Hacía tiempo que le tenía echado el ojo a esta novela del escritor norteamericano Ivan Doig titulada "Una temporada para silbar". Ya desde la portada me tenía medio ganada, como suele ocurrir con las acertadas ediciones de Libros del Asteroide, en esta caso con esa imagen de dos chicos de camino al colegio atravesando el campo, el libro evoca ese ambiente rural propio de los tiempos de los primeros colonos norteamericanos y sus pequeños pueblos de frontera, y promete una historia con niños que, siempre que no deriven hacia tintes dramáticos, me suelen atraer bastante.
Y, efectivamente, la historia que cuenta la novela se desarrolla en el estado de Montana, a principios del siglo XX, cuando éste era todavía un territorio prácticamente desconocido, que iba poblándose poco a poco con valientes que decidían dar un giro a su vida, dejar atrás todo lo que tenían hasta el momento y lanzarse a la aventura de ocupar esas nuevas tierras que acababan de incorporarse al país. Nos encontramos, por tanto, con unos personajes que llevan una vida dura, de intenso trabajo físico, en contacto directo con una naturaleza que no siempre es favorable, que oscila entre crudísimos inviernos y veranos de sequía. Unos campos donde los granjeros no lo tienen fácil para arrancar el fruto de la tierra, sacar adelante a sus familias y luchan cada día para alcanzar un futuro mejor a través de su propio esfuerzo. Y sin embargo, las comunidades de colonos mantienen un alto grado de moral, de justicia, creen en la necesidad de la educación para los niños, confían en la justicia y conservan las buenas costumbres, no son salvajes alejados de la civilización, sino que mantienen y aplican las más básicas normas de convivencia social.
Y en este entorno se desarrolla la historia del protagonista, Paul Milliron. Es el propio Paul, ya adulto, el que nos narra su infancia, recordando el mundo en el que creció, ahora que vuelve a su casa convertido en superintendente a cargo de las escuelas unitarias del estado de Montana. En la novela se evoca la figura del maestro rural y de aquellas modestísimas escuelas en las que convivían en el mismo aula todos los alumnos de una localidad y sus alrededores, desde los seis hasta los catorce años, y a los que el maestro debía proporcionar las bases del conocimiento elemental, ajustando sus enseñanzas al heterogéneo grupo de estudiantes, despertando su interés y siendo generalmente su única referencia intelectual y el encargado de abrirles los ojos a la Historia, a la cultura y al mundo más allá de sus praderas y montañas. Pero esta idílica figura está a punto de desaparecer, ya que Paul tiene como misión comunicar a las juntas escolares del condado la intención del gobernador de clausurar las escuelas untiarias para sustituirlas por grandes centros en los principales núcleos de población. Y él mismo sabe que con las escuelas unitarias desaparecerá también todo un mundo, toda una organización social.
Según recorre los paisajes que decoraron su infancia, Paul revive aquella época y las vivencias que compartió con sus hermanos y su padre, un viudo preocupado por el buen funcionamiento de su hogar, que se decide a contratar un ama de llaves que se ocupe de gobernar el caos en su casa y del cuidado de sus hijos. Así es como Rose Lewellyn llega a la diminuta localidad de Marias Coulee. Rose es una viuda reciente que viene acompañada de su hermano Morrie procedentes de Chicago. Desde luego, ambos son toda una novedad en aquella localidad tan alejada de la sofisticación de las grandes ciudades. Mientras que Rose se dispone eficientemente a poner orden en el hogar de los Milliron, Morrie acabará hacíendose cargo del puesto de maestro, resultando ser una persona de enorme capacidad, amplísima cultura e inesperadas dotes docentes, lo que abrirá todo un mundo de conocimiento para el joven Paul, que no tardará en destacar en la escuela.
