El relato nos traslada a la provincia de Pontevedra, a sus montes cubiertos de niebla, a los pueblos abandonados de la auténtica España vacía en medio de praderas donde pastan las vacas, a la preciosa capital de la provincia con sus calles empedradas y los viejos edificios de fachadas de piedra gris; un lugar donde la humedad, el musgo y la lluvia incesante constituyen sus rasgos distintivos, donde el clima da origen a paisajes de un verde incomparable pero también a unos vecinos con un carácter duro, supersticioso, guardianes de sus tradiciones y poco dados a abrirse a los forasteros.
La faceta de policía de Raquel queda eclipsada por su faceta de madre coraje, padeciendo intensamente por el sufrimiento y la enfermedad de su hijo, se encuentra en plena carrera contra-reloj por salvar su vida, lo que se antepone en sus prioridades a la investigación en curso, aunque esta terminará por cruzarse con sus asuntos privados.
Los avatares del trabajo diario de los guardias civiles se entrelazan con ese aire de misterio que sobrevuela las historias que transcurren en Galicia, tierra de meigas y tradiciones ancestrales, de antiguas leyendas y elementos que, si no son mágicos, al menos lo parecen, donde lo sobrenatural convive con lo cotidiano. Y hablo de misterio pero confieso que alguna escenas del libro me han provocado auténtico terror, el de enfrentarme junto a los protagonistas a unas fuerzas oscuras que no se pueden definir pero que sientes que están ahí, con lo que mis sensaciones sobre esta lectura son bastante positivas, porque siempre es un placer que un libro te atrape, te emocione, te interese y de vez en cuando incluso te asuste.
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