jueves, 6 de agosto de 2020

Restos mortales

Arranco el mes de agosto con una lectura en la que recupero la muy agradable compañía del comisario Guido Brunetti de la mano de la prolífica Donna Leon a la que hace tiempo que tenía bastante abandonada. En esta nueva entrega de su serie titulada "Restos mortales", nos encontramos precisamente en mitad del asfixiante verano veneciano, inmersos en una terrible ola de calor que acompaña al comisario mientras que investiga un caso que involucra a algunos personajes de la alta sociedad local, ese grupo cerrado de personas bastante chapados a la antigua en cuanto a su afán por mantener los privilegios de clase propios de su círculo cerrado y reducido de amistades de toda la vida y familias importantes que muchas veces tratan de actuar al margen de las reglas que se aplican al resto de los ciudadanos. Este es, sin duda, un tema recurrente en las novelas de la León y suele aparecer con frecuencia en las diferentes entregas de esta serie.

En esta ocasión, sin embargo, Brunetti no podrá culminar la investigación en curso ya que se verá forzado a tomarse unos días de descanso por prescripción médica que le aconseja permanecer alejado del estresante ritmo cotidiano de la comisaría e incluso abandonar la ciudad, plagada durante esas fechas de turistas a los que no siquiera el sofocante calor veraniego les impide invadir por millares los espacios que la auténticos venecianos consideran como propios.

El caso es que Brunetti se marcha a refugiarse en una de las muchas  propiedades de la adinerada familia de su esposa Paola, en este caso en la isla de Sant'Erasmo situada a poca distancia de la ciudad, en medio de la laguna, pero que resulta un lugar paradisíaco, alejado del tumulto urbano donde el policía disfrutará de su ritmo de vida lento y donde se dedicará a desconectar, dormir ocho horas diarias, leer, montar en bicicleta y retomar el ejercicio del remo que solía practicar en compañía de su padre. Traba allí cierta amistad con el viejo Casari, el guardés de la finca en la que se aloja y excelente remero con quién recorre la laguna mientras visitan las colmenas de abejas que Casari mantiene repartidas por las diversas islas, ocasión que el hombre aprovecha para compartir con Brunetti su preocupación por el gran número de abejas que están muriendo últimamente en sus panales. Durante las horas dedicadas a diario a navegar, Guido redescubre las maravillas naturales que rodean a Venecia: la multitud de aves acuáticas, la asombrosa naturaleza salvaje de horizontes que se pierden a la vista sin edificaciones de ningún tipo en medio de un silencio absoluto entre multitud de canales, aguas abiertas y cañaverales, las mareas cambiantes llenas de corrientes "ese otro mundo de espacio interminable y horizontes sin límite."

Cuando tras una tremenda tormenta Casati desaparece con su barca, se inicia su búsqueda por parte de la guarda costera y la Capitanía, búsqueda  en la que Brunetti colabora al ser una de las últimas personas que estuvieron junto al desaparecido. Como policía que es, y a pesar de encontrarse oficialmente fuera de servicio, no podrá evitar realizar una investigación por su cuenta aunque sea a nivel particular; de hecho sigue apartado oficialmente del trabajo, pero siente la necesidad de descubrir qué le ocurrió realmente a Casati, cómo fueron sus últimas horas, qué le preocupaba con respecto a la muerte sus abejas, intenta conocer un poco más a fondo al hombre bueno que tanto amaba la laguna y descubrir cómo un hábil navegante como él pudo verse sorprendido por una tormenta.

A lo largo de la novela aparecerán algunos de los temas que se repiten en los libros de la Leon como es el constante proceso de decadencia en que se encuentra inmersa la bella ciudad de Venecia, su lucha permanente contra l'acqua alta, el turismo o la contaminación de la laguna y contra el progreso en general que amenaza la esencia antigua de la ciudad de la que tan profundamente orgullosos de muestran sus habitantes. Una vez más, el caso policíaco no es sino una excusa para volver a homenajear a la ciudad que la autora norteamericana ha adoptado como lugar de trabajo y de residencia. Y esa es, como casi siempre, la mejor parte de todas sus novelas.
"Guardaron silencio durante un momento: tres venecianos, familiares en el velatorio de una ciudad que había sido un imperio y que ahora vendía las cucharillas del café para pagar las facturas de la calefacción."

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