La novela me ha gustado mucho, indudablemente. Tanto el aspecto de la vida más salvaje en las tierras de frontera, con sus paisajes de inmensas praderas y horizontes infinitos, como el mundo de la escuela y la capacidad de un buen maestro para inspirar a sus alumnos, para hacerles amar el estudio, me ha parecido magníficamente contados. Y ya fuera de lo puramente literario, también diré que me ha parecido excelente el ensalzamiento de la figura del maestro rural que desarrolla su oficio en las más precarias circunstancias, teniendo que adaptar las enseñanzas a los distintos niveles de sus alumnos, a las diversas capacidades, ver como aplica los aprendizajes significativos implicando a los chicos en la adquisición de sus propios conocimientos, su forma de trabajar por proyectos que precisan la implicación de los alumnos, haciendo que los niños disfruten mientras aprenden y entiendan la utilidad de aquello que se les enseña y deseen seguir aprendiendo. Magnífico retrato, por tanto, de un maestro en esencia que desarrolla su profesión sin precisar de muchos medios materiales, sino valiéndose de su amplia cultura, de una verdadera vocación, de gran ilusión y amor por el conocimiento para llevar así a cabo su oficio de la manera más eficaz posible. Aspectos muchos de estos que sería deseable que los maestros actuales trataran de valorar, de incrementar y conservar como sus mejores herramientas de trabajo.
viernes, 27 de septiembre de 2013
domingo, 22 de septiembre de 2013
Ferragosto in giallo
Este librito fue un souvenir que se vino conmigo después de un viaje que hice el mes pasado a Italia, más concretamente a la ciudad de Milán, en pleno Ferragosto; fue amor a primera vista, de esas cosas que aparecen en el momento justo en el lugar apropiado y no tuve más remedio que hacerme con él. Por si alguien desconoce en qué consiste eso del Ferragosto, le diré que es un fenómeno exclusivo de Italia y que se da anualmente en torno al día 15 de Agosto. Nada que ver con lo que ocurre aquí en España en pleno verano, cuando las ciudades relajan algo su ritmo habitual pero en ningún caso se paralizan, es más, es la ocasión propicia para aprovechar y salir a callejear, se encuentra más sitio para aparcar y las terracitas te ofrecen una limonada para pasar al fresco las tardes calurosas y casi se agradece poder disfrutar de todas las ventajas y ofertas de la ciudad sin muchos de sus inconvenientes. Nada de eso es posible en Ferragosto; en Italia por esas fechas todo se paraliza, absolutamente todo. Incluso en una gran ciudad como es Milán te encuentras con la inmensa mayoría de negocios y locales cerrados por unos días con el consecuente cartel de "Chiuso per ferie", cientos de carteles iguales por todas partes. Pero incluso muchos hoteles en el centro histórico cierran por el Ferragosto, algo impensable aquí en pleno verano que es, por antonomasia, la temporada alta-altísima para el turismo. Pero así son ellos para sus cosas: toca cerrar y cierran. Y así, durante dos o tres días, la ciudad entera permanece en estado de domingo por la tarde: ni coches por las calles, ni una mala terraza donde tomarse una birra.
Menos mal que llegó el día 17 y la cosa se relajó un poco y fuimos capaces de encontrar algún que otro negocio que se decidió a abrir sus puertas, y en eso que, buscando cosas típicas que traernos a casa, me topo en un supermercado, en medio de un montón de best sellers y revistas del cuore, con este pequeño librito azul, en el primoroso e inconfundible estilo de Sellerio, editor de toda la serie de mi querido detective Montalbano, el famoso detective de Camilleri, y luciendo el atractivo título de "Ferragosto en giallo". Y, claro está, no tuve más remedio que añadirlo a mi cesta de la compra ya que, me pregunto, qué puede haber mejor que encontrarte en la misma circunstancia que los protagonistas de una novela, entender el ambiente, el calor abrasador del verano italiano y la modorra de las avenidas desiertas en pleno Ferragosto, de haber pasado por las calles en las que transcurre la acción y, sobre todo, disfrutar de la bellísima lengua italiana justo después de haber pasado unos días por aquellas tierras escuchándola y practicándola a tu antojo. Era el libro perfecto para mí justo en aquel momento, no me queda la menor duda.
Esta colección de relatos detectivescos ("giallo" es el nombre con el que se denomina en italiano a este género literario) es la continuación de una tradición de la citada editorial que ya publicó anteriormente "Un Natale in giallo" o "Capodanno in giallo" en los cuales, igual que en esta ocasión, la casa editorial invitaba a sus escritores de cabecera a escribir un breve relato detectivesco ambientado en una época determinada del año, en este caso en el ya comentado periodo vacacional veraniego. Nos encontramos en esta ocasión con el Montalbano de Camilleri, o a la española Petra Delicado de la mano de su autora, Alicia Giménez-Bartlett, cuya edición en italiano corre habitualmente a cargo de Sellerio, junto a otros tres autores: Gian Mauro Costa, Marco Malvaldi, Antonio Manzini y Francesco Recami. Todos ellos nos presentan una historia corta en la que se da algún tipo de misterio o caso policíaco a resolver con la única coincidencia de ocurrir los sucesos narrados en esos calurosos días de mitad del mes de agosto en que toda Italia parece paralizarse en el tiempo bajo el calor asfixiante propio de la fecha, aunque ya es bien sabido, como dijo no recuerdo quién, que el crimen no descansa nunca, ni siquiera en Ferragosto.
