viernes, 30 de agosto de 2019

Los asquerosos

Me imagino que debe ser bastante complicado el momento en que un autor debe decidirse por un título para su novela, el remate final que va a ser el mascarón de proa de toda una obra, la primera carta de presentación con la que van a encontrarse los potenciales lectores. Por esto no sé si pensar que Santiago Lorenzo es un  valiente o un loco cuando se presenta ante el público con "Los asquerosos" uno de los títulos menos atractivos con los que me he encontrado nunca. Pero como ya sabemos que no debemos juzgar un libro por su portada (aunque muchas veces sí por su título) debo confesar que esta táctica debe responder a un plan bien pensado que obliga a detenerse frente a esta novela y a tomarla entre las manos, aunque sólo sea por curiosidad de ver qué historia se esconde tras un cartel de presentación tan nefasto.

Y resulta que dicha historia está protagonizada por Manuel, un joven formal y bien formado, de triste vida social aunque muy rica vida interior que va tratando de salir adelante en medio de la interminable crisis que azota la economía nacional, frecuentando empleos mediocres, malviviendo una vez que ha decidido abandonar el domicilio familiar donde, por otra parte, tampoco se sentía muy apreciado y cruzándose en su camino con demasiada frecuencia con muchos asquerosos: gente cutre, mezquina, egoístas y necia que parecen superpoblar la sociedad madrileña en la que se mueve nuestro protagonista.

A todo esto, un encontronazo totalmente fortuito con la autoridad le obliga a tener que huir de Madrid y esconderse en una aldea abandonada en lo más profundo de la España rural deshabitada. Ayudado, en lo que a asuntos de logística y ocultación se refiere, por su tío, único familiar con el que mantiene una relación cordial y que es además el narrador de esta historia, tendrá que sobrevivir en aquel paraje sin agua corriente ni electricidad, sin contacto alguno con el exterior en una vieja casucha que ocupa y en la que irá aprendiendo, a la fuerza, a ir dejando de lado las comodidades pero también los hábitos y necesidades que le eran impuestas hasta entonces por la vida urbana; adaptando su cuerpo a un nuevo ritmo, logra alcanzar el mínimo vital, subsistir con casi nada. Se convierte así en una especie de salvaje a lo Thoreau aunque cambiando los bosques por la meseta, más bien cercano a un nuevo Robinson Crusoe por lo de salvaje que se deleita en sus paseos sin destino fijo, alimentándose de lo que el campo le provee, prescindiendo del jabón y el champú y de tantas otras cosas que descubre que en realidad ni necesitaba ni disfrutaba.

La novela se sustenta en un argumento de lo más original, con unos personajes (pocos, eso sí) de enorme fuerza y atractivo (con una malsana atracción ante lo que debería causarnos rechazo) y un relato lleno de ácidas observaciones sobre nuestra sociedad actual, con una crítica amarga vestida de comedia que nos lleva a la reflexión sobre un montón de temas diversos, todo ello envuelto en un lenguaje rico y creativo plagado de imágenes y metáforas ingeniosas y que muestran una gran capacidad creadora por parte de un autor que hasta ahora era un completo desconocido para mí pero que, estoy segura, volverá próximamente a ocupar mis ratos de lectura, ya que me ha convencido con esta pequeña joya, divertida y amarga, realista e imaginativa a un tiempo y que ha supuesto la gran sorpresa lectora de este verano.

sábado, 24 de agosto de 2019

La sospecha de Sofía

Qué suerte cuando encuentras la lectura perfecta para un momento determinado. Y ¿qué puede haber mejor que una novela con buenos personajes, algo de romance, suspense, espías y una buena reconstrucción histórica para sobrellevar los calores del verano en la terraza a la sombra? Todo eso me lo ha proporcionado Paloma Sánchez-Garnica con "La sospecha de Sofía", donde me he encontrado con una estupenda lectura cien por cien apta para las vacaciones: estilo sencillo, historias personales interesantes, estupendo retrato del momento histórico, escenarios atrayentes y su buena dosis de intriga. Se agradece, entre otras cosas, que Sofía, la protagonista principal, me haya resultado atractiva y simpática desde el principio: es una mujer joven, de buena familia, esposa y madre típica de los años cincuenta y sesenta en la España donde las mujeres debían ocuparse del hogar y los hijos y no era extraño que se dejase apartada la carrera profesional para ser un ama de casa comodiosmanda. Sofía no se rebela porque asume esta realidad que le toca vivir, está acomodada al entorno y a sus circunstancias, lo que no quita para que, en su interior, lamente aquello que ha dejado de lado: el mundo académico y la investigación científica a la que deseaba dedicarse; de algún modo siente ha traicionado sus planes y sueños profesionales, pero así y todo, trata de cumplir con el papel que se espera de ella como esposa y madre, como mujer discreta y sumisa.

