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miércoles, 20 de febrero de 2019

Nunca es tarde

Compruebo sorprendida que esta de "Nunca es tarde" es la séptima novela de Jerónimo Tristante que leo y la segunda en el espacio de pocos meses y es que dos factores se han conjurado para que Tristante se haya convertido en candidato a autor preferido; por una parte está el hecho de haber creado una serie entretenidísima protagonizada por el detective decimonónico Víctor Ros, de la cual me he apuntado prácticamente a todas las entregas y la que me saltado ha sido porque que vi con anterioridad el correspondiente capítulo de la serie televisiva, con lo que ya descarté leerlo. Y el segundo elemento que ha propiciado la frecuencia de sus lecturas es el hecho de se trate prácticamente de un autor local, al menos de la misma Comunidad Autónoma, lo que garantiza que sus obras sean habituales en la biblioteca municipal que frecuento. Con todo ello,

Isabel, la protagonista de la novela, es un  ama de casa cuarentona y bastante aburrida, una vez que los  hijos han abandonado el hogar familiar y el marido pasa más tiempo en Barcelona que en el pueblo, ocupado con el trabajo y alguno de los frecuentes romances con secretarias y compañeras trabajo que ya son habituales en él. El tedioso día a día de Isabel se trastoca cuando, mientras se encuentra hurgando en antiguos periódicos en la biblioteca local con el fin de realizar una investigación sobre su pasado familiar, descubre noticias sobre un triple asesinato cometido hace cuarenta años en el tranquilo pueblo de montaña donde vive. Aquellos sucesos coinciden en el tiempo con el momento en que sus padres se trasladaron allí a vivir cuando ella era sólo era niña. Pero lo más sorprendente será descubrir que existe un gran paralelismo entre aquellos hechos y las recientes desapariciones de dos niñas en los alrededores del pueblo. ¿Acaso alguien está copiando aquellos crímenes? ¿O puede ser el mismo asesino que ha regresado? ¿Y porqué ahora?

En su papel de detective aficionada, Isabel contará con la ayuda de un extranjero residente en el pueblo, un escritor de novela negra retirado que empleará sus conocimientos en asuntos de investigación policial para colaborar con ella para desentrañar el antiguo caso, lo que les puede llevar a resolver también las actuales desapariciones. El recurso de emplear una investigadora aficionada, una personal normal que, acompañada de un semiprofesional o cercano a los círculos policiales, no es una estrategia nueva a la hora de armar una novela de intriga (comenzando por ejemplos tan populares como los libros de Camilla Lackberg), pero es cierto que es una idea acertada que permite que la investigación se mueva libremente por canales oficiales y no formales lo que ayuda además a destapar las irregularidades y posibles delitos que se ocultaron en la antigua investigación.

Lo que está claro es que Tristante domina los secretos del éxito de la novela policíaca, sea en escenarios actuales o clásicos, maneja bien el ritmo del relato, dosifica correctamente la intriga y el suspense y da vida a unos personajes atractivos a los que el lector acompaña con gusto en sus peripecias detectivescas; todo lo cual va a favor de aquello que comentaba al principio de esta reseña: el hecho de que se trate de un autor que sigue ganando puntos en mi ranking personal de escritores favoritos. Suerte la mía que además de buena, su obra sea abundante y variada. 

jueves, 3 de enero de 2019

El valle de las sombras

En los últimos tiempos y aunque parezca fuera de lugar, ha vuelto a cobrar protagonismo en la actualidad política e informativa el Valle de los Caídos, monumento que llevaba ya bastantes años alejado de nuestra memoria colectiva y que muchos creíamos ya próximo al olvido como objeto de interés de la opinión pública, por lo que éste resulta un momento óptimo para recuperar "El valle de las sombras", novela publicada por Jerónimo Tristante en 2012 y que sitúa su acción casi completamente en este escenario que en otro momento de la historia de España contó con gran significado ideológico que recientemente parece estar recuperando.