Menos mal que llegó el día 17 y la cosa se relajó un poco y fuimos capaces de encontrar algún que otro negocio que se decidió a abrir sus puertas, y en eso que, buscando cosas típicas que traernos a casa, me topo en un supermercado, en medio de un montón de best sellers y revistas del cuore, con este pequeño librito azul, en el primoroso e inconfundible estilo de Sellerio, editor de toda la serie de mi querido detective Montalbano, el famoso detective de Camilleri, y luciendo el atractivo título de "Ferragosto en giallo". Y, claro está, no tuve más remedio que añadirlo a mi cesta de la compra ya que, me pregunto, qué puede haber mejor que encontrarte en la misma circunstancia que los protagonistas de una novela, entender el ambiente, el calor abrasador del verano italiano y la modorra de las avenidas desiertas en pleno Ferragosto, de haber pasado por las calles en las que transcurre la acción y, sobre todo, disfrutar de la bellísima lengua italiana justo después de haber pasado unos días por aquellas tierras escuchándola y practicándola a tu antojo. Era el libro perfecto para mí justo en aquel momento, no me queda la menor duda.
Esta colección de relatos detectivescos ("giallo" es el nombre con el que se denomina en italiano a este género literario) es la continuación de una tradición de la citada editorial que ya publicó anteriormente "Un Natale in giallo" o "Capodanno in giallo" en los cuales, igual que en esta ocasión, la casa editorial invitaba a sus escritores de cabecera a escribir un breve relato detectivesco ambientado en una época determinada del año, en este caso en el ya comentado periodo vacacional veraniego. Nos encontramos en esta ocasión con el Montalbano de Camilleri, o a la española Petra Delicado de la mano de su autora, Alicia Giménez-Bartlett, cuya edición en italiano corre habitualmente a cargo de Sellerio, junto a otros tres autores: Gian Mauro Costa, Marco Malvaldi, Antonio Manzini y Francesco Recami. Todos ellos nos presentan una historia corta en la que se da algún tipo de misterio o caso policíaco a resolver con la única coincidencia de ocurrir los sucesos narrados en esos calurosos días de mitad del mes de agosto en que toda Italia parece paralizarse en el tiempo bajo el calor asfixiante propio de la fecha, aunque ya es bien sabido, como dijo no recuerdo quién, que el crimen no descansa nunca, ni siquiera en Ferragosto.
sábado, 14 de septiembre de 2013
El jurado número 10
Después de pasar varias semanas sumida en las convulsas tramas históricas propias de la Inglaterra de los Tudor, necesitaba cambiar de aires radicalmente, volver al mundo actual aunque fuera por unos días, por lo que, hurgando en mi biblioteca de lecturas pendientes dí con esta novela, "El jurado número 10", de la, entre otras muchas cosas, escritora Reyes Calderón, que ya me había proporcionado anteriormente algunas lecturas interesante de la mano de su personaje más famoso, la jueza McHor. En esta ocasión no se trata de un episodio más de la citada serie, si bien no se aleja mucho del ámbito judicial, ya que el protagonista de la misma es un abogado y la mayoría del relato gira en torno a un juicio en el que éste se ve involucrado, muy a su pesar.
Tiene esta novela un protagonista, el abogado al que me refería anteriormente, de nombre Efrén Porcina. Ya desde el nombre, podemos sospechar que este abogado, de buenas intenciones pero no muy brillante carrera, no tiene el perfil de héroe que suele caracterizar al protagonista de las novelas policíacas al uso. Ni tampoco sus mucho más de cien kilos de peso se ajustarían, literalmente, a ese perfil (y a casi ningún perfil, de hecho). Efrén es un buen abogado, con un despacho modestísimo, más aún si lo comparamos al importantísimo bufet del que ha sido recientemente despedido. Sin intención más que de tratar de vivir de su trabajo lo más dignamente que le sea posible, se ve envuelto en una complicada trama de narcotráfico y corrupción policial gracias a la "inestimable" ayuda de su secretaria y socia, la despampanante y algo dislocada Salomé, especialista en enamorarse de hombres altamente desaconsejables. De este modo, el modesto protagonista de la novela se verá inmerso en un caso que le supera en mucho, enfrentado a policías corruptos, al mayor despacho de abogados de la provincia y a las propias barreras que le impone su moral y su vocación de abogado, que se verá obligado a saltarse si quiere salvar su propio pellejo.
