La magistralidad de la autora vuelve a brillar en esta novela. El suyo es un retrato impecable, puntillista e implacable de la burguesía francesa de la primera mitad del siglo XX. Así retrata con certeza a aquellos hombres que vuelven de la guerra, que han visto tantos horrores que los civiles que quedaban en la retaguardia ni imaginan, lo que les ha endurecido el corazón y cambiado los principios. Ya no priman los mismos valores que regían la sociedad anteriormente. El paso por la guerra ha transformado a los soldados, a las jóvenes generaciones pero también al resto de los ciudadanos. De la inocencia, el heroismo, el espíritu de sacrificio y el patriotismo imperantes previamente se ha pasado a la desilusión, el desencanto, el cinismo, el hedonismo y el deseo de disfrutar del momento que lo invade todo al descubrir que nada de aquello en lo que se creía sirvió para nada, que la lucha por el bien de toda la nación y el futuro comú ha perdido todo su sentido; sólo el egoísmo es útil para triunfar.
"Era un mundo cínico que se vanagloriaba del fango del que había salido. Era la época en que, cuando se le preguntaba a un nuevo rico cómo había ganado «todo ese dinero», el susodicho respondía sonriendo: «¡Pues en la guerra, como todo el mundo!»"
Es asombroso el modo en el que la Nemirovsky fue capaz de captar perfectamente el espíritu de los tiempos en los que vivió, cómo radiografió a sus compatriotas y entendió el declive moral que caracterizaba la sociedad de su siglo y que la llevó a destrozarse, no una, sino dos veces consecutivas en pocos años en las dos grandes guerras que arrasaron el continente y a dejarse llevar por la irracionalidad de los nacionalismos y fanatismos que le terminarían costando la vida a la propia autora.
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