No hay duda de que este objetivo se ha cumplido plenamente con "La tierra de los abetos puntiagudos" de la autora Sarah Orne Jewett donde se nos cuenta un verano en el pequeño pueblo de Dunnet Landing, en la costa de Maine, en donde se instala una escritora dispuesta aprovechar la calma del lugar para escribir una novela. La protagonista y narradora del libro se aloja en casa de la señora Todd, una viuda madura dedicada a recolectar hierbas medicinales y preparar remedios naturales con la que trabará una entrañable amistad. Pronto conocerá a otros habitantes de la zona: la anciana y encantadora madre de la señora Todd, la señora Blacket, que vive en una de las numerosas islas de la bahía junto con su hijo William, o el capitán retirado Littlepage.
A lo largo de los capítulos breves que componen este libro de poca extensión y mediante escenas cargadas de delicadeza y sensibilidad y un enorme poder evocador, se nos presenta una serie de personajes carismáticos, gente de mar, curtidos marineros, cazadores de ballenas, pescadores y descendientes de valientes marinos que vivieron en un tiempo en que todo giraba en torno al mar y que conforman una pequeña comunidad donde se valora la independencia individual pero también existe una sólida red de apoyo mutuo, donde la vida trascurre pacíficamente, sin grandes sobresaltos, lo que no quita para que cada personaje tenga una historia personal que contar. Los habitantes del pueblo dominan las artes de la navegación y de la pesca ya que la población se encuentra diseminada por un numeroso grupo de islas. Vamos descubriendo también la variada flora del terreno, el uso ancestral de las diversas plantas, las técnicas de navegación, adentrándonos en un modo de vida abocado a la extinción, en este lugar incomparable donde pasar un verano inolvidable.
"Me quedaban ya pocos días en Dunnet Landing y se me escurrían entre los dedos contra mi voluntad, igual que un avaro suelta a regañadientes sus monedas. Quería que me devolvieran mis primeras semanas allí, con sus largas horas en las que no pasaba nada, la hierba crecía y el sol seguía su curso. Hubo un tiempo en el que ni siquiera sabía por dónde pasear, y ahora tenía tantas cosas interesantes que hacer como si estuviera en Londres. Me apremiaban mis múltiples compromisos y los días pasaban volando como un puñado de flores arrastradas por la brisa del mar."
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