Esta novela, de título tan contundente: Indignación, del recién nombrado Premio Príncipe de Asturias de las Artes, Philip Roth, no se aleja demasiado de la temática y los escenarios de otras de sus novelas, habitualmente situadas en la mitad del pasado siglo entre miembros de las comunidades judías de Estados Unidos.
El protagonista y narrador es Markus (Markie) Messner, un buen muchacho, hijo único de una familia tradicional judía, que ayuda a su padre en su carnicería kosher mientras destaca brillantemente en los estudios y el equipo de beisbol y el club de debate del instituto. Tras graduarse entra en la universidad poco después del inicio de la guerra de Corea; primero pasa por la universidad Robert Treat en el centro de su propia ciudad de Newark, pero año siguiente se traslada a Ohio, a la discreta y conservadora universidad de Winesburg, básicamente huyendo de la insistente vigilancia por parte de su padre que, repentinamente, ha comenzado a sufrir de manera irracional por la posibilidad de que algo malo le ocurra a su único y prometedor hijo, lo que provoca que inicie un angustioso seguimiento de las actividades de chico, que hacen que este trate de huir de semejante acoso.
Markus, a pesar de los temores de su padre, es estudioso, formal, con escasa vida social, ni siquiera le interesa ingresar en ninguna hermandad, centrado como está en triunfar en sus estudios, al tiempo que trabaja para compensar el esfuerzo económico que supone para sus padres el enviarlo a la universidad. El chico se esfuerza por ser el número uno de su promoción y acabar convertido en abogado, igual que trabaja duro para destacar en el curso de Ciencia Militar que se imparte obligatoriamente a todos los jóvenes universitarios, lo que supondría, en caso de ser enviado a la guerra, el ir, no como soldado raso, sino como oficial, una opción menos arriesgada y que le conferirá más posibilidades de salir vivo del conflicto. Sus experiencias sentimentales son prácticamente casi nulas, un par de novias en instituto pero nada serio. Firmemente decidido a no morir sin haber conocido el sexo y teniendo en cuenta que la muerte temprana es algo que no descarta debido a la guerra en curso, decide salir con Olivia Hutton, una preciosa compañera de clase que, sorprendentemente, se muestra sexualmente accesible, algo en extremo extraño dentro de la modosa y reprimida comunidad universitaria de Winesburg, con profunda influencia religiosa y donde imperan estrictas normas de decoro. Su reacción ante la predisposición de la chica lo desconcierta más que lo estimula.
Markus trata, ante todo, de cumplir con sus obligaciones, hacer lo que hay que hacer, no salirse de un camino trazado. Debe enfrentarse a algunos conflictos con compañeros de habitación que interfieren en su objetivo de dedicarse intensamente al estudio, lo que le llevará a visitar al decano Caudwell con el que no llega a entenderse. Lo más curioso de la historia, narrada en primera persona por el propio protagonista, es que al poco de iniciarse la narración nos enteramos de que el chico ha muerto, no conocemos los detalles ni la causa, pero desde ese momento el relato se centra en el repaso exhaustivo que Markus hace de aquellos pequeños detalles y hechos que darán lugar a su muerte, realiza una profunda reflexión sobre su corta trayectoria vital, centrada básicamente en sus días en la universidad, pero también en su relación con sus padres y las decisiones que tomó y cómo estas le llevarán hacia ese trágico final.
La narración se vuelve opresiva en ocasiones, ya que el protagonista se ve angustiado por sus enfrentamientos con su padre, con el decano, y algunos de sus compañeros, todos aquellos que critican su comportamiento y realizan juicios sobre su actitud sin tener en cuenta sus logros o sus virtudes. Sólo Olivia le profesa una total admiración, pero es ella, precisamente, la única de la que Markus trata de alejarse. El chico se encuentra injustamente juzgado y toma decisiones que decidirán su futuro. La narración en primera persona nos permite adentrarnos en los pensamientos del protagonista y entender cómo experimenta él la indignación por las injusticias de que se ve víctima y los acontecimientos que se van desencadenando a raíz de ello. Esa angustia de sentirse acosado sabiéndose inocente y la forma en que lamenta el funesto resultado de sus actos que acabarán frustrando un brillante proyecto vital que nunca podrá llegar a realizarse nos acompaña a todo lo largo del relato.