Ha terminado la guerra civil y Franco se ha propuesto construir un gran mausoleo a los caídos en Cuelgamuros, cerca de El Escorial. Las obras no avanzan a la velocidad deseada, por lo que se decide emplear más mano obra procedente de las prisiones, saturadas en ese momento de los derrotados en la guerra. Entre los destinados a tan duro trabajo se encuentra Juan Antonio Tornell, teniente del ejercito republicano y antiguo policía de éxito en Barcelona durante la República. Gracias a la recomendación del cantero Berruezo, antiguo soldado a sus ordenes en la batalla de Teruel que es ahora uno de los hombres de confianza de Licerán, capataz en la magna obra, Tornell es enviado en la obra. Las condiciones de vida en el lugar, a pesar del duro trabajo asignado, son mejores que en las propias cárceles del régimen que el expolicía ha conocido; allí se mezclan los presos con obreros libres, la seguridad es bastante relajada y el rancho resulta aceptable, a lo que se suma la promesa  de una jornada de reducción de pena por día trabajado.

Al enclave en construcción llega el capitán Roberto Alemán, héroe de guerra y acérrimo enemigo de los rojos, con fama de desequilibrado y al que han asignado la misión de descubrir el origen de unas supuestas desviaciones de recursos en el entorno de las obras. Pero otro asunto desviará la atención del investigador cuando un preso aparezca muerto y, con la colaboración del antiguo agente de policía, lleguen a la conclusión de que se ha tratado de un asesinato. Alemán y Tornell formarán una extraña pareja de dos individuos anteriormente enfrentados en lo que a sus ideologías y posturas en la guerra se refiere, pero que ahora se descubren mutuamente como hombres de honor y preocupados en que se haga justicia y se descubra la verdad sobre la muerte del joven preso.

La novela mantiene una postura bastante imparcial en el plano ideológico y refleja el desastre de la guerra como una desgraciada realidad, con su ola de muertes y masacres donde ninguno de los bandos sale bien parado, ni los vencedores ni los vencidos se libran de la barbarie. La guerra saca lo peor de muchos personajes, en muchos casos sirve de excusa para que los más salvajes criminales huyan o se escondan bajo una bandera y encuentren una excusa para matar. El autor nos plantea su teoría de que en España hubo tres guerras: las de los convencidos aferrados a su ideología y que mataban y morían en nombre de esta; la de los que optaron por un bando tras ver morir fusilados a familiares o amigos a manos de unos u otros y la de los que se vieron arrastrados a obedecer al ejercito en el que les tocó por quinta o por reclutamiento forzoso sin tener ideales políticos ni más interés que salir vivos de allí. Y son generalmente aquellos que sólo obedecieron órdenes o cumplieron en el bando en el que les tocó luchar los que ahora penan en las cárceles y sufren las peores consecuencias del conflicto. Y es que cuando acaba la guerra cada uno se adapta a la paz como puede. Algunos, como Tornell asumen la derrota, tratan de seguir con su vida y esperan tiempos mejores. La nueva España no es lugar fácil para los derrotados, pero también los vencedores, como es el caso de Alemán, son capaces de reconocer el valor de los perdedores y sorprenderse de las injusticias que se ejercen sobre aquellos por el nuevo régimen.

La novela nos presenta una historia con un fondo sorprendentemente positivo en medio de un entorno hostil, donde logra resaltar el mensaje positivo y un canto a la amistad y a lo mejor que hay casi siempre en el interior de cada hombre.

jueves, 22 de mayo de 2014

La última noche de Víctor Ros

Por cuarta vez tengo el placer de reencontrarme con el que ya casi considero como un viejo amigo, el detective Víctor Ros, personaje creado por el escritor murciano Jerónimo Tristante que está triunfando con sus novelas protagonizadas por este ingenioso investigador decimonónico y que enganchan por su sencillez en el lenguaje, su fácil lectura y sus tramas siempre complicadas, con multitud de historias entrelazadas y en las que vamos desenmascarando a los culpables siempre de la mano de los razonamientos lógicos y las deducciones sorprendentes del protagonista. 

