miércoles, 25 de junio de 2025

La señora Dalloway

De cuando en cuando todos nos tropezamos con una lectura que no resulta tan satisfactoria como esperábamos que fuera. Lo que no es tan habitual es que esto suceda con una novela que ostenta la etiqueta de clásico, como me ha ocurrido con "La señora Dalloway", de Virginia Woolf, una obra que siempre aparece mencionada entre las grandes obras literarias que merecen ser conocidas pero que, por esos extraños mecanismos que relacionan un libro con cada lector, en este caso no ha habido conexión entre ambas partes. Tal vez deba decir aquello de: "no eres tú; soy yo." Es probable.

Entrando en la trama del libro, conocernos a su protagonista, Clarissa Dalloway, una mujer madura, algo delicada de salud si creemos sus palabras, pero que decide disfrutar de la incipiente primavera, del esperado fin de la guerra y del tranquilo ambiente de su barrio de Westminster mientras acude personalmente a por las flores para la fiesta que organiza para esa misma noche. 

A lo largo de una jornada que viene marcada por las campanas del Big Ben dando las horas, acompañaremos a Clarissa a lo largo de ese día; conoceremos su entorno, su patente y su pasado,  el tiempo en que tenía ideales por los que creía que valía la pena luchar. La aparición de un antiguo enamorado, Peter Walls, que regresa de la India trae con él esos recuerdos de la juventud, tantos años y experiencias compartidas que va rememorando y nos ofrece así su propia versión de la figura de Clarissa.

El protagonismo es compartido con un coro de personajes en ese Londres de 1923 que vive los efectos de la reciente guerra en muchos aspectos; los nuevos tiempos traen cambios en las costumbres, la moral, la manera de relacionarse. Si bien la mayoría de los ciudadanos tratan de mirar hacia el futuro con esperanza, algunos otros, como le ocurre al joven Septimus, arrastran las consecuencias físicas y mentales de aquellos sucesos. 

Las ajetreadas calles del centro de Londres llenas de gente que entra y sale de las tiendas, los automóviles y los autobuses colapsando en tráfico, todo está retratado con gran viveza. Son embargo, desde el punto de vista formal, el libro me ha resultado un tanto confuso ya que no se separan escenas, no hay capítulos ni diálogos como tal; el flujo de pensamiento de la protagonista va de un asunto a otro y la narración oscila de un personaje a otro, por lo que requiere cierto esfuerzo el seguir la lectura. Yo confieso que en ocasiones me he arrastrado por este texto tan introspectivo y farragoso a ratos, disfrutando de unos pasajes, eso es cierto, pero padeciendo en otros momentos. Un cierto fracaso que no me esperaba, verdaderamente.

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