domingo, 8 de mayo de 2022

Como una novela

En este breve librito, "Como una novela", el autor francés Daniel Pennac, escritor y también profesor, reflexiona sobre el hábito de la lectura, especialmente en lo que se refiere a los más jovenes. Unos padre preocupados porque a su hijo adolescente no le gusta leer, como ocurre con tantos otros de su edad, buscan remedio a este problema. Y eso que de pequeño el niño leía mucho, ¡devoraba los libros! Recuerdan los padres cómo hicieron todo lo preciso para acercarle al mundo de la lectura, no faltaron ni un día a leerle un cuento a la hora de dormir cuando aún era bien pequeño. Más tarde llegó la escuela y el niño descubrió la maravilla de las letras que se convierten en palabras y pasó a ser un lector autónomo y ya no necesitaba de sois padres para que le leyeran. Pero llega la adolescencia y, ¡ay!

Igualmente se lamenta el profesor sobre esos adolescentes que no leen. Porque la escuela enseña a leer, es cierto, pero es que el amor por los libros es otra cosa que no se puede forzar ni tan siquiera enseñar. Existe el dogma generalmente aceptado de que la lectura es imprescindible, que hay que leer. Y ocurre que muchos confunden escolaridad con cultura, lo que incluyen los programas educativos, las lecturas obligatorias para todo estudiante, con los libros que a cada uno le gusta leer. Es es imposible e inútil obligar a nadie a leer, por mucho que se enumeren sus beneficios y se razone sobre sus bondades. 

"Desde el momento en que se plantea el problema del tiempo para leer, es que no se tienen ganas. (...) La vida es un obstáculo permanente para la lectura. (...) El tiempo para leer siempre es tiempo robado. (...) ¿Robado a qué? Digamos que al deber de vivir."

Hace el autor un gran elogio del aburrimiento como fuente de creación. La televisión no es el enemigo, es más, muchas veces en cine y la televisión nos puede acercar a las historias que viven en los libros. Así que ¿cómo despertar el interés por el texto escrito? "Una curiosidad no se fuerza, se despierta." Destaca el autor el poder de la transmisión oral, el leer en voz alta, no sólo a los pequeños, sino a los chicos más mayores, como el profesor que conquista a sus alumnos leyéndoles a las grandes figuras de la Literatura sin pedir nada a cambio, ni resúmenes, ni trabajos, ni siquiera su opinión sobre lo leído, sólo presentándoles aquello que los jóvenes ven como ajeno a ellos, lo que presuponen difícil de entender, hasta que el maestro se lo cuenta de vía vía voz.

"Con él, la lectura dejaba de ser una religión de Estado y la barra de un bar era una cátedra tan presentable como una tarima. Nosotros mismos, al escucharlo, no sentíamos deseos de entrar en religión, de vestir el hábito del saber. Teníamos ganas de leer, y punto. (...) Y cuanto más leíamos, más ignorantes, en efecto, nos sentíamos, solos sobre la arena de nuestra ignorancia, y frente al mar. Sólo que, con él, ya no teníamos miedo de mojarnos "

La lectura sólo puede plantearse como un gran placer que se afronta libremente y de manera individual y por ello los lectores tienen sus propios derechos entre los que están el de no leer y el de leer al ritmo propio, saltándose páginas, a leer donde se quiera y lo que cada uno quiera.

Me atrevo a decir a los padres y madres con hijos que no leen, a los maestros y profesores, especialmente a los de Literatura: leed a Pennac y confiad en que aún queda esperanza.

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