viernes, 10 de septiembre de 2021

Olive, again (Luz de febrero)

En ocasiones los lectores tenemos la fortuna de que un autor decide regresar a un personaje que había conquistado a su público en un libro anterior y nos permite así seguir disfrutando con él. Esto es lo que ha hecho, para delicia de muchos, Elizabeth Strout con "Olive, again". El relato recupera a la protagonista Olive Kitteridge en el punto exacto en que la dejamos en el libro anterior. Olive sigue siendo una mujer de carácter difícil, jubilada de su trabajo de profesora de instituto, viuda ahora de su marido Henry, continúa viviendo en el pueblo costero de Crosby en Maine, no lejos de Portland. La relación con Jack Kennison, viudo como ella, retirado de su trabajo como profesor en Harvard se afianza. La familia de su hijo Christopher crece pero no se fortalece el vínculo entre ellos, menos aún cuando éste conoce la nueva relación sentimental que mantiene su madre y no la acepta.

Nuevamente nos vamos acercando a la vida de alguno de los vecinos de Crosby y aunque en este caso el libro no está formalmente estructurado como ocurría con el anterior en relatos independientes, sino que en esta ocasión es casi una novela al uso, igualmente aparecen intercalados algunos capítulos que se desvían hacia esos otros habitantes de la localidad cuyas existencias se rozan en mayor o menor medida con la de Olive. Cada uno de estos capítulos son tan redondos, tan completos en su forma y en su contenido que podrían leerse cada uno de ellos como una narración independiente del resto del libro, con sus personajes y sus tramas perfectamente dibujados. 

Y es que la manera de contar de la Strout se demuestra magistral de nuevo. Desde una postura muy reflexiva, cada personaje tiene su propio mundo interior y su manera de relacionarse con el exterior. Por lo general, las relaciones personales y familiares que se muestran no son nada satisfactorias. La propia Olive más que ninguna sufre al constatar su fracaso como madre, la terrible relación que mantiene con su hijo, sus tibias relaciones sociales y su dudoso papel como esposa. Conserva a pesar del paso del tiempo su carácter hosco, con el poco interés habitual en ser amigable con los vecinos pero a pesar de sus maneras secas sí que se preocupa por los demás y ayuda a los que verdaderamente la necesitan, aunque huye de sentimentalismos y tonterías. La maravillosa pluma de la Strout penetra en lo más profundo de sus personajes y nos deja al descubierto sus sentimientos y preocupaciones, las ilusiones de los más jóvenes y sobre todo reflexiona sobre las circunstancias de los mayores, la manera en que cada uno se enfrenta al dolor y a la enfermedad propia o de las personas queridas, la manera de afrontar la vejez, la decadencia física y mental, la soledad, la imposibilidad de los antiguos sueños no alcanzados, de las promesas no cumplidas y la constatación de que se aproxima uno a la muerte de manera irreversible.

"Suponía que había sido afortunada. La habían amado dos hombres y eso era una suerte. Sin suerte, ¿por qué la habrían querido? Pero lo habían hecho, y su hijo parecía haber cambiado.

Se daba cuenta de que no se gustaba a sí misma.

Pero ya era demasiado tarde para pensar así…

Y se quedó ahí sentada, contemplando el cielo, las nubes altas, y bajó la mirada y vio las rosas, que tras solo un año estaban espléndidas. Se inclinó hacia delante y se fijó en el rosal: ahí, ahí mismo, detrás de esa rosa había otro capullo que empezaba a asomar. Qué contenta se sintió al ver ese capullo de rosa recién brotado. Y volvió a apoyarse en el respaldo del sillón y pensó en la muerte, y la sensación de asombro y emoción regresó a ella.

Llegaría. "

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