Se aprecia el conocimiento que del mundo de la ley y de los tribunales tiene la autora, y en este caso más concretamente, de todo lo que rodea la profesión de los abogados y de los procedimientos judiciales. Se plantea en esta novela una contraposición entre los valores que tratan de defender los buenos letrados que se precian de serlo y tratan de facilitar la aplicación de la ley, frente al dudoso papel de aquellos otros que utilizan los más enrevesados subtefugios legales para hacer prevalecer la postura de sus clientes, estén dentro o fuera de la legalidad; la fina línea que separa la inocencia jurídica de la no culpabilidad, la presunción de inocencia como parapeto tras el que se escudan los que son capaces de hacer desaparecer por cualquier medio posible las pruebas que les acusen directamente de los numerosos delitos que han cometido, la perversión del sistema cuando los culpables y sus abogados utilizan la ley en su beneficio y la figura del jurado popular no profesional como base de la aplicación de la justicia. Temas apasionantes todos estos que se tratan cuando, además, están bien contados, cuando se mezclan con unas tramas bien planteadas, como es este caso en el que acompañamos al sufrido Efrén en su carrera por tratar de lograr que el culpable sea efectivamente declarado como tal, proceso en el que él mismo tendrá que sumirse en las cloacas del sistema y renunciar a principios que siempre juró que mantendría. Pero las cosas se ven desde otra perspectiva cuando lo que está en juego es tu propia vida, y eso es lo que le ocurre a Efrén.
Tiene esta novela un protagonista, el abogado al que me refería anteriormente, de nombre Efrén Porcina. Ya desde el nombre, podemos sospechar que este abogado, de buenas intenciones pero no muy brillante carrera, no tiene el perfil de héroe que suele caracterizar al protagonista de las novelas policíacas al uso. Ni tampoco sus mucho más de cien kilos de peso se ajustarían, literalmente, a ese perfil (y a casi ningún perfil, de hecho). Efrén es un buen abogado, con un despacho modestísimo, más aún si lo comparamos al importantísimo bufet del que ha sido recientemente despedido. Sin intención más que de tratar de vivir de su trabajo lo más dignamente que le sea posible, se ve envuelto en una complicada trama de narcotráfico y corrupción policial gracias a la "inestimable" ayuda de su secretaria y socia, la despampanante y algo dislocada Salomé, especialista en enamorarse de hombres altamente desaconsejables. De este modo, el modesto protagonista de la novela se verá inmerso en un caso que le supera en mucho, enfrentado a policías corruptos, al mayor despacho de abogados de la provincia y a las propias barreras que le impone su moral y su vocación de abogado, que se verá obligado a saltarse si quiere salvar su propio pellejo.
Se aprecia el conocimiento que del mundo de la ley y de los tribunales tiene la autora, y en este caso más concretamente, de todo lo que rodea la profesión de los abogados y de los procedimientos judiciales. Se plantea en esta novela una contraposición entre los valores que tratan de defender los buenos letrados que se precian de serlo y tratan de facilitar la aplicación de la ley, frente al dudoso papel de aquellos otros que utilizan los más enrevesados subtefugios legales para hacer prevalecer la postura de sus clientes, estén dentro o fuera de la legalidad; la fina línea que separa la inocencia jurídica de la no culpabilidad, la presunción de inocencia como parapeto tras el que se escudan los que son capaces de hacer desaparecer por cualquier medio posible las pruebas que les acusen directamente de los numerosos delitos que han cometido, la perversión del sistema cuando los culpables y sus abogados utilizan la ley en su beneficio y la figura del jurado popular no profesional como base de la aplicación de la justicia. Temas apasionantes todos estos que se tratan cuando, además, están bien contados, cuando se mezclan con unas tramas bien planteadas, como es este caso en el que acompañamos al sufrido Efrén en su carrera por tratar de lograr que el culpable sea efectivamente declarado como tal, proceso en el que él mismo tendrá que sumirse en las cloacas del sistema y renunciar a principios que siempre juró que mantendría. Pero las cosas se ven desde otra perspectiva cuando lo que está en juego es tu propia vida, y eso es lo que le ocurre a Efrén.
