jueves, 27 de marzo de 2025

El niño

Con cada libro de Fernando Aramburu me convenzo más de la enorme calidad literaria de este vasco residente en Alemania pero que es capaz de retratar su tierra natal y a sus paisanos con un ojo certero y con una mezcla de cariño y crudeza. Me asombra también cada vez cómo logra convertir en Literatura, así con mayúsculas, lo más cotidiano, las vivencias particulares de sus protagonistas que pasan de ser personas anodinas sin grandes talentos a crecer hasta convertirse en personajes literarios gracias al retrato que de ellos hace Aramburu. En el caso de "El niño" el primero de estos grandes personajes que nos presenta es Nicasio, casi septuagenario ya pero que todos los jueves sin falta sube hasta el cementerio de Orturella a visitar la tumba de su nieto; "Yo no visito la tumba. Visito al Nuco, que no es lo mismo." También puede que suba algún otro día en que, de repente, le viene la gana de acercarse a charlar con el niño. Poco a poco veremos desde los ojos del abuelo lo que sucedió aquel día 23 de octubre de 1980 en que una explosión de gas en un colegio acabó con la vida del nieto y de cincuenta de sus compañeros de clase, igual que escucharemos la voz de Mariaje, la madre del Nuco, que recuerda  la tragedia y las consecuencias dramáticas que tuvo para su pequeña familia, más allá de la propia muerte del niño.

Mediante capítulos brevísimos, apenas escenas bosquejadas mediante unas pocas imágenes o frases se nos cuenta una tragedia absoluta que choca con el carácter de los personajes, con la dificultad de expresar su dolor y de entender sus propios sentimientos en el caso de los padres que tratan de descubrir el modo de seguir adelante con sus vidas y la negación inconsciente de lo ocurrido en el caso del abuelo, que continúa incansable su conversación con el Nuco. El relato huye expresamente del dramatismo o el morbo al relatar los hechos que por si mismos ya resultan suficientemente trágicos. La narración que nos hace Mariaje no necesita añadir ni un ápice de dramatismo, surge desde la cotidianeidad y casi la resignación de una mujer a la que se le acumulan las desgracias unas tras otra.

Aramburu es un narrador excepcional que desde la sencillez transmite el dolor más absoluto, nos relata una tragedia sin paliativos evitando caer en el morbo o el ensañamiento. Qué difícil es mantener el tono sereno a todo lo largo del relato como lo hace Aramburu en esta nueva entrega de su serie de las gentes vascas donde de nuevo nos regala unos retratos de personajes impecables, en especial la figura de ese abuelo constantemente acompañado del nieto fallecido, con una mezcla de ternura y dolor y la de esos padres que gestionan el duelo como pueden o como mejor saben, que no necesariamente es la mejor de las maneras.

"Me pasé todo el trayecto hablándole a Dios. Dios era un señor mayor, con barba blanca, a quien yo imaginaba caminando a mi lado. Le imploré que no me quitara al Nuco. Me vino de repente ese impulso religioso. Supongo que se debería al miedo, pues por aquellos días yo no era muy creyente. Lo justo, lo que manda la costumbre, y pare usted de contar."

2 comentarios:

  1. No me he animado con este libro, porque sé que me dolería mucho. Pero caerá. Y más tras leerte.
    Besotes!!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ten por seguro que la manera de contar de Aramburu, con ese humor seco que siempre desliza, hace que el drama y la tragedia no sean morbosos ni excesivos.
      Saludos.

      Eliminar