La novela no constituye una lectura cómoda, el tono es más bien angustioso durante parte de la narración y los hechos que se cuentan derivan de manera tan implacable hacia el triste final, que no proporcionan la satisfacción de ver al protagonista alcanzar su sueño. Sin embargo, vale la pena su lectura por disfrutar de la magistral prosa de Roth, su implacable análisis de los personajes y la forma acertada de captar los ambientes y transmitir las sensaciones al lector. Tal vez no sea su mejor obra (para mí es difícil superar La conjura contra América) pero sí que tiene mucho de su estilo. Y eso ya es bastante.
jueves, 28 de junio de 2012
jueves, 21 de junio de 2012
Las horas distantes
Después de lo mucho que disfruté las dos novelas anteriores de Kate Morton, emprendí la lectura de esta nueva obra, Las horas distantes, con bastante buena predisposición y tengo que decir que no he quedado defraudada en absoluto. Comparte con las anteriores novelas muchos elementos como la estructura en dos planos temporales, la presencia de una vieja mansión, un castillo en este caso y la protagonista, una joven que debe descubrir algo sobre ese pasado. Coincidían, además, algunos temas por los que he pasado en algunas lecturas recientes como la presencia de unas hermanas gemelas o el asunto de los niños londinenses refugiados en casas rurales durante la guerra, pero a pesar de estas coincidencias que pensé que en algún momento podían lastrar la lectura, por la posibilidad de hacer (involuntarias) comparaciones entre un libro y otro, esta historia ha resultado suficientemente original como para despertar mi interés por sí misma y no resultarme repetitiva, a pesar de los factores que acabo de comentar.
En cuanto al relato en sí, la parte centrada en el presente está protagonizado por Edie Burchill, una joven londinense empleada en una pequeña editorial, que descubre, a raíz de la llegada inesperada de una vieja carta dirigida a su madre, Meredith, el hecho de que esta tuvo ocasión de relacionarse con al afamado escritor Raymond Blythe en la época de la guerra al ser acogida como refugiada en la residencia de la familia en Milderhurst Castle. El interés de la joven se acrecienta por su atracción profesional por el gran escritor, sumado al deseo de descubrir qué secreto se oculta aquella experiencia de la que su madre apenas le ha hablado nunca. El destino quiere que, en un viaje que debe hacer por carretera, acabe en el pueblo de Milderhurst donde Eddie logra realizar una visita guiada a la casa donde viven las tres ancianas hermanas Blythe, lo que provoca que su interés por la casa y la familia se incremente al conocer en persona a las hermanas y crece así su curiosidad por saber qué papel tuvieron en la vida de su madre y qué fue lo que ocurrió en los lejanos años de la guerra para que aquellas jóvenes, cultas e inquietas, quedaran convertidas en tres decrépitas ancianas encerradas en el viejo castillo, sumidas en el abandono y la soledad.
Por lo que se refiere a los hechos ocurridos en el pasado en Milderhurst, vamos conociendo a las gemelas Persephone y Seraphina y la pequeña Juniper, fruto del segundo matrimonio del padre. Todas ellas son cultas e inteligentes y han crecido conscientes de la importancia del legado familiar y de la importancia de perpetuar el recuerdo del padre, aunque esta herencia no siempre suponga ventajas para ellas. Las hermanas mayores permanecen durante la guerra en el castillo, ocupándose de su mantenimiento, al haber visto reducido sustancialmente el personal de servicio por las dificultades de la época, al igual que participan del esfuerzo bélico ayudando en el servicio de ambulancias o tejiendo para los soldados. Mientras tanto, la pequeña Juniper se ha trasladado a Londres donde descubre con entusiasmo la ciudad y sus posibilidades, hace nuevas relaciones y planea un futuro lejos del castillo.