domingo, 8 de septiembre de 2013
Una reina en el estrado
Sin solución de continuidad, nada más terminar la anterior novela de Hilary Mantel, "En la corte del lobo", me sumerjo directamente en la continuación de esta serie sobre la familia Tudor, titulada en esta ocasión "Una reina en el estrado". Encontramos a los personajes de la historia exactamente donde los abandonamos al terminar la anterior novela: Ana Bolena no ha logrado engendrar un hijo varón, Enrique sigue obsesionado por el asunto y ahora ha fijado sus ojos en una dama de la corte, Jane Seymour, una insignificante mujer sin nada que llame la atención pero que con su sencillez, casi simplicidad, ha atraído la atención del monarca al que, habituado como siempre a moldear la realidad a la medida de sus caprichos e intereses, asaltan ahora las dudas sobre la legalidad de su enlace con la Bolena. Después de enfrentarse a toda la cristiandad para que ratificaran su matrimonio, ahora al monarca no le duelen prendas en retomar las posturas que unos años antes se presentaron en contra de sus pretensiones para justificar ahora la ilegalidad de su unión con la nueva reina.
Mientras tanto, las complejas redes de intereses de la corte no dejan de complicarse. Los Bolena ven peligrar su supremacía, las antiguas familias que nunca aceptaron a la nueva reina ven su oportunidad de volver a ganar los favores del rey, la familia Seymour no tiene inconveniente en manejar a la anodina Jane como una mera pieza en el juego del poder. Mientras tanto, la reina repudiada, Catalina, fallece de enfermedad y abandono, lo que despeja otra vía de conflictos que se pudieran oponer a una posible nueva boda. Thomas Cronwell, sin embargo, encontrará una solución más directa para disolver el matrimonio real sin necesidad de alegar nulidad: la reina es sospechosa de mantener relaciones con otros hombres. Sea o no esto cierto, siempre hay personas en palacio dispuestas a confesar lo que han visto u oído o sospechado, de apoyar rumores y aprovechar para inclinarse ahora del lado de los nuevos intereses del rey, cualquier acusación más o menos fundada es válida si favorece los volubles deseos del monarca, y esa es la misión principal de Cronwell, buscar, no la verdad, sino la parte de verdad que conviene a los intereses de Enrique. Nuevamente el hombre fuerte a la sombra del rey demostrará su capacidad de manejar las voluntades, su profundo conocimiento de la naturaleza humana y de las relaciones y luchas de poder entre los cortesanos para inclinar la balanza del lado que más interese a su señor.
Si recientemente me quejaba por el tema de la traducción de los títulos de las novelas, vuelvo hoy sobre el asunto ya que no puedo dejar de mencionar aquí la traducción del título de la primera novela de esta serie que se titula en castellano "En la corte del lobo", traducción literal de "Wolfhall", título que hace referencia a la casa familiar de los Seymour que aparece frecuentemente en la novela y que además remite a la clásica sentencia de "el hombre es un lobo para el hombre" que tan bien retrata la realdidad diaria de la corte de los Tudor; sin embargo, considero que cualquier persona que no conozca el idioma inglés suficientemente no podrá percibir todo esto, ya que en la novela siempre se nombra la casa con su apelativo en inglés, Wolfhall, con lo que podría no relacionarse este nombre con el título del libro. En esta segunda parte de la serie, sin embargo, el título original "Bring up the bodies" que significaría algo así como "Traed los cuerpos", se ha sustituído por "Una reina en el estrado", un título que nada tiene que ver con la traducción literal pero que sí resume el argumento de la novela en cuestión. ¿Qué conclusión saco de todo esto? Pues que no siempre una traducción literal es mejor que una libre, que el título de una novela ha de reflejar la letra pero también el espíritu del original y más vale una modificación que mantenga el mensaje que una traducción estricta que no transmita la intención del autor al titular.
