Los hermanos McPheron echan de menos a la joven Victoria Roubideaux a la que acogieron cuando más necesitada de ayuda estaba y que ahora se ha marchado junto con su hijita a la universidad. Así que los McPheron no tienen más que hacer que seguir ocupándose de su ganado y echar de menos a la chica. Luther y Betty Wallace viven en una caravana con sus hijos a los que no saben cuidar ni proteger y sobreviven gracias a los servicios sociales. Cuando Hoyt, el tío de Betty, se muda a vivir con ellos, los problemas no han hecho más que empezar. DJ es un pequeño huérfano, serio y silencioso, que vive con su abuelo, se ocupa de la casa y la comida y no tiene ningún amigo en el colegio. Pero es acogido por su vecina, Mary Wells, y su hija Dena que se convierte en su única compañera de juegos.
Haruf nos vuelve a ofrecer en este volumen una serie de historias de compasión y redención. Con una narrativa sencilla y sin el más mínimo adorno, nos introduce en las vidas de sus personajes a los que retrata con afilada crudeza pero también con enorme conmiseración. Destacaría por encima de todo sus personajes infantiles, esos niños desamparados, silenciosos y solitarios que nos roban el corazón. Y junto a ellos encontramos familias que se reconstruyen a base de amor, lazos personales que van más allá de los de sangre: la amistad y el apoyo mutuo son los que sostiene a los personajes y les permiten seguir adelante.
La sensación siempre que termino una novela de Haruf es de pena por abandonar el condado de Holt y a sus habitantes y el deseo de regresar pronto para acompañarlos en su soledad y seguir sus trayectorias vitales un poco más. Pero lo reducido de la obra del autor no nos va a permitir cumplir este deseo por mucho más tiempo, y eso es algo que tenemos claro sus lectores, que vamos dosificando sus lecturas, espaciándolas en el tiempo, para que no se terminen demasiado pronto.
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