Amélie descubrirá que la aplicación del reglamento está siempre por encima de la posible amistad que la protagonista creía haber trabado con su inmediata superior. La joven es destinada a realizar rutinarias e imposibles tareas contables donde se pierde entre el alud de cifras sin sentido que debe gestionar. Pensará que no puede caer más bajo en la escala profesional pero aún sufrirá mayores humillaciones al ser incapaz de satisfacer los requerimientos que sus jefes le imponen.
La novela nos pone ante los ojos el insignificante papel de la mujer en la sociedad japonesa, la multitud de obligaciones a la que está sometida y la nula valoración que se le concede como una pieza menor dentro de su entono tanto familiar como profesional.
"Desde el fondo de mi infinita falta de ambición, no vislumbraba destino más feliz que el de permanecer sentada ante mi mesa contemplando el paso de las estaciones sobre el rostro de mi superiora. Servir el té y el café, lanzarme regularmente por la ventana y no utilizar la calculadora eran actividades que colmaban con creces mi necesidad, más que endeble, de encontrar mi sitio en la empresa."
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