Mientras tanto, las complejas redes de intereses de la corte no dejan de complicarse. Los Bolena ven peligrar su supremacía, las antiguas familias que nunca aceptaron a la nueva reina ven su oportunidad de volver a ganar los favores del rey, la familia Seymour no tiene inconveniente en manejar a la anodina Jane como una mera pieza en el juego del poder. Mientras tanto, la reina repudiada, Catalina, fallece de enfermedad y abandono, lo que despeja otra vía de conflictos que se pudieran oponer a una posible nueva boda. Thomas Cronwell, sin embargo, encontrará una solución más directa para disolver el matrimonio real sin necesidad de alegar nulidad: la reina es sospechosa de mantener relaciones con otros hombres. Sea o no esto cierto, siempre hay personas en palacio dispuestas a confesar lo que han visto u oído o sospechado, de apoyar rumores y aprovechar para inclinarse ahora del lado de los nuevos intereses del rey, cualquier acusación más o menos fundada es válida si favorece los volubles deseos del monarca, y esa es la misión principal de Cronwell, buscar, no la verdad, sino la parte de verdad que conviene a los intereses de Enrique. Nuevamente el hombre fuerte a la sombra del rey demostrará su capacidad de manejar las voluntades, su profundo conocimiento de la naturaleza humana y de las relaciones y luchas de poder entre los cortesanos para inclinar la balanza del lado que más interese a su señor.
Si recientemente me quejaba por el tema de la traducción de los títulos de las novelas, vuelvo hoy sobre el asunto ya que no puedo dejar de mencionar aquí la traducción del título de la primera novela de esta serie que se titula en castellano "En la corte del lobo", traducción literal de "Wolfhall", título que hace referencia a la casa familiar de los Seymour que aparece frecuentemente en la novela y que además remite a la clásica sentencia de "el hombre es un lobo para el hombre" que tan bien retrata la realdidad diaria de la corte de los Tudor; sin embargo, considero que cualquier persona que no conozca el idioma inglés suficientemente no podrá percibir todo esto, ya que en la novela siempre se nombra la casa con su apelativo en inglés, Wolfhall, con lo que podría no relacionarse este nombre con el título del libro. En esta segunda parte de la serie, sin embargo, el título original "Bring up the bodies" que significaría algo así como "Traed los cuerpos", se ha sustituído por "Una reina en el estrado", un título que nada tiene que ver con la traducción literal pero que sí resume el argumento de la novela en cuestión. ¿Qué conclusión saco de todo esto? Pues que no siempre una traducción literal es mejor que una libre, que el título de una novela ha de reflejar la letra pero también el espíritu del original y más vale una modificación que mantenga el mensaje que una traducción estricta que no transmita la intención del autor al titular.
martes, 3 de septiembre de 2013
En la corte del lobo
Vuelvo nuevamente a caer en uno de mis temas redundantes, de esos sobre los que nunca me canso de leer, ni de ver en películas o series, se trata en este caso de la historia de los Tudor, de la apasionante vida de Enrique VIII de Inglaterra y su entorno, de esos personajes que si no fuera porque tenemos amplísimamente documentados por numerosas fuentes históricas, creeríamos sin problema que habían sido creados por la mano de algún escritor con una pródiga imaginación, más bien retorcida y maliciosa. Pero es que este periodo histórico fue tan fascinante como se nos cuenta. Esta vez la historia viene narrada por la autora británica Hilary Mantel y su novela "En la corte del lobo", primera parte de una trilogía en la que la autora revisita los acontecimientos que llevan al rey Enrique a anular su matrimonio con la reina Catalina (por cierto, uno de mis personajes favoritos de toda la Historia) para casarse con Ana Bolena.
Seguramente para aquellos que no sean, como yo lo soy, fanáticos confesos de este periodo histórico, la novela en principio les puede sonar a más de lo mismo, a la misma historia mil veces contada, pero les puedo asegurar que no es así, en absoluto. Con total maestría Mantel logra revivir los episodios ya conocidos de una manera diferente, con sobrias descripciones, sin detenerse a recontar los hechos históricos o a presentarnos a los personajes que ya se dan por conocidos, se centra en recrear los ambiente, las tensas relaciones de la corte, los pensamientos y posicionamientos de los personajes a través de breves pinceladas unas veces, de conversaciones cogidas al vuelo, sin detenerse en ubicarnos ni darnos más datos, en ocasiones unas pocas palabras nos hacen ver toda una escena, una breve reflexión nos dibuja una personalidad, nos muestra una mentira o una confabulación. Otras veces, en cambio, asistimos a largas conversaciones o a reflexiones en voz alta donde nos aproximamos a la mentalidad de una época tan lejana como es el siglo XVI donde las convenciones o las relaciones sociales y familiares eran muy diferentes a las actuales.
