La frecuencia y puntualidad de los trenes en Japón se asemeja a las del servicio ferroviario británico, con lo que, igual que ocurre con las novelas clásicas inglesas de género policíaco, los horarios de salida y llegar de los trenes, la posiblidad de bajarse en una parada u otra, tomar un enlace y confiar en que los horarios se van a cumplir a rajatabla, intervienen en el esclarecimiento del crímen. Esta es una novela publicada en 1957, año en que las comunicaciones se realizan mediante telegramas, los listados de pasajeros se conservan en papel y no existían cámaras de vigilancia para controlar quien entra o sale de una estación. Todo esto supone una manera de investigar bastante artesanal y rudimentaria que nos puede llegar a sorprender en pleno siglo XXI, acostumbrados como estamos al seguimiento de la ubicación de los teléfonos, los rastros digitales o el control de llamadas de móvil como métodos habituales del trabajo policial.
También debo decir que me he encontrado en estas lecturas con algunos elementos de la cultura japonesa que me resultan un tanto complicados de entender como su concepto del honor y la lealtad, en especial cuando esta se da de empleados hacia sus superiores jerárquicos o la peculiar frecuencia de suicidios románticos en pareja que no parece que sea algo inusual por aquellas latitudes. Todo esto ha hecho que esta novela me haya permitido echar una interesante y curiosa mirada hacia una cultura que se encuentra en algunos aspectos muy lejos de la nuestra y no sólo en lo que a kilómetros se refiere.