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miércoles, 7 de marzo de 2018

El crimen del vendedor de tricotosas

De tanto en tanto conviene dejar de lado lecturas de tintes dramáticos o de profundo calado y seriedad para dejarse llevar por la comedia y para ello nada mejor que confiar en la desternillante novela de Javier Gómez Santander de título tan "escalofriante" como "El crimen del vendedor de tricotosas", y es que te pone los pelos de punta desde antes de comenzar a leerla, ¿a que sí?

Ya el primer capítulo es brutal, de lo mejor que he leído últimamente: una presentación genial del protagonista, Daniel Ortiz, un panoli de manual, cobarde, mediocre, conformista, el antihéroe por antonomasia, "porque mirar es menos peligroso que hacer", un don nadie provinciano sin aspiraciones en la vida ni nada destacable que señalar, que se encuentra de buenas a primeras ocultando un cadáver en el maletero del coche de su empresa. 

Y a partir de ahí no te puedes parar de reír, no con él, no, te tienes que reír de él, de su torpeza y de su desgracia, a pesar de que su vida está en auténtico peligro, perseguido por un matón ansioso por vengar la muerte de su colega, un crimen involuntario pero sangriento y violento como el que más. Y lo peor es que la situación siempre es susceptible de ir a peor aunque el panoli no pueda creerlo: de movilizar a todos los neonazis de Madrid contra él pasará a provocar un auténtico apocalipsis zombie que se expandirá desde los barrios de la periferia hasta el resto del país, poniendo en un brete hasta al mismísimo Rajoy, siendo todo ello mérito exclusivamente del patoso de nuestro inefable protagonista. Afortunadamente contará con la inestimable ayuda de su padre, un hombre que tiene las cosas bastante más claras que su pusilánime hijo y que vendrá a sacarle las castañas del fuego.

Una divertida comedia negra con un toque cutre, muy cutre, donde todos los personajes son ruines y los planes van de mal en peor hasta el desastre final, pero que cumple con creces el objetivo de desintoxicarte de la triste realidad a base de reírte de la desgracia a ajena. Una historia políticamente incorrecta para pasar un muy buen rato.