Las dos narraciones son bastante independientes, no hay saltos continuos del presente al pasado, ni se van descubriendo cosas del pasado que determinan la investigación iniciada por Edie, sino que ambos relatos se desarrollan en paralelo mediante pasajes bastante extensos, lo que permite entrar de lleno en cada una de las historias, sabiendo que están conectadas, pero sin interferir constantemente la una en la otra. Sólo al final encontraremos la resolución a los interrogantes que se van planteando a lo largo de la novela. Me ha gustado la forma en que se van contando los episodios desde el punto de vista de los distintos personajes, la manera en que se complementan los relatos de unos con los de otros, mostrando las piezas de un puzle que hasta el final no se terminará de completar.
Como conclusión a todo esto no puedo por más que afirmar que la lectura me ha resultado de lo más agradable, interesante y entretenida. Me gusta cómo dibuja a los personajes, el tono desenfadado del relato de Edie frente a la ambientación lóbrega y misteriosa que caracterizan los pasajes sobre las hermanas Blythe y su compleja relación familiar, mezcla sutil de amor incondicional, proteccionismo y viejos secretos. Confío, por tanto, en que la novela permita para pasar un buen rato entretenido a quien se decida a leerla .
En cuanto al relato en sí, la parte centrada en el presente está protagonizado por Edie Burchill, una joven londinense empleada en una pequeña editorial, que descubre, a raíz de la llegada inesperada de una vieja carta dirigida a su madre, Meredith, el hecho de que esta tuvo ocasión de relacionarse con al afamado escritor Raymond Blythe en la época de la guerra al ser acogida como refugiada en la residencia de la familia en Milderhurst Castle. El interés de la joven se acrecienta por su atracción profesional por el gran escritor, sumado al deseo de descubrir qué secreto se oculta aquella experiencia de la que su madre apenas le ha hablado nunca. El destino quiere que, en un viaje que debe hacer por carretera, acabe en el pueblo de Milderhurst donde Eddie logra realizar una visita guiada a la casa donde viven las tres ancianas hermanas Blythe, lo que provoca que su interés por la casa y la familia se incremente al conocer en persona a las hermanas y crece así su curiosidad por saber qué papel tuvieron en la vida de su madre y qué fue lo que ocurrió en los lejanos años de la guerra para que aquellas jóvenes, cultas e inquietas, quedaran convertidas en tres decrépitas ancianas encerradas en el viejo castillo, sumidas en el abandono y la soledad.
Por lo que se refiere a los hechos ocurridos en el pasado en Milderhurst, vamos conociendo a las gemelas Persephone y Seraphina y la pequeña Juniper, fruto del segundo matrimonio del padre. Todas ellas son cultas e inteligentes y han crecido conscientes de la importancia del legado familiar y de la importancia de perpetuar el recuerdo del padre, aunque esta herencia no siempre suponga ventajas para ellas. Las hermanas mayores permanecen durante la guerra en el castillo, ocupándose de su mantenimiento, al haber visto reducido sustancialmente el personal de servicio por las dificultades de la época, al igual que participan del esfuerzo bélico ayudando en el servicio de ambulancias o tejiendo para los soldados. Mientras tanto, la pequeña Juniper se ha trasladado a Londres donde descubre con entusiasmo la ciudad y sus posibilidades, hace nuevas relaciones y planea un futuro lejos del castillo.
Las dos narraciones son bastante independientes, no hay saltos continuos del presente al pasado, ni se van descubriendo cosas del pasado que determinan la investigación iniciada por Edie, sino que ambos relatos se desarrollan en paralelo mediante pasajes bastante extensos, lo que permite entrar de lleno en cada una de las historias, sabiendo que están conectadas, pero sin interferir constantemente la una en la otra. Sólo al final encontraremos la resolución a los interrogantes que se van planteando a lo largo de la novela. Me ha gustado la forma en que se van contando los episodios desde el punto de vista de los distintos personajes, la manera en que se complementan los relatos de unos con los de otros, mostrando las piezas de un puzle que hasta el final no se terminará de completar.
