lunes, 21 de febrero de 2022

Los ingratos

No es fácil conseguir lo que consigue Pedro Simón con "Los ingratos", novela ganadora del premio Primavera 2021: evocar con mucha ternura y emotividad las sensaciones de la infancia, la forma de ver el mundo desde la perspectiva de un niño que todavía habita en la edad de la inocencia y lograr, además, que el lector comparta con él un lamento sincero por aquellos años en los que todos vivimos en el paraíso, en que fuimos completamente felices y ni siquiera éramos conscientes de ello. Hasta que fue demasiado tarde. Y además lo hace sin necesidad de recurrir al sentimentalismo fácil.

La historia que nos cuenta Simón se ubica en un pasado que el tiempo ha convertido en idílico; un tiempo hasta el que nos trasladamos en uno de esos viajes interminables por carreteras comarcales, sin cinturón de seguridad y con una banda sonora que alternaba el carrusel deportivo y las cintas de cassette de nuestros padres. El protagonista de la novela es el pequeño David, que junto con su familia va siguiendo a su madre, maestra rural, de destino en destino, de pueblo en pueblo, por aquella España del final del franquismo que ya adivinaba a lo lejos la llegada de la modernidad que tardó más en llegar a las zonas rurales pero iba asomando en el trabajo del padre en la factoría Chrysler de Madrid, en los pantalones vaqueros de la madre, en el televisor a color del Casino o en las primeras elecciones democráticas.

La vida de David transcurre al ritmo lento de un pequeño pueblo, donde la vida todavía es sencilla pero no exenta de problemas y de dramas, de rumores y de secretos. Allí descubrirá el tesoro de la amistad y el paso de la infancia a la adolescencia. A su alrededor se mueven unos personajes maravillosos: la madre, una mujer trabajadora y culta, valiente y moderna; el padre, espejo de masculinidad en el que mirarse y al que admirar a pesar de sus debilidades; las hermanas mayores, rivales y a la vez mejores amigas; y por encima de todos, el personaje de la Esme, la mujer de pueblo, todo ternura y sencillez de espíritu, con ese amor incondicional hacia un niño al que cría y quiere como si fuera el suyo propio.

"Tu mano estaba calentica, hijo. Como nido de gorrión.

Es un calor que todavía recuerdo. No hay nada como el calor de un hijo. Ese brasero tibio. Si algún día tienes uno, lo sabrás. Aunque lo sabrás mejor si lo pierdes."

La felicidad de la infancia que experimenta David está hecha de ignorancia del mundo exterior y de valentía hacia lo desconocido, de miedos e ilusiones. Su vida transcurre en un entorno con límites firmes: la casa, la familia, la madre que también es su maestra, los amigos del pueblo y la buena de Esme. Y ese entorno pequeño y cerrado se irá abriendo en todos los aspectos al mundo de los adultos, una realidad que se presenta mucho más amplia y más complicada. "Consciente de que crecer consistía en avanzar por un pasillo oscuro encendiendo luces." El relato nos transporta por ese proceso de crecimiento a golpe de nostalgia, de recuerdos de infancia que comparte toda una generación, en la evocación de un mundo, el de entonces, que iba mucho más despacio, donde todo era más sencillo, donde se distinguía lo blanco de lo negro, donde aún no existían los múltiples matices del gris ni los grandes problemas y dilemas que caracterizan la vida adulta.

"Con esa mujer y en aquel pueblo, había descubierto la democracia, la papiroflexia, la desnudez femenina y la masculina, las fronteras de fuera y las marcas de dentro, los niños muertos y que madre, lo que se dice madre, no hay más que dos."

2 comentarios:

  1. Pues no era un libro que me llamase mucho, pero poquito a poquito has conseguido picarme la curiosidad.
    Besotes!!!

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    1. Es una lectura muy evocadora que merece de verdad la pena. A ver si te decides por él.
      Saludos.

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