jueves, 8 de agosto de 2019

Las catedrales del cielo

"Las catedrales del cielo" es una novela que, sorprendentemente, surge de la pluma del escritor y reportero de guerra francés Michel Moutot, y considero sorprendente que un autor europeo haya sido capaz de recrear un argumento, unos escenarios y sobre todo un espíritu esencialmente norteamericanos. Comienza esa americaneidad desde el mismo arranque de la novela: un impactante relato de la caída de las Torres Gemelas el once de octubre de 2001. Y a partir de ahí iremos acompañando a una serie de protagonistas con un peculiar origen étnico: se trata de indios mohawk procedentes de la reserva canadiense de Kahnawake, a las orillas del furioso río San Lorenzo que comunica desde el Atlántico Quebec y Montreal con los Grandes Lagos. Los mohawk pertenecen a un pueblo que ha vivido durante siglos en plena conexión con la Naturaleza, con los bosques y sus habitantes, con el río y su entorno, considerándose a sí mismos como un elemento más del perfecto equilibrio del mundo en el que habitan. Pero ello no quita para que, con el transcurso de los siglos y ante el avance de la civilización occidental por las tierras que durante años han ocupado sus antepasados, no hayan sido capaces de adaptarse en cada etapa a los cambios inevitables: primero con la llegada de los misioneros seguidos de los conquistadores ingleses y franceses que traen con ellos los avances del progreso cultural y técnico. Los nativos comenzarán vendiendo sus productos de caza y artesanía, luego participarán en el arrastre de troncos río abajo hacia las grandes ciudades que crecen imparables, y finalmente se especializarán en la construcción de puentes y de grandes edificios. No optan por el enfrentamiento con las novedades ni por dar la espalda a aquellos que vienen a ocupar su territorios ancestrales, sino que se suben a la rueda progreso sin dejar olvidadas sus tradiciones y cultura.

De ese modo, los hombres mohawk acaban especializándose en tareas de soldadura y trabajos con hierro, lo que les hará ser conocidos como ironworkers y se convierten así en obreros imprescindibles en el floreciente sector de la construcción desde que en el siglo XIX se inicien las grandes obras de ingeniería, puentes y estructuras metálicas y posteriormente los cada vez más altos edificios comiencen a erigirse en las grandes ciudades norteamericanas. Generaciones de indios a través de una tradición que va pasando de padres a hijos participan en la construcción de los grandes emblemas norteamericanos, desde el Empire State Building hasta el World Trade Center en cuya construcción serán piezas fundamentales y a los que dedicarán su vida.

Robert LaLiberté se encuentra presente cuando se produce el drama del derrumbe del puente de Quebec en 1907 del que se salva milagrosamente. En 1970 Jack Tool LaLiberté encabeza un equipo de ironworkers que trabajan en la construcción del World Trade Center, los que en su momento serán los edificios más altos del mundo. Cuarenta años más tarde a su hijo John Cat LaLiberté le tocará participará desde el minuto uno en las labores de desescombro de las torres que su padre ayudó a levantar y él vio desplomarse tras el tremendo ataque terrorista. 

El libro abunda en escenas de gran fuerza visual y emotiva como las primeras horas tras el derrumbe de las torres o la catástrofe del puente de Quebec. El autor deja de manifiesto la maestría de los norteamericanos a la hora de crear mitos contemporáneos, de forjar leyendas a partir de acontecimientos históricos y aunque en esta ocasión, como ya he comentado, el encargado de contar estos episodios es un autor francés, éste explota al máximo la intensidad y el heroísmo patriótico en esta intensa crónica centrada en el drama del 11S que se convierte en una hazaña épica de solidaridad, trabajo en equipo, entrega y patriotismo por parte de las fuerzas policiales, bomberos pero también de todo tipo de trabajadores manuales como los mismos ironworkers de la tribu mohawk, cuyo pasado y tradición se encuentran entrelazados con la propia Historia de los Estados Unidos y Canadá a través de su participación activa en la construcción de muchos de sus más icónicos monumentos. Una lectura que resulta emocionante e intensa que nos permite ser conscientes de que aquel 11S fuimos todos testigos presenciales de aquellos sucesos que entraron de inmediato en el relato de la Historia, así, con letras mayúsculas. 

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