Sin embargo, la revelación de un secreto en el pasado de Daniel, su marido, hace tambalear los firmes cimientos de su vida doméstica. En principio será el propio Daniel el que se deberá enfrentar a una parte desconocida de su propio pasado y que va a cambiar su apreciación de la realidad en la que hasta entonces se movía y le hará poner en duda todo aquello que ha sustentado su existencia. Emprende entonces un viaje en el que recorrerá algunos escenarios tan interesantes como la República Democrática Alemana comunista, se moverá en los territorios oscuros propios de la Stasi y podrá comparar distintos regímenes dictatoriales, tan distantes en muchos aspectos como con fuertes puntos en común ya que se trata de dos dictaduras de distinto sesgo pero que, cada una a su manera, tratan de controlar la vida pública y privada de las personas.

Recorremos así de la mano de los protagonistas la Alemania dividida por el Muro, el mayo del 68 francés, las tensiones de la Guerra Fría y el Madrid de los años 60, el ambiente del espionaje soviético y las condiciones de vida que la dictadura impone a sus ciudadanos. Las experiencias recabadas por Daniel en este viaje y las consecuencias dramáticas que de él se desprenden, llevarán a Sofía a abrir los ojos a las posibilidades de cambio en el papel de la mujer en la sociedad, a entender la necesidad de conquistar nuevos derechos e integrarse en las nuevas corrientes de pensamiento que recorren Europa. A pesar de los complejos escenarios en que se mueve la novela, esta no presenta en ningún momento un tono moralista ni juzga la bondad o maldad de ninguno de los regímenes políticos que retrata, dejando que sean los mismos personajes los que expresen sus opiniones, sus simpatías, dudas o rechazo hacia aquellos sistemas en los que les ha tocado vivir, presentando el momento social, político e histórico con bastante ecuanimidad, lo que se agradece cuando la lectura tiene como objetivo fundamental la evasión y el entretenimiento y no el análisis profundo ni la crítica de ningún sistema político.

viernes, 16 de agosto de 2019

Sin rastro

Ya ha terminado el verano en Marhem, una pequeña localidad turística sueca a orillas de un lago conocido popularmente como La Bruja. Greta, su pareja Alex y la pequeña Smilla salen de excursión en barca hasta un pequeño islote cercano. La aventura se tuerce cuando el padre y la niña no regresan a donde Greta les está esperando. Este es el arranque de "Sin rastro", un thriller vertiginoso con el que Caroline Erksson ha triunfado a nivel mundial. Asistimos a la frenética búsqueda de Alex y su pequeña hija por parte de Greta que nos va relatando en primera persona tanto la angustiosa situación en que esta se encuentra al ignorar qué les ha ocurrido a Alex y a la niña, como el origen de su relación con aquel, un romance del que iremos descubriendo el lado más oscuro. Greta nos irá desvelando poco a poco la verdadera naturaleza de esa relación de pareja y también episodios de su propio pasado, de su relación nada fácil con su madre, del papel que su padre tuvo en la infancia y de sus propios problemas mentales.

El ambiente en el que se desenvuelve la historia es de tensión e incertidumbre permanentes. Nos encontramos en algún momento con una sensación de irrealidad, de estar viviendo en mitad de un mal sueño en ese pueblo prácticamente deshabitado, donde en su abrumadora soledad Greta no entabla contacto más que con una extraña pandilla de adolescentes que vagabundean por la zona y uno de los pocos vecinos que allí permanecen una vez finalizada la estación veraniega. Alcanzamos cierto momento, cuando descubrimos la verdadera situación de la protagonista, en que la novela se vuelve algo confusa, cuando los delirios y la ansiedad se apoderan del relato y la propia mente de la joven la traiciona, confunde recuerdos con realidad y llevan la novela a un ligero bache. A partir de ahí el giro de la acontecimientos hace volver a remontar el interés de la historia que nos descubre una serie de testimonios de mujeres atrapadas en matrimonios basados en el engaño y la traición. Finalmente, la solidaridad entre mujeres y el amor maternal acabarán salvando la historia cuyo final termina siendo más positivo y optimista de lo que nos hubiéramos podido imaginar a lo largo de la lectura.