En esta ocasión, en "La última noche de Víctor Ros" nos encontramos de nuevo con una trama enrevesada donde un asesinato cuenta con varios sospechosos probables, todos ellos con razones o motivaciones suficientes para haber cometido el crimen que se investiga. El agudo detective Víctor Ros será llamado a acudir a la ciudad de Oviedo para auxiliar a la policía en la investigación del complicado caso y allí, en la ciudad donde comenzó su exitosa carrera de investigador, tendrá que reencontrarse con su pasado, del que no siempre se ha sentido orgulloso, ya que en aras de obtener su primer gran éxito como policía se vió obligado a traicionar a aquellos activistas entre los que se había infiltrado y que lo consideraban uno de los suyos. El detective contará, entre otros colaboradores, con la ayuda de su hijo Eduardo, el chico al que sacó de la calle y adoptó y en el que Víctor ve a su muy probable continuador en las tareas de resolución de los más complicados misterios. Junto con el fiscal y el jefe de la policía, Ros tendrá que ir desliando la trama de enemistades y antiguos secretos que van saliendo a la luz en torno a la familia del joven asesinado, hijo mayor de un destacado ciudadano que concita a su alrededor odios diversos por muy variados motivos. Será necesario ir ahondando en las distintas posibilidades hasta descubrir quién y por qué razón fue asesinado el joven y a lo largo de la investigación nuevas muertes irán complicando el asunto hasta que, finalmente, la vida del propio Víctor se vea en serio peligro.

Al igual que en las anteriores entregas, he disfrutado mucho con la lectura de esta novela en la que el protagonista hace gala de su talento para el razonamiento y la deducción lógica al igual que el conocimiento de la naturaleza humana y de las motivaciones que inducen a actuar a cada uno. Esta versión hispana del inspector Poirot que a partir de los más insignificantes detalles es capaz de deducir los secretos más ocultos de las personas es el héroe perfecto: inteligente, honrado, amante de la justicia y defensor de los desposeídos. Es cierto que en ocasiones hay algo de reiteración en la narración al ir recopilando los datos y pistas obtenidas o al ir reconstruyendo los hechos en base de los descubrimientos o testimonios que se van produciendo, pero así y todo la novela se lee con agrado, con la seguridad de que, por muchos problemas a los que tenga que enfrentarse el protagonista, al final resolverá el caso con brillantez y la justicia acabará imponiéndose y los villanos recibirán su merecido escarmiento. Y eso siempre se agradece, aunque sólo sea en la ficción.

jueves, 27 de junio de 2013

El enigma de la calle Calabria

Regreso nuevamente a la serie de Jerónimo Tristante sobre el inspector Víctor Ros, que en esta ocasión se traslada a Barcelona, ciudad donde inició su carrera profesional, para colaborar en la investigación de "El enigma de la calle Calabria" y nuevamente nos presenta una amena historia de de misterio, con todos los elementos clásicos del suspense más tradicional, en la que seguimos la investigación policial a cargo del detective Ros que contrapone, como ya es habitual en él, la lógica y las pruebas de tipo científico a las supersticiones y las explicaciones irracionales con las que el pueblo llano y la opinión pública, allá por los últimos años del siglo XIX, trataba de justificar todos aquellos fenómenos extraños que rodean este misterioso caso.

La cuestión es que Ros tendrá que desmentir las teorías que parecen indicar que el  empresario Gerardo Borrás ha logrado escapar de un secuestro que lo ha llevado hasta el mismísimo infierno, aunque no haya podido escapar a la desgracia de ser poseído por el diablo. El inspector deberá dar con una explicación racional a todos los extraños aspectos que rodean este caso en el que se ven envueltos personajes de lo más sórdido, especialmente un peculiar "malo" que se mueve entre los ambientes más oscuros de la prostitución, la explotación de menores, el asesinato, las estafas de alto nivel, e incluso el vampirismo. Pero afortunadamente tenemos al detective Ros y a sus compañeros de investigación para llegar a la resolución del caso que devolverá la seguridad y la calma la ciudad y a sus habitantes que podrán agradecer a su sagacidad el poder vivir en paz nuevamente.

