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jueves, 30 de junio de 2016

Las bicicletas son para el verano

Hay historias como esta de "Las bicicletas son para el verano" que parece que conocemos desde siempre, principalmente por la película memorable que casi todos hemos visto (al menos los de mi generación, ya entiendo que los más jóvenes tal vez sólo la conozcan por nombre o casi como una frase hecha) y porque su autor, Fernando Fernán-Gómez, fue durante muchísimos años uno de los más notorios actores de  nuestro país, además de cultivar otras muchas facetas artísticas durante toda su vida. Pero resulta que cuando nos acercamos a la obra teatral original descubrimos la grandeza de una historia fabulosamente contada, descubrimos la capacidad de crear personajes a base esencialmente del diálogo, de las palabras con las que se expresan, porque en una obra de teatro no hay largas descripciones ni maravillosos escenarios naturales, ni cambios de plano; sólo están los personajes sobre el escenario, unos brevísimos apuntes sobre su posición y el aspecto de la escena y las palabras que pronuncian, sus diálogos son la base sobre la que se crea todo un mundo, tan real que hace que la acción cobre vida y se nos presente con tanta veracidad ante los ojos, como una magnífica película en Panavisión.

La lectura nos traslada al verano del 36, al madrileño barrio de Chamberí donde los chicos se preparan para las vacaciones de verano: están los que aprueban, los que han suspendido, los que se quedan en la ciudad, los que se van, un verano más, al pueblo. Pero lo fundamental y más importante es conseguir tener una bicicleta, instrumento que garantiza la libertad de movimientos, el poder ir con la pandilla a la Casa de Campo o al parque del Oeste. Los personajes que se mueven por el escenario son variados: el que busca colocarse con un buen empleo, la chica que sueña con ser artistas, las amas de casa luchando con las estrecheces económicas, algunos conservadores, otros liberales... Los acontecimientos políticos a algunos ni les interesan: el asesinato de Calvo Sotelo es impactante, pero en general todos están más centrados en sus propios asuntos domésticos y familiares que en lo que hagan los políticos. Por ello, una vez que la guerra sea una realidad, la vida cotidiana tendrá que continuar entre obuses y explosiones, los teatros siguen funcionando, los jóvenes salen y entran, se enamoran, estudian para los exámenes de septiembre, aunque tal vez, si el estado libertario triunfa, ya no existan mas exámenes...Porque todos están convencidos de que la guerra no va a durar mucho más allá de ese verano. Pero pasa el verano y la guerra sigue y lo hará durante varios años y vamos siguiendo la vida de estas familias, vecinos todos de un bloque cualquiera de Madrid donde se suceden las muertes, aparece la miseria, la escasez, pero continúa habiendo ilusiones, sueños... todo perfectamente descrito mediante unos diálogos que dibujan magistralmente a cada personaje, su lugar en la sociedad, sus ideas y sus pensamientos, aún cuando no siempre los expresen abiertamente.

La obra es un retrato espléndido de unos años terribles vistos desde el aspecto más doméstico y cotidiano. Nos ubicamos en la sala de estar de la casa del propio autor que revive aquellos años, la convivencia con sus amigos, sus vecinos, el día a día corriente de gente normal con la guerra como fondo, donde la vida seguía a pesar de todo, entre bombas y risas, entre muertes y amores, donde no hay más remedio que aguantar los malos tiempos, intentar sobreponerse a todo y esperar a que llegue por fin la paz para poder enderezar sus vidas de la mejor manera posible. 

lunes, 26 de enero de 2015

La buena reputación

Ya venía advertida por la buena experiencia que tuve hace algún tiempo con Ignacio Martínez de Pisón gracias a su novela "El día de mañana" de lo que me podía esperar con la lectura de esta, su última obra. Desde aquella otra ocasión lo tenía catalogado como un narrador excepcional y así me lo confirmaban las numerosas referencias leídas de este nuevo libro que no me ha defraudado en absoluto. "La buena reputación" presenta una brillante recreación de la sociedad española de los años 50 y siguientes, comenzando en el atractivo escenario de la ciudad de Melilla y el Protectorado de los territorios de Marruecos, con la descripción de la vida en las ciudades coloniales donde, bajo gobierno español, se conservan y conviven elementos de las culturas musulmana y judía junto a la cristiana.

La novela nos presenta la vida de la familia Caro a lo largo de más de cuarenta años, desde los primeros tiempos en Melilla donde Samuel, casado con Mercedes y padre de dos hijas, es una figura destacada e influyente entre la comunidad judía de la ciudad, si bien no es excesivamente religioso y está más pendiente de cultivar sus relaciones sociales y sus asuntos económicos. La huida de Sara, la hija menor, la creación del estado de Israel y la disolución del Protectorado español serán algunos elementos que marcarán el devenir de la familia y harán a sus protagonistas cambiar muchas de sus ideas previas. El traslado a Zaragoza, ciudad natal de Mercedes, supone un nuevo cambio para todos; la boda de Miriam, la hija mayor, la incorporación de Felisa, la asistenta, que se convertirá en un miembro más de la familia y la posterior ampliación de la misma al ir naciendo los nietos son algunos de los avatares que suceden durante los años del desarrollismo económico del país donde todos tratan de adaptarse a los nuevos tiempos. Los Caro no son más que una familia típica de aquella época y que está lejos de ser perfecta, pasan por los problemas habituales de cualquier familia y de muchos matrimonios: los conflictos generacionales de los padres con los hijos, las pequeñas rencillas y los rencores que conviven con el cariño y la lealtad entre sus miembros.

