
El inicio de la novela no presagiaba nada bueno para mí: se sitúa la acción en unos billares, con su clásica ambientación de novela negra, luces escasas, humo y personajes sombríos, y dado que no se trata, ni de lejos, de mi género favorito, me costó entrar en la historia, pero afortunadamente la historia evoluciona por otros caminos. Comenzamos sabiendo cómo en aquellos billares coinciden Antonio, el narrador, un joven profesor universitario y el misterioso Ricardo Laverde del que poco sabemos, más allá de que oculta algún oscuro pasado que incluye varios años de condena de cárcel, si bien tiene la clara intención de reconducir su vida, consciente de los errores cometidos en el pasado. Esta amistad será breve pero marcará un vínculo difícil de deshacer por parte de Antonio.
El libro ha supuesto para mí el descubrimiento de una visión de la actual Colombia, un país que me resulta prácticamente desconocido y que se presenta en esta novela a través de algunos episodios de su Historia, nos acerca a sus gentes, su geografía, sus costumbres y sus expresiones autóctonas, todo nuevo para mí, sin duda, ya que reconozco que no sé más sobre Colombia que la visión de García Márquez, el drama de los cárteles de la droga y la actual marea de inmigrantes que nos visitan en los últimos años. Pero en esta novela se presentan otros aspectos del país y la sociedad colombiana, en particular se nos da una visión de la ciudad de Bogotá, de sus barrios más humildes, de una vida urbana que se centra en la bulliciosa calle 14 con sus aceras estrechas siempre abarrotadas, sus tradiciones, sus poetas y su activa vida cultural. Y también nos lleva a conocer los valles, las altas montañas, el entorno rural, su clima extremo...
De todo ello, lo que más interesante me ha resultado ha sido conocer a una generación de ciudadanos que crecieron y vivieron su primera juventud en los años más crudos de la guerra contra el narcotráfico, que mamaron ese ambiente de tensión y miedo constantes y que no recuerdan lo que hubo antes de aquello, que ahora salen de la época más negra pero aún conviven con la violencia y los crímenes, aunque sea a menor escala. Y vemos que detrás de cada víctima hay una historia, como la vida que se adivina tras la muerte de Ricardo Laverde y Antonio se arrepiente ahora de no haber querido escuchar su historia, de haber rechazado esa oportunidad en el único momento en que su protagonista era aún capaz de contarla y pareció dispuesto a hacerlo. Esto lleva a Antonio a obsesionarse por aquello que desconoce de Laverde, esos recuerdos ajenos se convierten en propios y sufre por la pérdida de personas a las que ni siquiera conoció, por lo que se empeña en reconstruir el pasado de su amigo, el de su familia, de su mujer, Elaine, una gringa llegada al país a finales de los 60 a trabajar como cooperante de los Cuerpos de Paz y la historia familiar que corre en paralelo a la Historia de Colombia del último siglo.
El estilo del autor abunda en descripciones minuciosas de pensamientos y sensaciones, una introspección constante en los sentimientos de los personajes que describen su dolor, buscando analizar sus causas, aunque no siempre tratan de resolverlo, centrándose en la manera en que la sombra de unos recuerdos ajenos pueden pesar más que la propia realidad. Una novela, en fin, que me ha sorprendido agradablemente y que no dudo en recomendar.