Tras sus anteriores aventuras situadas en el Madrid más castizo, en esta entrega Víctor Ros se desplaza a Barcelona y nos pasea por esta ciudad con su incesante crecimiento urbano, con su ensanche perfectamente diseñado y sus barrios periféricos de aluvión llenos de miseria, la avalancha de inmigrantes que llegan a la ciudad para participar en la imparable  industrialización y su mezcla de cultura y pobreza, de europeísmo y nacionalismo, de tradición y revolución. Una ciudad de Barcelona, en fin, que se dibuja como un marco apasionante donde se desarrolla el argumento de esta entretenidísima novela, parte de una serie de la que me reconozco entusiasta seguidora. Hasta la próxima entrega, por tanto, señor Ros.

miércoles, 7 de noviembre de 2012

El caso de la viuda negra

He tenido la fortuna de reencontrarme nuevamente con el detective Víctor Ros, personaje surgido de la pluma del escritor murciano Jerónimo Tristante en la novela , "El misterio de la casa Aranda" que tanto me gustó. En esta ocasión he continuado con el relato de las aventuras de este avispado detective con la segunda entrega de la serie, con un título tan sugestivo como "El caso de la viuda negra".

Los personajes principales de la anterior novela continúan más o menos donde los dejamos: Víctor disfruta ahora de una apacible vida familiar con su esposa Clara, a la que conoció mientras investigaba el caso que da título a la anterior novela, y  con quien ha tenido una hija y se encuentran a la espera otro. Su trabajo en la brigada metropolitana de la policía le lleva a seguir investigando diversos casos en los que da buen uso a su gran capacidad deductiva con la ayuda de su compañero Alfredo, con el que mantiene una relación similar a la de Holmes y Watson: Víctor es impulsivo, exigente  y lo analiza todo desde el punto de vista de la ciencia y la razón, mientras que Alfredo es sereno y reflexivo y un gran conocedor de la naturaleza humana. En esta ocasión, en medio de los prolegómenos del enlace real entre Alfonso XII y su prima María de las Mercedes, ambos tendrán que descubrir a los asesinos de un coronel al que le ha sido robado un extraño anillo que portaba en el momento de morir. El presunto culpable es un inteligente y cruel delincuente sospechoso de variados y sangrientos crímenes y que, además del caso del asesinato del coronel, mantuvo un romance con una joven casada con el anciano marqués de la Entrada que muere en circunstancias sospechosas. Resultará que la joven viuda es una antigua compañera de estudios de Clara, que se niega a creer que su amiga tenga algo que ver en la desafortunada muerte de su marido, lo que provocará tensión entre el detective y su esposa.

Al igual que en el caso de la anterior novela, también en esta se investigan dos casos que corren paralelos pero que tienen puntos en común, en este caso el sospechoso de ambas muertes y en los dos casos demuestra Víctor Ros su agudeza para descubrir la verdad basándose en los conocimientos técnicos y científicos que continúa desarrollando y aplicando a la persecución de los criminales. El ambiente del Madrid de la época y también de la ciudad de Córdoba a la que se desplazará Ros en su investigación, son muy evocadores del momento histórico, de la sociedad dominada por el autoritarismo de los gobernantes; las clases dominantes, el clero, el ejército e incluso la policía, que conserva un gran poder y lo ejerce sin pudor; los políticos liberales y conservadores en su constante alternancia característica de la época que refleja la sociedad dividida en dos bandos obligados a entenderse; el fervor monárquico del pueblo frente a las simpatías republicanas de los intelectuales que aceptan al rey como un mal necesario poco interesados en fomentar la mejora del nivel cultural del pueblo. Y a todo esto, la población continúa siendo por lo general poco ilustrada y anclada en antiguas creencias y temores, por lo que los métodos del detective Ros para hallar la solución a los casos resultan siempre llamativos y considerados casi cercanos a las dotes de adivinación, más que al trabajo de la razón y la deducción lógica.