El punto diferenciador de esta novela se encuentra en su protagonista que no es el rey, ni ningún personaje de la nobleza sino Thomas Cromwell, el gran hombre de negocios, secretario del rey, gestor de sus negocios y su política, de humilde origen pero que a fuerza de tesón, estudio e inteligencia alcanza las mayores alturas de poder en la corte del caprichoso rey Enrique. Después de escapar bien joven de los abusos de su cruel padre, de luchar en el ejército francés, de conocer el mundo del comercio y la banca en Italia, a su regreso a Inglaterra con un inmenso bagaje cultural y mundano entra al servicio del muy poderoso cardenal Wolsey. Incluso tras la caída de su señor Cromwell se mantiene a flote y pasa a servir directamente al rey llegando a convertirse en el hombre más poderoso de Inglaterra después de aquel, a quien todos temen, respetan, envidian y cuya caída, por descontado, desean. Porque Cromwell conoce y maneja todos los equilibrios de poder, todos los enfrentamientos, las simpatías y los odios, las lealtades y traiciones, las viejas rencillas y los anhelos de venganza y las pasiones ocultas, las debilidades de cualquiera de las personas que frecuentan la corte de Whitehall, nada escapa a su conocimiento y todo lo emplea en favor de sus intereses. Pero también nos permite la autora conocer la faceta privada del poderoso Cromwell, su cara más bondadosa que muestra en la intimidad de su familia, marcada por grandes pérdidas pero donde también ejerce de acogedor patriarca; bajo su autoridad y protección conviven hijos, sobrinos a los que trata como hijos y otros jóvenes a los que apadrina, acoge y forma para convertirlos en personas de gran provecho para la política y los negocios, hombres que le serán siempre fieles y que le apoyarán en los peores momentos al igual que los pocos amigos que hará a lo largo de la vida pero que desmienten la imagen de hombre cruel, desalmado y capaz de cualquier cosa que de él se tenía en la corte y en toda Europa en aquellos años.
Retrato, por tanto, fascinante de un periodo histórico sin parangón, con protagonistas de la talla no sólo de Enrique VIII, el poderosísimo y obcecado rey que abandona su lealtad a Roma por casarse con una mujer a la que nadie apreciaba en la Corte, pero con la que espera concebir un heredero, la arribista Ana Bolena, de magnética personalidad e indudables atractivos que logró elevar a su propia familia a los más altos cargos, que compartió la cama del rey con su propia hermana María y se enfrentó a todos mientras gozó de la protección del rey. Igualmente fascinantes las demás mujeres que rodean al rey: la reina Catalina, siempre digna y orgullosa de su sangre real a pesar de las humillaciones a las que se la sometió, al igual que su hija, la princesa María, desposeída de sus derechos pero con su orgullo y dignidad siempre intactos, jamás aceptó a la Bolena como reina legítima de su país; y la pequeña, y en aquel momento inocente, Isabel, hija de Ana Bolena y que tan gran reina resultará en el futuro. Todo un cuadro, en fin, de magníficos personajes que darán cada uno de ellos para otros tantos cientos de páginas por sí mismos.
Y todos ellos sumidos en una época en que el fanatismo religioso llena Europa de enfrentamientos, muerte, salvajes purgas, donde el fuego acaba con los herejes y las alianzas políticas nunca son estables. La Europa de Erasmo y de Tomás Moro, los Borgia, Lutero, el emperador español Carlos y el rey Francisco de Francia, donde la religión y la política se mezclan y se confunden, la cultura y la sinrazón conviven sin rozarse, el fanatismo frente a la lógica, la religión como arma de dominio frente a los que tratan de acercar la Biblia al pueblo... un periodo que resulta una fuente inagotable de grandes historias y personajes sin parangón.
