
Y lo cierto es que el ambiente, el entorno en el que trascurre “Todo cuanto amé” no nos es extraño a los lectores habituales de Auster: todo (o casi todo) ocurre en Nueva York en torno a unos personajes que pertenecen mayoritariamente al mundo universitario, de la cultura y el arte. La historia se centra en dos amigos, en dos familias: la de Leo Hertzberg, profesor universitario de Historia del Arte y la de Bill Wechsler, pintor de éxito creciente. Ambos se conocen a raíz de la compra de un cuadro y a partir de ahí su amistad se desarrollará a lo largo de varias décadas en las que compartirán buenos y malos momentos, crisis matrimoniales, el nacimiento de sus hijos, una vida entera de vivencias de todo tipo. Al arrancar el libro Leo rememora estos años y los hechos más destacados y que más les marcaron a todos los que los vivieron.
Uno de los pilares sobre los que descansa el libro es acercamiento al mundo del arte: las reflexiones sobre la obra de arte en sí y todo lo que supone su comercialización. Con mucha frecuencia el relato se adentra en el proceso de creación artística, abundan los pasajes en que se describen obras, tanto pictóricas como de ensayo, poemas o instalaciones que nos aproximan al proceso creativo y al análisis de la obra terminada. Se aprecia el profundo conocimiento de la autora de las tendencias y figuras más destacadas del arte y la cultura norteamericanas de los últimos decenios a través de las abundantes referencias que jalonan el texto. Al hilo de este mundo, también se nos presenta la transformación que entre los 70s y los 80s sufrieron los barrios del centro de Nueva York, el surgimiento del SoHo, la revalorización de los antiguos almacenes convertidos en lofts, frecuentamos las zonas donde conviven artistas y jóvenes adinerados, críticos y aspirantes a estrellas, viejos fracasados y jóvenes sin aspiraciones de futuro.
Pero la historia que se cuenta es, fundamentalmente, la vida de unas personas, los temas básicos sobre los que se estructura el argumento de la novela son la amistad y el matrimonio, la familia, el peso de los recuerdos y la herencia histórica y sentimental recibida de nuestros mayores. Se reflexiona sobre la vida y la muerte, sobre el paso del tiempo y sus efectos, sobre los recuerdos y los proyectos cumplidos o no. Y sobre todo se habla de la paternidad: el papel de los hijos en la vida de las personas, como todo cambia cuando se es padre, las expectativas que se crean ante el futuro, la imagen prediseñada que en ocasiones nos creamos sobre el adulto en que se convertirá algún día el niño de hoy y su confrontación con la realidad, la asunción como propios de los fracasos y los éxitos de los hijos.
Destacaría de la autora su exquisita sensibilidad para narrar hechos dramáticos y describir el dolor más intenso con una extrema delicadeza. Ni siquiera el hecho de que la voz del narrador sea masculina aparta a la autora de lograr ese fin. A lo largo de la novela se suceden algunos hechos trágicos que se cuentan sin caer en ningún momento en la sensiblería, sin forzar escenas conmovedoras. El relato no es apasionado sino que mantiene un tono de absoluta racionalidad: conocemos al detalle los pensamientos y sentimientos de los personajes a partir de la detallada observación de la realidad que incluye tanto lo material como lo sensorial: los comportamientos y las relaciones personales, las motivaciones de sus acciones y reacciones están plasmadas tratando de profundizar en la mente y el alma humanas. Pero todo esto no es obstáculo para que entendamos el dolor de los personajes. Se nos permite asomarnos a lo más profundo de su ser y entender así sus corazón y su sufrimiento. Una forma de contar la realidad que me ha gustado mucho y me hace anotarme a Siri Hustvedt como una autora a seguir.