La acción del relato viene reforzada por el ágil estilo de frases cortas, impactantes diálogos absolutamente creíbles ya que los personajes hablan como la gente de verdad, a lo que se unen sus latiguillos, esas frases que se repiten como mantras y que acompañan a los protagonistas a todo lo largo del libro y que acentúan su personalidad y casi esperamos oírlos pronunciar en el momento clave.
No me ha dado tiempo a plantearme si es posible que exista realmente algo semejante a la estructura de las Reinas Rojas a lo largo de todos los países europeos, si es creíble que algo tan grande permanezca oculto a la vista de todos y que actúen al margen de todas las leyes y controles. Tal vez si, tal vez no, pero casi que no me importa la verosimilitud de la organización; el frenesí de la historia que nos cuentan nos arrastra, las escenas están tan bien diseñadas, llenas de riesgos, disparos, sangre a raudales y rematadas además con el comentario más certero e irónico, que puedes dejar de lado la parte racional que trata de justificar el hecho de que Antonia y Jon puedan pasearse por Madrid pegando tiros y recibiéndolos también, destrozando cochazos, corriendo contra el reloj para resolver casos antiguos y otros por suceder, con una bomba pegada literalmente a su espalda y tratando de complacer a un loco irracional que pone a prueba sus capacidades. Puro disfrute y evasión, en definitiva. Como le he leído alguna vez decir a Gómez-Jurado, probablemente no va ganar nunca un Nobel de Literatura, pero qué buenos ratos nos haces pasar, cari.
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