"Estábamos de paso. La casa no era nuestra. No habíamos pagado por ella. Sin embargo, en el mejor de los sentidos, nos habíamos apropiado de ella incorporándola a nuestras vidas a fuerza de pintar sus paredes, de rellenar sus grietas, de compartir la comida bajo la parra."
La novela merece una lectura sosegada que no gira en torno a un argumento ni a sucesos destacables sino que descansa sobre la narración en sí misma, sobre las reflexiones que, partiendo de esa casa en constante remodelación, de sus reparaciones, mejoras y adaptaciones, va creciendo y adaptándose el grupo humano que la ocupa. Y a partir de ese proceso inacabable deriva a observaciones sobre la vida y el mundo, sobre la familia, los vecinos, las relaciones humanas, el progreso y la tradición que nos acaba llevando hasta la convicción de que es preciso aplacar el afán consumista, de reparar lo que se estropea, de reducir la producción de nuevos elementos en favor del reciclaje, la reutilización.
"Cualquiera que haya tenido la experiencia de construir algo con sus propias manos establece un vínculo íntimo con lo creado"
Con una gran dosis de metaliteratura nos hace participes de la manera en que los años transcurridos en aquella casa le inspiraron para crear este libro centrado en el elogio al trabajo manual que indica el título, esta glosa de los oficios manuales, de las artes tradicionales, de todo aquello que las manos de los hombres son capaces de hacer.
"Cada oficio, cada trabajo que implica el uso del cuerpo, de las manos, genera una gestualidad propia, un lenguaje. Da igual que sea el tenis, el herrado de caballos, la limpieza del pescado o la afinación del piano. Se ve en la danza, en las imprentas, en las alas de oncología pediátrica. Cuando un oficio desaparece se va también su lenguaje corporal. Los pequeños gestos precisos, las ligeras calibraciones.
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