A lo largo de la novela se nos va describiendo una sociedad y unos años en los que nuestro país superaba los estragos de la Guerra Civil, la población trataba de incorporarse a la modernidad, conservando al tiempo, mejor que peor, las antiguas tradiciones; los avances más actuales y las más rancias costumbres conviviendo en el mismo espacio en cada casa eran lo habitual en aquellos tiempos, los sillones de escay con las estampas del Sagrado Corazón o los discos de moda que sonaban al tiempo que las coplas más castizas. Me ha resultado altamente interesante toda la información que sobre las prácticas religiosas y sociales de los judíos se va desgranando a todo lo largo del relato, integrándose de manera amena junto con el resto de información que se nos proporciona sobre la sociedad española, pero la destaco en esta ocasión porque creo que no hay mucha literatura que verse sobre la población judía española en la época contemporánea. Por otra parte, resulta acertada la forma de estructurar la novela, dividida en partes, cada una de ellas protagonizada por un miembro distinto de la familia. Cada una de estas distintas partes son en ocasiones versiones complementarias unas de otras y en ocasiones una visión alternativa, una mirada a los mismos hechos pero completada con datos e información que a los demás personajes se les habían ocultado o desconocían. Cada uno de los protagonistas nos presenta su versión de los hechos desde su punto de vista, en función de su edad o de su posición frente a los demás familiares.

El lenguaje de la novela es limpio y sencillo, sin complicaciones pero lleno de claras y expresivas imágenes y escenas capaces de transportarnos a las distintas épocas y escenarios. Así, el cuadro final resultante es un completo retrato costumbrista de la época de nuestros abuelos, pero fundamentalmente es el retrato de una familia española cualquiera que seguramente tenga muchos elementos en común incluso con nuestras propias familias en un tiempo ya pasado, aunque no tan lejano como para haberlo olvidado ya.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Diario de una dama de provincias

A pesar de que siempre he mantenido que no era aficionada al género humorístico, he descubierto que sí que siento cierta debilidad al menos por una variante de dicho género: el humor inglés. Ese estilo sutil, discreto, ajeno al chiste fácil y centrado en la leve aunque acerada ironía y en sacar a la luz las debilidades humanas que se ocultan tras la corrección y la extrema urbanidad, las absurdas costumbres arraigadas fundamentalmente entre la burguesía media y las estrictas diferencias de clase social que permanecen grabadas en el ADN de los ciudadanos británicos. De todo esto hay algo en "Diario de una dama de provincias", la divertida novela de E,M. Delafield, y es que los ingleses son muy dados a eso: a convertir cualquier novela de corte costumbrista en una nada sutil crítica a su propio modo de vida, a su cultura y a su organización social.

Nos encontramos ante el diario de una dama de provincias, como el título bien indica, casada con el administrador de la representante de la nobleza local, madre de dos hijos de corta edad y presente, por obligación, en todos los actos sociales que en la zona se organizan. Vemos a nuestra protagonista realizar auténticos malabares para organizar las tareas del hogar gestionando la bastante mermada economía familiar al tiempo que trata de no ofender al irascible personal doméstico, tan complicado de conseguir y de conservar, la encontramos tratando de cultivar bulbos sin mucho éxito, ponerse al día con las últimas tendencias de la moda que llega de Londres y mantener conversaciones lo más inteligentes e ingeniosas posibles en las más bien desabridas reuniones sociales de la comarca donde todos tratan de aparentar una falsa opulencia que los acerque, al menos a ojos de sus vecinos, a las clases verdaderamente acomodadas. Todo ello en una pequeña localidad rural del sur de Inglaterra a principios de los años 30, con sus lluvias constantes, las calefacciones insuficientes, las viviendas precisando constantes reparaciones pero el orgullo y la imagen pública siempre impecables.

A lo largo de toda la novela y sin que se produzca ningún acontecimiento demasiado extraordinario que obligue a ampliar mucho la extensión de la obra, compartimos con nuestra dama sus siempre absurdas preocupaciones sobre los temas más banales que imaginarse pueda, pero que centran y dan sentido a la vida de esas y de tantas otras damas de provincias más o menos prósperas que pasan sus días entre la organización de acontecimientos benéficos, algún picnic pasado por agua o una breve escapada al sur de Francia que le hace imaginar que ha alcanzado el estatus social de la nobleza. Un entretenimiento que resulta breve pero que se disfruta, aunque sin llegar a ansiar pasar a la siguiente entrega de la misma serie donde parece ser que nuestra dama prospera algo más. Suponemos, visto lo visto, que no va a superar su cortedad de miras por mucho que trepe en la escala social.