martes, 22 de agosto de 2023

Cantos de sirena

En 1954, el matrimonio de origen australiano formado por el periodista George Johnson y la escritora Charmian Clift se traslada junto con sus hijos a la pequeña isla griega de Kálimnos, dejando atrás el Londres frío y triste de los años de posguerra pero abandonando también las comodidades, las amistades, los colegios y la forma de vida a la que estaban habituados. Tienen como objetivo dejar atrás su monótona actividad de periodistas, hartos de las crónicas de sociedad, de las disputas políticas y de la vida urbana y dedicarse a escribir una novela a cuatro manos. 
"Me entristecía que a los siete años Martin pudiera darme una explicación lúcida e interesante del ciclo de la vida de un árbol, pero que no supiera cómo trepar a uno. Trepar a los árboles no está admitido en Kensington Gardens."
Charmian se dedica durante ese tiempo además a narrar su día a día en la isla, en lo que después se convertiría en este libro, "Cantos de sirena". Descubrimos de su mano un lugar agreste y primitivo donde sobreviven los últimos pescadores de esponjas, un mundo a punto de desaparecer frente a los avances del progreso, el envejecimiento y la despoblación. Toda la economía de la isla gira en torno al trabajo de esos héroes valientes que son los buceadores que arriesgan su vida sumergiéndose a grandes profundidades y entre los que se dan abundantes accidentes y lesiones que los dejan tullidos e inútiles para su trabajo. 

El mar Egeo es un escenario exótico a los ojos de unos australianos habituados a las maneras occidentales, que descubren una forma de vida diferente, la de un pueblo duro y trabajador con siglos de tradición, leyendas e Historia a sus espaldas. La autora describe en detalle las costumbres ancestrales de los habitantes de la isla, un patriarcado arcaico donde la mujer sólo se dedica a criar hijos y a cargar, literalmente, con el peso de la familia y la casa, lo que las convierte en fuertes y sabias, mucho más de lo que nunca lo serán sus hombres

La familia se integra fácilmente en la isla; los niños hacen amigos y pronto se acostumbra a vivir descalzos, corriendo libres y bronceados por las calles y playas; los padres son acogidos con entusiasmo por sus hospitalarios vecinos que les ayudan a desenvolverse en un lugar tan diferente a lo que están acostumbrados, donde el ritmo de vida es pausado, la planificación no existe más allá de lo que marcan las estaciones y las celebraciones religiosas, la pobreza alcanza un nivel inimaginable, la comida es sencilla y sabrosa y el idioma incomprensible. El matrimonio frecuenta las tabernas, acuden a bodas y bautizos, participan en festividades religiosas, se adaptan al ritmo de vida de sus nuevos amigos, gente intensa y dramática y que abren sus corazones sin reparos a los extranjeros que pronto se convierten en miembros de la comunidad. 

La lectura me ha recordado en ocasiones a las experiencias de la familia Durrell, que también eran unos británicos que descubren la vida en una isla mediterránea. Igual que aquellos, nos encontramos aquí con una manera de vivir estrechamente pegada a la Naturaleza, al mar, sometidos al duro trabajo de la tierra y a un sol implacable, pero en un entorno de aguas cristalinas, huertos de frutales, alimentos frescos y calma perfecta; un lugar que, para los visitantes procedentes de lugares húmedos y fríos se asemeja en gran medida a la idea que suele tenerse del Paraíso en la tierra. 

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