La novela se lee con mucha agilidad, los diálogos son muy frescos y los personajes resultan agradables. Lo cierto es que es una serie que no me va a costar nada seguir, ya que todos los casos planteados tienen su interés, con nuevos personajes creíbles y  resulta muy entretenido seguir los razonamientos que llevan al protagonista a su resolución, siempre in extremis, manteniendo así viva la tensión hasta las últimas páginas. Muy recomendable lectura, por tanto.

jueves, 2 de febrero de 2012

1969

Hace no mucho descubrí al escritor murciano Jerónimo Tristante, y a él retorno gracias a una recomendación, esta vez con una novela que no pertenece a la serie del policía decimonónico Víctor Ros, aunque sí permanece dentro del género policíaco. Se trata de “1969” título que se refiere al año en el que se desarrolla la trama de la novela; en ella, el policía Julio Alsina atraviesa por un enorme bache profesional y personal, arrinconado en tareas administrativas en la comisaría de Murcia y, entregado por completo a la bebida, no es ni la sombra del prometedor policía que apuntaba hace algunos años, antes de ser abandonado por su mujer y convertirse en el hazmerreír de sus compañeros, hasta que un caso en apariencia banal, el suicidio de una prostituta, se convierte en el motor que le lleva a recuperar su adormecido instinto policial. El caso se irá complicando hasta volverse algo más grande de lo que Alsina pudo imaginar al comienzo de la investigación hasta culminar con una revelación extraordinariamente sorprendente.

En esta novela Jerónimo Tristante se sitúa en su ciudad natal, Murcia, y sus alrededores, presentando un retrato de la sociedad franquista de la época en una capital de provincias, con unos personajes tal vez excesivamente estereotipados en lo que se refiere a los retratos de los falangistas de fino bigotillo y modales tiránicos y las jóvenes de la Sección Femenina, con falda a media pierna, cuello cerrado y cara agria. Frente a ellos, los personajes populares, mayoritariamente gente humilde, delincuentes, prostitutas, madres solteras y descarriados en general, que malviven en el ambiente de una pequeña ciudad de mentalidad pueblerina en un entorno más bien sórdido de policías corruptos, tristes pensiones, patios que transmiten un aire con olor a repollo, café con leche y brasero... una sociedad, en fin, demasiado triste y demasiado gris para mi gusto.

Mientras los americanos y los rusos luchan por conquistar el espacio, en España el televisor es aún un electrodoméstico infrecuente, y el vehículo utilitario no está generalizado, la ciudadanía no acaba de entrar en la era de la modernidad, permanece adormecida por el dudoso bienestar material alcanzado gracias al “milagro económico” logrado por el régimen franquista pero que, al mismo tiempo, mantiene a la gran mayoría de la población ajena a la realidad de la situación política.

El policía Alsina resulta un personaje muy humano, con debilidades y problemas, como abundan en la literatura policíaca patria, aquí no se dan esos policías duros, fríos e implacables de las películas americanas. También es cierto que detecto cierta fijación del autor por la investigación de asesinatos de prostitutas, como ocurre también en la anterior novela suya que leí, El misterio de la casa Aranda; puede ser casual pero lo cierto es que a los detectives de Tristante les luce lo de resolver crímenes en los que se ven implicados personajes que se encuentran entre los miembros más desafortunados de la sociedad, aquellos cuyas desventuras no interesan a nadie.

La lectura de esta novela es, en definitiva, entretenida, se lee de corrido y la trama es fácil de seguir, aunque tengo que reiterar la crítica que ya hice en su momento sobre su otra novela, referente a que abusa del recurso de la reflexión del protagonista recapitulando las distintas pistas, hilos de la trama y cuestiones en marcha, como para evitar que el lector se pierda siguiendo la historia. De todos modos, es una opción adecuada para ocupar unas cuantas horas amenas de lectura.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El misterio de la casa Aranda