Como conclusión a todo esto no puedo por más que afirmar que la lectura me ha resultado de lo más agradable, interesante y entretenida. Me gusta cómo dibuja a los personajes, el tono desenfadado del relato de Edie frente a la ambientación lóbrega y misteriosa que caracterizan los pasajes sobre las hermanas Blythe y su compleja relación familiar, mezcla sutil de amor incondicional, proteccionismo y viejos secretos. Confío, por tanto, en que la novela permita para pasar un buen rato entretenido a quien se decida a leerla .
viernes, 15 de junio de 2012
Gilead
Estoy segura de que la novela que traigo hoy en esta entrada, Gilead, de la escritora norteamericana Marylinne Robinson, no va a entrar en ninguna lista de best sellers, pero, así y todo, creo que es una de esas obras que merece la pena conocer. El argumento se sitúa en 1957 y su protagonista es John Ames, pastor metodista en un pequeño pueblo de Iowa, el cual, teniendo certeza de su próxima su muerte, decide comenzar a escribir una serie de cartas, mezcla de memorias y diario, con el objeto de que su hijo, que ahora cuenta sólo con 7 años, pueda, en un futuro, conocer algo sobre quién fue su padre y que sus experiencias le sirvan de algún modo para manejarse en su propia vida de adulto. El pequeño es fruto del segundo matrimonio de Ames con Lila, una joven poco culta pero que vino a llenar de felicidad los últimos años de vida del pastor.
El reverendo reflexiona sobre lo que ha sido su vocación y su oficio, heredado de su padre y su abuelo, las relaciones familiares y sus inquietudes intelectuales y espirituales. Sin que el relato siga un orden cronológico lineal, vamos conociendo lo que Ames nos cuenta según va desgranando los acontecimientos más importantes de su vida, hechos familiares, pero también pequeños sucesos de la vida cotidiana: cuestiones que le hacen reflexionar sobre su vocación, el servicio que ha prestado a su comunidad y su lucha constante por dominar su carácter y adaptarlo a lo que se espera de un siervo de Dios. Contrasta la profundidad y complejidad de algunas de las cuestiones de tipo teológico que se plantea Ames y los tormentos que estas le producen, con la capacidad que tiene, a su vez, de emocionarse o disfrutar de pequeños detalles como un amanecer, un momento de silencio o la ternura de un momento compartido con su hijo.
El mundo que refleja el libro se corresponde con una sociedad cerrada, un humilde pueblucho en lo más profundo de Iowa, donde parece que nunca ocurre nada, pero cuyos habitantes no dejan de tener sus inquietudes, vivencias y conflictos. En ocasiones, tanto el paisaje como los personajes me han recordado a los ambientes reflejados en Las uvas de la ira, esa sociedad americana imbuida en una tremenda crisis que lleva a una vida de miseria y penalidades en el agreste entorno del medio oeste americano, con paisajes desolados y pueblos sin atractivo alguno, donde la lucha por la supervivencia diaria convive con la gran devoción religiosa y una moral rígida basada en un profundo estudio de las Escrituras.
En cada generación de la familia Ames ha habido un pastor, pero cada uno ha entendido el ministerio a su manera: el abuelo de John predicaba con una pistola al cinto al tiempo que participaba en las luchas abolicionistas, mientras que el padre, pacifista convencido, trató de ser de utilidad a una congregación donde abundaban las viudas y huérfanos que sufría las consecuencias de la guerra civil y que no podían más que acudir al pastor en busca de consuelo. Ames se enfrenta a la duda de cómo servir de la mejor manera a su comunidad y ejercer apropiadamente su papel de guía espiritual.
El libro tiene un ritmo lento, un tono contenido de absoluta introspección, una casi total ausencia de diálogos; todo el texto se basa en las reflexiones en primera persona del pastor que se dirige a su hijo haciéndole partícipe de sus experiencias personales y de los hechos más relevantes de su historia familiar y también de sus inquietudes espirituales, reflexionando constantemente sobre las Escrituras y el oficio de pastor, con escasas referencias a hechos concretos del día a día que cuando se dan se centran en la vida de la comunidad y en especial a la inquietud que le causa la influencia que su hijo y su joven esposa puedan recibir en un futuro de Jack Ames Boughton, hijo pródigo de su gran amigo Robert Boughton, ministro presbiteriano en su misma localidad, que regresa ahora a casa tras haber causado mucho sufrimiento a su familia.
