viernes, 12 de noviembre de 2021

Los fuegos de otoño

No voy a repetir en esta reseña los muchos halagos que ya expresado con anterioridad hacia Irene Nemirovsky. Si alguien quiere comprobar lo mucho que la admiro no tiene más que revisar las anteriores entradas de este blog dedicados a libros de la gran escritora ucraniana. Los protagonistas de "Los fuegos de otoño", novela en gran parte coral, constituyen una variada e interesante colección de personajes, todos ellos franceses de viejo cuño, viejos conocidos de antes de la guerra, familiares, amigos y vecinos, a los que veremos evolucionar a lo largo de una serie de años, atravesar dos guerras y adaptarse con más o menos éxito a un mundo cambiante. La galería de personajes incluye a una joven de rígidos principios morales, un avispado trepa, un joven ambicioso que no se siente valorado como debiera, una madre orgullosa, una esposa que participa del éxito del marido y disfruta de su nueva condición social... Cada uno de ellos refleja un tipo de personalidad y de actitud ante la vida; están por un lado los que se aferran a las antiguas costumbres y principios y por otra los que consideran que el nuevo mundo surgido tras la guerra requiere de nuevas normas éticas y morales, así como un sistema de organización social diferente basado en el mérito y el esfuerzo acabando con la prevalencia del antiguo abolengo y la estratificación por clases. Destaca entre todos la figura de Thérèse, la joven viuda que trata de resistirse a la marea creciente e inevitable de los nuevos modos, de conservar su honestidad, permanecer fiel a sus principios, no verse arrastrada por la fuerza de los nuevos aires que soplan a su alrededor en la efervescente ciudad  de París y por todo el país. 

La magistralidad de la autora vuelve a brillar en esta novela. El suyo es un retrato impecable, puntillista e implacable de la burguesía francesa de la primera mitad del siglo XX. Así retrata con certeza a aquellos hombres que vuelven de la guerra, que han visto tantos horrores que los civiles que quedaban en la retaguardia ni imaginan, lo que les ha endurecido el corazón y cambiado los principios. Ya no priman los mismos valores que regían la sociedad anteriormente. El paso por la guerra ha transformado a los soldados, a las jóvenes generaciones pero también al resto de los ciudadanos. De la inocencia, el heroismo, el espíritu de sacrificio y el patriotismo imperantes previamente se ha pasado a la desilusión, el desencanto, el cinismo, el hedonismo y el deseo de disfrutar del momento que lo invade todo al descubrir que nada de aquello en lo que se creía sirvió para nada, que la lucha por el bien de toda la nación y el futuro comú ha perdido todo su sentido; sólo el egoísmo es útil para triunfar.

"Era un mundo cínico que se vanagloriaba del fango del que había salido. Era la época en que, cuando se le preguntaba a un nuevo rico cómo había ganado «todo ese dinero», el susodicho respondía sonriendo: «¡Pues en la guerra, como todo el mundo!»"

Es asombroso el modo en el que la Nemirovsky fue capaz de captar perfectamente el espíritu de los tiempos en los que vivió, cómo radiografió a sus compatriotas y entendió el declive moral que caracterizaba la sociedad de su siglo y que la llevó a destrozarse, no una, sino dos veces consecutivas en pocos años en las dos grandes guerras que arrasaron el continente y a dejarse llevar por la irracionalidad de los nacionalismos y fanatismos que le terminarían costando la vida a la propia autora. 

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