Maggie y su marido Ira emprenden un breve viaje en coche con destino al funeral del marido de una buena amiga. Ambos constituyen una pareja ya madura, con hijos mayores y en cuyo hogar casi nada es perfecto. Ella es optimista, irreflexiva y entrometida; cree poder influir en los asuntos de aquellos a los que quiere, viendo siempre lo mejor en cada uno, pero muchas veces mete la pata de más tratando de ayudar y es consciente de la desilusión que transluce la mirada de su marido, mucho más realista y desencantado que ella. A lo largo del día en el que se desarrolla la novela, Maggie va a reencontrarse con amigos de su juventud, comprobará lo mucho que han cambiado todos en los años transcurridos, incluidos ella y su marido, lo complicado que es el matrimonio, que no se vuelve más sencillo con el transcurso del tiempo, con sus roces, su rutina y sus pequeñas batallas cotidianas que desgastan el cariño en discusiones sin sentido y reproches. Constatará que las relaciones familiares nunca son sencillas, que la realidad se impone a la imagen idealizada que podemos tener de las personas que nos importan, imperfectas por definición; que nadie puede dictar el camino a los hijos y que la convivencia es un duro proceso de aprendizaje que dura toda la vida.
"Fue Serena quien le dijo a Maggie que el matrimonio no era una película de Rock Hudson y Doris Day. Fue Serena quien dijo que la maternidad era demasiado dura y que, tal vez, el esfuerzo no valía la pena. Y ahora esto: que se te muera el marido."
Con un gran dominio de la descripción de sentimientos, con un tono intimista y reposado, la novela nos muestra aquello en lo que se puede llegar a convertir el matrimonio cuando llega la madurez, los hijos se marchan a seguir con sus propias vidas y se comprueba que los planes e ilusiones que nos han impulsando durante tanto tiempo probablemente no se cumplan nunca, pero, a pesar de todo, el amor y la esperanza puede seguir dirigiendo nuestros pasos.
"¿En qué pondremos nosotros dos nuestras ilusiones el resto de nuestras vidas?"
Sin ser algo que responda a una elección intencionada, he observado que algunas de mis lecturas de los últimos meses como "Olive Kitteridge" o "Unas vacaciones en invierno", o incluso "El cuello importa" tienen un punto en común: todas ellas giran en torno a personajes de mediana edad que ya han dejado atrás la juventud y se enfrentan serenamente a la madurez e incluso a la vejez sin edulcorar su realidad, aceptando los errores cometidos y los defectos propios y ajenos; entendiendo que no existe el mundo idealizado que se cree o se sueña cuando se es joven. Aceptan que el amor no es eterno, ni la belleza ni la tersura de la piel, pero en muchos casos logran alcanzar la sabiduría que proporciona, a la fuerza, la vida vivida. Debe ser que las lecturas van madurando más o menos al mismo ritmo que lo hacemos los propios lectores; que nuestros intereses, gustos, inquietudes y preocupaciones se reflejan en las elecciones que hacemos a la hora de elegir nuestras lecturas, aunque no se haga de una manera plenamente consciente y entiendo que esa es la forma natural de madurar como lectores y como personas.
Pues no he leído nada de la autora aún. Y por lo que cuentas, creo que esta novela podría ser un buen estreno.
ResponderEliminarBesotes!!!
Yo ya había leído "El hilo azul" pero estoy segura de que me puede seguir sorprendiendo con otros títulos suyos que tengo pendientes. Es una muy buena creadora de personajes.
EliminarSaludos.