Y, aunque parezca una contradicción, me permito afirmar, por una parte, que el libro me ha gustado mucho y que he disfrutado leyéndolo pero, por otro lado, diré que no es un libro que recomiende de manera generalizada. Y no tiene porqué extrañar que diga esto, puesto que reconozco que en ocasiones es posible disfrutar de una novela porque está magníficamente escrita, como es este caso, por la precisión y la densidad con que describe los sentimientos y las emociones, porque consigue acercarme al protagonista y sufrir con él y emocionarme con él, pero es cierto que ni el tema, ni el tono contenido, ni el ritmo pausado y ni la práctica ausencia de acción, son factores que me animen a recomendar su lectura a cualquiera. Eso sí: si a alguien le apetece disfrutar de una historia cargada de sentimientos y que permite reflexionar sobre cuestiones como el papel de la religión en la vida, el sentido del deber o el placer de las pequeñas cosas, así como adentrarse en la exploración de la naturaleza humana, ya sabe que Marylinne Robinson es una apuesta segura.
El reverendo reflexiona sobre lo que ha sido su vocación y su oficio, heredado de su padre y su abuelo, las relaciones familiares y sus inquietudes intelectuales y espirituales. Sin que el relato siga un orden cronológico lineal, vamos conociendo lo que Ames nos cuenta según va desgranando los acontecimientos más importantes de su vida, hechos familiares, pero también pequeños sucesos de la vida cotidiana: cuestiones que le hacen reflexionar sobre su vocación, el servicio que ha prestado a su comunidad y su lucha constante por dominar su carácter y adaptarlo a lo que se espera de un siervo de Dios. Contrasta la profundidad y complejidad de algunas de las cuestiones de tipo teológico que se plantea Ames y los tormentos que estas le producen, con la capacidad que tiene, a su vez, de emocionarse o disfrutar de pequeños detalles como un amanecer, un momento de silencio o la ternura de un momento compartido con su hijo.
El mundo que refleja el libro se corresponde con una sociedad cerrada, un humilde pueblucho en lo más profundo de Iowa, donde parece que nunca ocurre nada, pero cuyos habitantes no dejan de tener sus inquietudes, vivencias y conflictos. En ocasiones, tanto el paisaje como los personajes me han recordado a los ambientes reflejados en Las uvas de la ira, esa sociedad americana imbuida en una tremenda crisis que lleva a una vida de miseria y penalidades en el agreste entorno del medio oeste americano, con paisajes desolados y pueblos sin atractivo alguno, donde la lucha por la supervivencia diaria convive con la gran devoción religiosa y una moral rígida basada en un profundo estudio de las Escrituras.
En cada generación de la familia Ames ha habido un pastor, pero cada uno ha entendido el ministerio a su manera: el abuelo de John predicaba con una pistola al cinto al tiempo que participaba en las luchas abolicionistas, mientras que el padre, pacifista convencido, trató de ser de utilidad a una congregación donde abundaban las viudas y huérfanos que sufría las consecuencias de la guerra civil y que no podían más que acudir al pastor en busca de consuelo. Ames se enfrenta a la duda de cómo servir de la mejor manera a su comunidad y ejercer apropiadamente su papel de guía espiritual.
El libro tiene un ritmo lento, un tono contenido de absoluta introspección, una casi total ausencia de diálogos; todo el texto se basa en las reflexiones en primera persona del pastor que se dirige a su hijo haciéndole partícipe de sus experiencias personales y de los hechos más relevantes de su historia familiar y también de sus inquietudes espirituales, reflexionando constantemente sobre las Escrituras y el oficio de pastor, con escasas referencias a hechos concretos del día a día que cuando se dan se centran en la vida de la comunidad y en especial a la inquietud que le causa la influencia que su hijo y su joven esposa puedan recibir en un futuro de Jack Ames Boughton, hijo pródigo de su gran amigo Robert Boughton, ministro presbiteriano en su misma localidad, que regresa ahora a casa tras haber causado mucho sufrimiento a su familia.
