Se acerca la Navidad y Bill recuerda sus años de infancia: creció sin padre, en la casa de la señora Wilson donde trabajaba su madre que los aceptó a ambos sin reprocharles nunca nada, rodeado de cosas bonitas que no le pertenecían pero donde se convirtió en un hombre honrado y trabajador y actualmente se sabe feliz y se contenta con las cosas más sencillas, con cumplir con su trabajo y disfrutar de su pequeña familia. A pesar de su situación personal, Furlong piensa mucho en lo injusto de la vida y se preocupa por los que no son tan afortunados como él, planteándose si podría hacer siempre algo más por ayudar a los demás o si, como le aconseja su mujer, debe dejar pasar los problemas ajenos que no son asunto suyo.
La novela ensalza un concepto muy sencillo pero muy potente en la que Furlong cree firmemente: la capacidad transformadora de la bondad cotidiana que trata de convertir en motor de su actuación. En resumen diríamos que esta es la historia de un buen hombre haciendo lo que debe en la víspera de la Navidad.
"Se preguntó qué sentido tenía estar vivo sin ayudarse los unos a los otros. ¿Era posible seguir adelante a lo largo de todos los años, de décadas, de toda una vida, sin ser lo suficientemente valiente como para ir en contra de lo establecido y, sin embargo, llamarse cristiano, y enfrentarse al espejo?"
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