Según finalizaba la lectura de “El misterio de la casa Aranda” del autor murciano Jerónimo Tristante, me hacía una reflexión que me permitiré compartir aquí en público. El caso es que me preguntaba a mí misma si se podría calificar patrioterismo el hecho de que, con bastante frecuencia, aparezcan en los comentarios o reseñas sobre novelas con trama policíaca escritas por autores españoles como Lorenzo Silva o Domingo Vilar, por ejemplo, la idea de que nos encontramos ante relatos que en nada tienen que envidiar a las novelas de intriga que nos llegan del extranjero, especialmente ante la invasión sufrida en los últimos años desde los países nórdicos, que aprovecho la ocasión para reconocer que, personalmente, me agradan bastante. Lo cierto es que parece que nos resulta necesario decir en voz alta, y a mí la primera, que nuestros detectives son tan buenos o mejores como los de fuera y que nuestros novelistas son tan capaces o más que aquellos de plantearnos personajes, historias, tramas y enredos varios que nos atrapen, nos emocionen y nos sorprendan en igual o mayor medida que otros autores con mayor resonancia internacional. Pues no tendría que resultarnos extraño esto de que nos resulten más próximas a nuestra experiencia estas historias contadas por paisanos que se localizan en escenarios que nos resultan cercanos y familiares y sobre asuntos o tramas que no necesitan de explicación o aclaraciones al margen; es natural que, en mi caso, un escritor murciano como es el caso de Tristante, casi paisano mío, que sitúa su novela en Madrid, ciudad en la que estudié, me resulte más asequible que una truculenta trama de asesinatos en un pueblecito pesquero de la costa noruega, sin que esto signifique que tenga intención de renegar de toda aquella literatura que proceda de más allá de nuestras fronteras, pero sí habrá que reconocer que, a falta de magnas campañas de promoción a nivel mundial, no deberíamos extrañarnos de disfrutar intensamente con la lectura de una novela policíaca de factura nacional.

Y terminada la reflexión “patriótico-literaria” me centraré en la trama de la novela en cuestión, primera que leo de Jerónimo Tristante, en la que se nos presenta al subinspector de policía Víctor Ros, un joven de procedencia humilde, ideología liberal y brillante futuro que desempeña su labor policial en el Madrid de finales del siglo XIX tratando de basar sus investigaciones en los principios de la lógica, la deducción y el método científico por lo que no se dejará impresionar demasiado cuando caiga en sus manos el asunto de la casa Aranda en el que, aparentemente, unas fuerzas ocultan llevan, hasta en tres ocasiones a lo largo de los años, a las señoras de la casa a atacar a sus esposos y caer posteriormente en un estado cercano a la locura.

De manera paralela, Ros investigará los asesinatos no resueltos de varias prostitutas entre los que el subinspector descubre una clara conexión, lo que apunta un único asesino, pero tendrá que enfrentarse al desinterés por parte de las autoridades por un caso que afecta a personas de nula relevancia social.
Ambas tramas irán avanzando en paralelo sin cruzarse y revelando así dos caras de la sociedad española de la época: por un lado las clases altas representadas por una nobleza decadente cargada de títulos y menguante de fortuna y la nueva burguesía comercial formada por nuevos ricos, dos grupos que se envidian, desprecian y necesitan mutuamente; y por otro lado el pueblo llano al que pertenece Víctor, formado por obreros, trabajadores manuales y lumpen vario. Se recrea con acierto la división entre liberales y conservadores, entre el esfuerzo de los reaccionarios para mantener los privilegios y la ascensión de las ideas renovadoras que luchan por imponerse.

En definitiva, una lectura fácil, tal vez lastrada en ocasiones por un esfuerzo excesivo del autor de que el lector no se pierda al ir desenredando las tramas, lo que le hace dar a veces demasiadas explicaciones o repetir algunos razonamientos que se sobreentienden, pero, aparte de eso, me ha gustado bastante, y seguro que a ésta le seguirán, en algún momento, las dos partes que completan (hasta la fecha) la serie del detective Ros, además de que he recibido buenas referencias sobre otras novelas del autor. Y es que, como he leído hoy mismo en la descripción del blog Viajes desde el sillón: “cuanto más leo, más grande se hace la lista de libros pendientes...” ¡Qué gran verdad!