No considero que el libro tenga el nivel para ser considerado, tal y como he leído en alguna crítica, "un fenómeno literario internacional" pero sí que es lo suficientemente emocionante como para proporcionarnos un buen rato de lectura veraniega con momentos trepidantes y un punto de reflexión sobre las relaciones tóxicas y el daño que provocan en las personas sometidas a ellas .

jueves, 8 de agosto de 2019

Las catedrales del cielo

"Las catedrales del cielo" es una novela que, sorprendentemente, surge de la pluma del escritor y reportero de guerra francés Michel Moutot, y considero sorprendente que un autor europeo haya sido capaz de recrear un argumento, unos escenarios y sobre todo un espíritu esencialmente norteamericanos. Comienza esa americaneidad desde el mismo arranque de la novela: un impactante relato de la caída de las Torres Gemelas el once de octubre de 2001. Y a partir de ahí iremos acompañando a una serie de protagonistas con un peculiar origen étnico: se trata de indios mohawk procedentes de la reserva canadiense de Kahnawake, a las orillas del furioso río San Lorenzo que comunica desde el Atlántico Quebec y Montreal con los Grandes Lagos. Los mohawk pertenecen a un pueblo que ha vivido durante siglos en plena conexión con la Naturaleza, con los bosques y sus habitantes, con el río y su entorno, considerándose a sí mismos como un elemento más del perfecto equilibrio del mundo en el que habitan. Pero ello no quita para que, con el transcurso de los siglos y ante el avance de la civilización occidental por las tierras que durante años han ocupado sus antepasados, no hayan sido capaces de adaptarse en cada etapa a los cambios inevitables: primero con la llegada de los misioneros seguidos de los conquistadores ingleses y franceses que traen con ellos los avances del progreso cultural y técnico. Los nativos comenzarán vendiendo sus productos de caza y artesanía, luego participarán en el arrastre de troncos río abajo hacia las grandes ciudades que crecen imparables, y finalmente se especializarán en la construcción de puentes y de grandes edificios. No optan por el enfrentamiento con las novedades ni por dar la espalda a aquellos que vienen a ocupar su territorios ancestrales, sino que se suben a la rueda progreso sin dejar olvidadas sus tradiciones y cultura.

De ese modo, los hombres mohawk acaban especializándose en tareas de soldadura y trabajos con hierro, lo que les hará ser conocidos como ironworkers y se convierten así en obreros imprescindibles en el floreciente sector de la construcción desde que en el siglo XIX se inicien las grandes obras de ingeniería, puentes y estructuras metálicas y posteriormente los cada vez más altos edificios comiencen a erigirse en las grandes ciudades norteamericanas. Generaciones de indios a través de una tradición que va pasando de padres a hijos participan en la construcción de los grandes emblemas norteamericanos, desde el Empire State Building hasta el World Trade Center en cuya construcción serán piezas fundamentales y a los que dedicarán su vida.

Robert LaLiberté se encuentra presente cuando se produce el drama del derrumbe del puente de Quebec en 1907 del que se salva milagrosamente. En 1970 Jack Tool LaLiberté encabeza un equipo de ironworkers que trabajan en la construcción del World Trade Center, los que en su momento serán los edificios más altos del mundo. Cuarenta años más tarde a su hijo John Cat LaLiberté le tocará participará desde el minuto uno en las labores de desescombro de las torres que su padre ayudó a levantar y él vio desplomarse tras el tremendo ataque terrorista. 

El libro abunda en escenas de gran fuerza visual y emotiva como las primeras horas tras el derrumbe de las torres o la catástrofe del puente de Quebec. El autor deja de manifiesto la maestría de los norteamericanos a la hora de crear mitos contemporáneos, de forjar leyendas a partir de acontecimientos históricos y aunque en esta ocasión, como ya he comentado, el encargado de contar estos episodios es un autor francés, éste explota al máximo la intensidad y el heroísmo patriótico en esta intensa crónica centrada en el drama del 11S que se convierte en una hazaña épica de solidaridad, trabajo en equipo, entrega y patriotismo por parte de las fuerzas policiales, bomberos pero también de todo tipo de trabajadores manuales como los mismos ironworkers de la tribu mohawk, cuyo pasado y tradición se encuentran entrelazados con la propia Historia de los Estados Unidos y Canadá a través de su participación activa en la construcción de muchos de sus más icónicos monumentos. Una lectura que resulta emocionante e intensa que nos permite ser conscientes de que aquel 11S fuimos todos testigos presenciales de aquellos sucesos que entraron de inmediato en el relato de la Historia, así, con letras mayúsculas.