lunes, 4 de octubre de 2021

Los días perfectos

Luis es el periodista que protagoniza y sirve de voz narrativa de esta novela de Jacobo Bergareche, "Los días perfectos".  Según nos cuenta él mismo, se encuentra en una cumbre de periodismo digital en Austin, Texas, donde hace un par de años inició un romance intermitente con Camila, una arquitecta mejicana asistente a otro congreso coincidente en el tiempo, relación que hasta el momento ha tenido siete días de duración a lo largo de dos años, apenas nada pero esos habrían sido los días perfectos a los que hace alusión el título. Este tercer año, cuando nuestro protagonista se las prometía muy felices ante la idea de retomar el idilio, su amante le comunica que en esta ocasión acudirá a la ciudad acompaña de su marido, con lo que da por finalizada de manera unilateral su relación, así que a Luis sólo le queda la opción de rememorar a través de una larga carta los escasos días de pasión desatada disfrutados junto a su amante y el recorrido compartido por los lugares y tradiciones más destacadas de la capital de Texas, desde los bailes country en un honky tonk a las hamburguesa descomunales o a los desayunos de tacos, sin obviar los momentos de pasión.

Podría resumir las reflexiones de Luis como un emocionado elogio de la infidelidad, de la aventura extraconyugal. Idealiza el enamoramiento repentino, la intensidad de los primeros acercamientos, la pasión en todo su esplendor, todo eso que ya no experimenta junto a su esposa, despreciando por ende las relaciones envejecidas, el aburrimiento de los matrimonios largos, los ridículos además de inútiles esfuerzos de tantas parejas por "reavivar el fuego primigenio" de un amor que se desgasta por su propio uso. Desde la superioridad que le otorga el encontrarse en lo más álgido de la pasión que no ha tenido tiempo de consumirse, analiza la caducidad del amor romántico sintiéndose superior por disfrutar en ese momento del subidón que le proporciona su aventura extramatrimonial. También es cierto que a la carta dirigida a la amante le sigue otra dirigida a la esposa donde le declara su amor, a pesar del tiempo transcurrido juntos, a la mujer con la que ha formado una familia y que le soporta en la monotonía de la rutina cotidiana. Fácil postura la de él que había encontrado la cómoda y placentera solución de sus encuentros anuales con la bella mejicana para compensar la aridez del día a día de la vida matrimonial. Luis acaba conformándose con un tibio matrimonio sin sorpresas ni pasión porque en ningún momento se planteó abandonar la comodidad de su vida familiar por la aventura romántica de la que disfrutaba en Austin una vez al año. Sabe que debería luchar por revivir la pasión en la pareja, mantener la llama encendida pero no sabemos si lo logrará. Ni siquiera si llegará realmente a intentarlo.

El libro está estructurado, como ya he dicho, en base a dos largas cartas que van además ilustradas con dibujos realizados por el protagonista, acompañadas de poemas y numerosas referencias literarias y reflexiones en torno al tema de los distintos tipos de amor, las muy variadas historias románticas protagonizadas por personajes de la Literatura como Faulkner que dejó constancia en sus cartas a su joven amante o Pedro Salinas en sus poemas. 

Todo ello termina conformando una narración que deja un sabor triste de desilusión ya que todos sabemos que el amor se apaga con el tiempo, que la pasión se agota con el uso, pero no nos gusta que nos lo recuerden. Nos gustaría creer que la realidad es la que nos plantean las historias de amor y desenfreno que leemos en algunas novelas pero todos sabemos que esas sensaciones y sentimientos a veces no duran más que lo que dura un Congreso o unas vacaciones de verano o una escapada lejos de casa. Luis es un cobarde pero al menos reconoce que lo es y le bastan los recuerdos de lo vivido para seguir con su vida adelante. Bravo por él que lo asume y no arrastra remordimientos.

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