia vital que tiene la educación, en "Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo" la autora trata de dar consejos a una amiga que acaba de ser madre y le pide ayuda para educar a su hija recién nacida en los principios del feminismo, enseñarle a ser capaz de defender sus derechos en igualdad con los hombres que la rodeen.
"...las mujeres no necesitan que las reverencien ni las defiendan; sólo necesitan que las traten como a seres humanos iguales" 
Insiste en estar atenta, a la hora de educar, a no perpetuar los roles de género, dejar que su hija sea lo que desee ser, que juegue con lo que le guste y haga cosas que tradicionalmente se han considerado "de chicos", ocuparse de su hija en igualdad con su marido, animar a su hija a leer, a no aspirar al matrimonio como un fin en sí mismo.
"En lugar de enseñar a Chizalum a agradar, enséñale a ser sincera. Y valiente. Anímala a decir lo que piensa, a decir lo que opina en realidad, a decir la verdad. Y luego, alábala cuando lo haga (...) enséñale que la amabilidad nunca debe darse por sentada. Dile que ella también merece la amabilidad ajena. Enséñale a defender lo que es suyo. (...) Dile que, si algo la incomoda, se queje, lo diga, grite."
No diría que tras la lectura de estos librillos me haya decidido a considerarme feminista stricto sensu, pero no hay duda de que he abierto los ojos a cosas que ya conocía pero en las que no reparaba, aunque también he podido comprobar que, sin pretenderlo, en muchos aspectos he educado a mi hija muy de acuerdo con el modo que recomienda Chimamanda. También es cierto que tras estas lecturas me encuentro en disposición de mostrarme más atenta a esas microdiscriminaciones cotidianas y también a las grandes discriminaciones, claro está, a no dejarlas pasar, a denunciarlas, aunque sea en el ámbito más privado, en el círculo más reducido de mis amistades o conocidos, creo que estas lecturas nos ayudan a afinar nuestro olfato, a aguzar nuestros oídos y hacer frente común ante lo absurdo e ilógico que resulta dejar atrás a miembros de la sociedad, a no permitirles su pleno desarrollo por el mero hecho de ser mujeres. Queda claro que las diferencias existen pero en lo fundamental debemos ser absolutamente iguales, sin que ello quite para que piense, como la autora, que tengo la suerte de que "Soy femenina. Felizmente femenina"

viernes, 29 de septiembre de 2017

Americanah

Hace tiempo que veo rondar por la red comentarios entusiastas sobre esta novela, "Americanah", una historia sobre jóvenes africanos emigrados a Estados Unidos obra de la autora nigerana Chimamanda Ngozi Adichie. Reconozco que temía que un entorno en principio tan extraño al mío como es el de la sociedad nigeriana me iba a llevar a encontrar una historia que quizás me pillara muy lejana, en unos escenarios totalmente ajenos a mi propia experiencia y sobre unos personajes con los que no sabía si podría conectar. Y es que tengo la sensación de que la visión que desde España tenemos de Nigeria y su población procede eminentemente del tipo de inmigración que recibimos desde aquel país: jóvenes generalmente poco cualificados y que permanece en ámbitos casi marginales de nuestra sociedad. Poco que ver con la imagen que la novela nos traslada de una juventud altamente formada, con grandes influencias culturales del Reino Unido, lo que se refleja especialmente en el correcto idioma inglés que se maneja entre las clases más formadas, lo que se combina con los sueños de unos jóvenes de salir de su país para desarrollar sus carreras profesionales en entornos más favorables, bien en el Reino Unido, bien en los Estados Unidos.

Dentro de este grupo de nigerianos educados y formados se encuentran los protagonistas de la novela, empezando por Ifemelu, una joven que regresa tras quince años residiendo en los Estados Unidos donde ha cursado estudios universitarios y donde gestiona un interesante y exitoso blog sobre las condiciones de vida y las peculiaridades con las que se encuentran los negros no norteamericanos en aquel país. A su regreso a Nigeria Ifemelu se resiste a reencontrarse con su antiguo novio, Obinze, que ahora es un hombre de negocios de gran éxito en Lagos. Precisamente la conciencia de que ninguno de ellos son las mismas personas que eran tantos años antes, cuando ambos eran prometedores estudiantes de secundaria llenos de sueños y planes en común, la conciencia de lo mucho que han cambiado ambos retrasa este encuentro. 

En ese espacio de tiempo Ifemelu va recordando cómo era la Nigeria en la que se educó y creció: un país revuelto y efervescente con una población hundida en el desencanto de las huelga continuas, las protestas contra el gobierno, funcionarios que no reciben sus pagas, universidades paralizadas y jóvenes que suenan con escapar a América como pudo hacer ella. Igualmente reflexiona sobre la sorpresa que sintió cuando descubrió la imagen que de los africanos tienen los norteamericanos, la cantidad de prototipos y prejuicios sobre África en general que el desconocimiento de la realidad provoca. Allí ella pertenece a un grupo ajeno al de los afroamericanos, es una verdadera africana, un elemento exótico que los americanos identifican con costumbres tribales, pueblos pobres subdesarrollados sobre quienes hacer caridad a través de múltiples ONGs, pero les cuesta considerarlos como iguales, miembros de sus universidades, vecinos en sus propios barrios.

A su regreso, lo que Ifemelu se encuentra es una Nigeria que ha evolucionado hacia una sociedad occidentalizada ávida de riqueza y éxito en base a un nuevo resurgir de la economía donde la ambición por la formación y la cultura ha sido sustituida por la persecución del mero éxito económico.

Me habría gustado leer esta novela en inglés para captar en versión original los contrastes entre el habla británica y la norteamericana, la cantidad de giros y expresiones que a Ifemelu tanto le sorprenden, la diferencia en cuanto a educación y cultura dentro del mismo país que suponen, por lo que recomiendo a quien tenga la posibilidad de hacerse con esa versión original y ser capaz de leerla, no dude en hacerlo. También confieso que he acabado un poco saturada de tantas reflexiones sobre la raza y sus avatares porque con frecuencia las reflexiones superan al argumento, se da más disgresión que narración, más antropología que puro relato. Pero a pesar de ello he descubierto a una buena narradora que transmite a la perfección las circunstancias de una sociedad y de unos personajes que, continentes de origen aparte, color de piel o problemas de control del pelo más o menos crespo aparte, en lo básico no se diferencian tanto de cualquiera de nosotros.