domingo, 24 de agosto de 2025

Estupor y temblores

La escritora belga Amélie Nothomb destaca por la originalidad de las historias que cuenta que siempre tienen mucho de impactante y sorprendente. Hasta ahora, sin embargo, no me había adentrado en la parte de sus obra que relata sus propias experiencias personales; así en "Estupor y temblores" he descubierto una historia con mucho de autobiográfico ya que ella nació en Japón y, si bien pronto se trasladó con su familia a China siguiendo los cambios de destinos diplomáticos de su padre, Japón siempre ha sido su país favorito cuya cultura la ha inspirado en diversas obras. En este caso lo que nos narra es su sorprendente experiencia laboral en una compañía japonesa. Desde el piso cuarenta y cuatro desde donde contempla el magnífico paisaje de la ciudad de Tokio descubrirá, entre lo cómico y lo terrible, algunas de las particularidades de la cultura nipona como su concepto de lealtad a la empresa, su estricta idea del honor, la jerarquía y el respeto a la autoridad y el comportamiento que se espera de cualquier leal empleado. "En Japón, la existencia es la empresa". 

Amélie descubrirá que la aplicación del reglamento está siempre por encima de la posible amistad que la protagonista creía haber trabado con su inmediata superior. La joven es destinada a realizar rutinarias e imposibles tareas contables donde se pierde entre el alud de cifras sin sentido que debe gestionar. Pensará que no puede caer más bajo en la escala profesional pero aún sufrirá mayores humillaciones al ser incapaz de satisfacer los requerimientos que sus jefes le imponen.

La novela nos pone ante los ojos el insignificante papel de la mujer en la sociedad japonesa, la multitud de obligaciones a la que está sometida y la nula valoración que se le concede como una pieza menor dentro de su entono tanto familiar como profesional.

"Desde el fondo de mi infinita falta de ambición, no vislumbraba destino más feliz que el de permanecer sentada ante mi mesa contemplando el paso de las estaciones sobre el rostro de mi superiora. Servir el té y el café, lanzarme regularmente por la ventana y no utilizar la calculadora eran actividades que colmaban con creces mi necesidad, más que endeble, de encontrar mi sitio en la empresa."

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