Seguramente para aquellos que no sean, como yo lo soy, fanáticos confesos de este periodo histórico, la novela en principio les puede sonar a más de lo mismo, a la misma historia mil veces contada, pero les puedo asegurar que no es así, en absoluto. Con total maestría Mantel logra revivir los episodios ya conocidos de una manera diferente, con sobrias descripciones, sin detenerse a recontar los hechos históricos o a presentarnos a los personajes que ya se dan por conocidos, se centra en recrear los ambiente, las tensas relaciones de la corte, los pensamientos y posicionamientos de los personajes a través de breves pinceladas unas veces, de conversaciones cogidas al vuelo, sin detenerse en ubicarnos ni darnos más datos, en ocasiones unas pocas palabras nos hacen ver toda una escena, una breve reflexión nos dibuja una personalidad, nos muestra una mentira o una confabulación. Otras veces, en cambio, asistimos a largas conversaciones o a reflexiones en voz alta donde nos aproximamos a la mentalidad de una época tan lejana como es el siglo XVI donde las convenciones o las relaciones sociales y familiares eran muy diferentes a las actuales.
El punto diferenciador de esta novela se encuentra en su protagonista que no es el rey, ni ningún personaje de la nobleza sino Thomas Cromwell, el gran hombre de negocios, secretario del rey, gestor de sus negocios y su política, de humilde origen pero que a fuerza de tesón, estudio e inteligencia alcanza las mayores alturas de poder en la corte del caprichoso rey Enrique. Después de escapar bien joven de los abusos de su cruel padre, de luchar en el ejército francés, de conocer el mundo del comercio y la banca en Italia, a su regreso a Inglaterra con un inmenso bagaje cultural y mundano entra al servicio del muy poderoso cardenal Wolsey. Incluso tras la caída de su señor Cromwell se mantiene a flote y pasa a servir directamente al rey llegando a convertirse en el hombre más poderoso de Inglaterra después de aquel, a quien todos temen, respetan, envidian y cuya caída, por descontado, desean. Porque Cromwell conoce y maneja todos los equilibrios de poder, todos los enfrentamientos, las simpatías y los odios, las lealtades y traiciones, las viejas rencillas y los anhelos de venganza y las pasiones ocultas, las debilidades de cualquiera de las personas que frecuentan la corte de Whitehall, nada escapa a su conocimiento y todo lo emplea en favor de sus intereses. Pero también nos permite la autora conocer la faceta privada del poderoso Cromwell, su cara más bondadosa que muestra en la intimidad de su familia, marcada por grandes pérdidas pero donde también ejerce de acogedor patriarca; bajo su autoridad y protección conviven hijos, sobrinos a los que trata como hijos y otros jóvenes a los que apadrina, acoge y forma para convertirlos en personas de gran provecho para la política y los negocios, hombres que le serán siempre fieles y que le apoyarán en los peores momentos al igual que los pocos amigos que hará a lo largo de la vida pero que desmienten la imagen de hombre cruel, desalmado y capaz de cualquier cosa que de él se tenía en la corte y en toda Europa en aquellos años.
Retrato, por tanto, fascinante de un periodo histórico sin parangón, con protagonistas de la talla no sólo de Enrique VIII, el poderosísimo y obcecado rey que abandona su lealtad a Roma por casarse con una mujer a la que nadie apreciaba en la Corte, pero con la que espera concebir un heredero, la arribista Ana Bolena, de magnética personalidad e indudables atractivos que logró elevar a su propia familia a los más altos cargos, que compartió la cama del rey con su propia hermana María y se enfrentó a todos mientras gozó de la protección del rey. Igualmente fascinantes las demás mujeres que rodean al rey: la reina Catalina, siempre digna y orgullosa de su sangre real a pesar de las humillaciones a las que se la sometió, al igual que su hija, la princesa María, desposeída de sus derechos pero con su orgullo y dignidad siempre intactos, jamás aceptó a la Bolena como reina legítima de su país; y la pequeña, y en aquel momento inocente, Isabel, hija de Ana Bolena y que tan gran reina resultará en el futuro. Todo un cuadro, en fin, de magníficos personajes que darán cada uno de ellos para otros tantos cientos de páginas por sí mismos.
Y todos ellos sumidos en una época en que el fanatismo religioso llena Europa de enfrentamientos, muerte, salvajes purgas, donde el fuego acaba con los herejes y las alianzas políticas nunca son estables. La Europa de Erasmo y de Tomás Moro, los Borgia, Lutero, el emperador español Carlos y el rey Francisco de Francia, donde la religión y la política se mezclan y se confunden, la cultura y la sinrazón conviven sin rozarse, el fanatismo frente a la lógica, la religión como arma de dominio frente a los que tratan de acercar la Biblia al pueblo... un periodo que resulta una fuente inagotable de grandes historias y personajes sin parangón.