Y, aunque parezca una contradicción, me permito afirmar, por una parte, que el libro me ha gustado mucho y que he disfrutado leyéndolo pero, por otro lado, diré que no es un libro que recomiende de manera generalizada. Y no tiene porqué extrañar que diga esto, puesto que reconozco que en ocasiones es posible disfrutar de una novela porque está magníficamente escrita, como es este caso, por la precisión y la densidad con que describe los sentimientos y las emociones, porque consigue acercarme al protagonista y sufrir con él y emocionarme con él, pero es cierto que ni el tema, ni el tono contenido, ni el ritmo pausado y ni la práctica ausencia de acción, son factores que me animen a recomendar su lectura a cualquiera. Eso sí: si a alguien le apetece disfrutar de una historia cargada de sentimientos y que permite reflexionar sobre cuestiones como el papel de la religión en la vida, el sentido del deber o el placer de las pequeñas cosas, así como adentrarse en la exploración de la naturaleza humana, ya sabe que Marylinne Robinson es una apuesta segura.
jueves, 7 de junio de 2012
La fórmula preferida del profesor
Esta novela de la escritora japonesa Yoko Ogawa, de título “La fórmula preferida del profesor” ha supuesto para mí toda una sorpresa, por lo inusual del tema que aborda y lo peculiar del tratamiento que se le da, porque, hasta este momento, yo nunca pensé que fuera posible escribir una novela tan hermosa como esta en torno a un asunto tan árido en principio como son las matemáticas.
Y es que la historia que nos cuenta en primera persona la narradora, de la cual no conocemos el nombre, tan sólo que es una joven madre soltera que trabaja como empleada doméstica y que consigue, tras muchas otras asistentas que han pasado previamente por el puesto, adaptarse a la extraña personalidad de su patrón: una especie de genio loco, que no es sino un viejo matemático, antiguo profesor universitario, que, a causa de un accidente de tráfico, quedó afectado por una extraña lesión cerebral que le elimina su memoria reciente, sus recuerdos quedaron atascados en 1975 y a partir de ahí no recuerda nada que haya pasado hace más de 80 minutos, por lo que lo único a lo que se aferra es al inmutable mundo de las cifras, viviendo entre fórmulas, teoremas y demostraciones. Tal es su problema, que las cosas importantes tiene que anotarlas en papelitos que prende con imperdibles a su chaqueta, de manera que pueda consultarlas cuando lo precise, en eso consiste toda su memoria reciente.
La relación laboral evoluciona hacia un acercamiento más personal cuando el profesor se empeña en que el hijo de la empleada, al que rebautiza como Root (raíz cuadrada en inglés) por la particular forma aplanada de su coronilla, acuda a la casa al finalizar la escuela y allí se ocupa de ayudarle con sus deberes de matemáticas. El profesor no sólo le aporta su sabiduría, sino que además comparte con el chico su pasión común por el beisbol, aunque el maestro sólo recuerde a las estrellas deportivas de veinte años atrás; así y todo, se convierte para el niño en lo más parecido a una figura paternal que Root haya tenido nunca. La propia madre comienza a acercarse con interés a las matemáticas, que en boca del profesor parecen formar parte de un espacio mágico donde todo es posible y todo encaja: números primos, divisores, números perfectos y triangulares, toda una serie de misterios por descifrar en los que la mujer se introduce comenzando a captar la belleza que se oculta tras las cifras. Como lo describe el profesor: “aquella verdad eternamente correcta”,”Un mundo invisible que sostiene al mundo visible” y al que no le afecta la materia ni los deseos humanos.
Compruebo, por tanto, que Ogawa ha sido capaz de lo que parecía imposible: elaborar una narración con las matemáticas como protagonista que es capaz de destilar una enorme cantidad de carga poética. Entiendo que este logro tiene mucho que ver con la visión del mundo que es propia de la narrativa oriental, esa apreciación de la realidad basada en los ritmos y las leyes de la naturaleza de las que no son ajenas las leyes matemáticas, pero lo cierto es que el resultado es un relato donde se funden, de una manera particular, la más profunda sensibilidad con la pura teoría matemática. De tal manera presenta el tema que yo misma me he encontrado haciendo cálculos para resolver problemas o comprobar si un número era primo o compuesto, y eso que debo confesar que nunca he sentido una particular atracción por esta materia. El libro constituirá una auténtica delicia para aquellos que tengan entre sus aficiones, además de la lectura, las matemáticas.
Y es que la historia que nos cuenta en primera persona la narradora, de la cual no conocemos el nombre, tan sólo que es una joven madre soltera que trabaja como empleada doméstica y que consigue, tras muchas otras asistentas que han pasado previamente por el puesto, adaptarse a la extraña personalidad de su patrón: una especie de genio loco, que no es sino un viejo matemático, antiguo profesor universitario, que, a causa de un accidente de tráfico, quedó afectado por una extraña lesión cerebral que le elimina su memoria reciente, sus recuerdos quedaron atascados en 1975 y a partir de ahí no recuerda nada que haya pasado hace más de 80 minutos, por lo que lo único a lo que se aferra es al inmutable mundo de las cifras, viviendo entre fórmulas, teoremas y demostraciones. Tal es su problema, que las cosas importantes tiene que anotarlas en papelitos que prende con imperdibles a su chaqueta, de manera que pueda consultarlas cuando lo precise, en eso consiste toda su memoria reciente.
La relación laboral evoluciona hacia un acercamiento más personal cuando el profesor se empeña en que el hijo de la empleada, al que rebautiza como Root (raíz cuadrada en inglés) por la particular forma aplanada de su coronilla, acuda a la casa al finalizar la escuela y allí se ocupa de ayudarle con sus deberes de matemáticas. El profesor no sólo le aporta su sabiduría, sino que además comparte con el chico su pasión común por el beisbol, aunque el maestro sólo recuerde a las estrellas deportivas de veinte años atrás; así y todo, se convierte para el niño en lo más parecido a una figura paternal que Root haya tenido nunca. La propia madre comienza a acercarse con interés a las matemáticas, que en boca del profesor parecen formar parte de un espacio mágico donde todo es posible y todo encaja: números primos, divisores, números perfectos y triangulares, toda una serie de misterios por descifrar en los que la mujer se introduce comenzando a captar la belleza que se oculta tras las cifras. Como lo describe el profesor: “aquella verdad eternamente correcta”,”Un mundo invisible que sostiene al mundo visible” y al que no le afecta la materia ni los deseos humanos.
Compruebo, por tanto, que Ogawa ha sido capaz de lo que parecía imposible: elaborar una narración con las matemáticas como protagonista que es capaz de destilar una enorme cantidad de carga poética. Entiendo que este logro tiene mucho que ver con la visión del mundo que es propia de la narrativa oriental, esa apreciación de la realidad basada en los ritmos y las leyes de la naturaleza de las que no son ajenas las leyes matemáticas, pero lo cierto es que el resultado es un relato donde se funden, de una manera particular, la más profunda sensibilidad con la pura teoría matemática. De tal manera presenta el tema que yo misma me he encontrado haciendo cálculos para resolver problemas o comprobar si un número era primo o compuesto, y eso que debo confesar que nunca he sentido una particular atracción por esta materia. El libro constituirá una auténtica delicia para aquellos que tengan entre sus aficiones, además de la lectura, las matemáticas.
—Como los números son infinitos, supongo que se pueden crear tantos números gemelos como se quiera.
—Tienes razón. Supones bien. Pero al pasar del cien, como diez mil, un millón, diez millones, se llega a una zona desértica donde ya no aparece ningún número primo, sabes...
—¿Desértica?
—Sí. Por mucho que avances, no verás ni la sombra de un número primo. Todo es un mar de arena hasta donde alcanza la vista. El sol te abrasa despiadadamente, tienes una sed tremenda, no ves bien y hasta vas perdiendo el conocimiento. Te acercas corriendo a un número pensando que es un número primo, pero es un simple espejismo. Aunque alargas la mano, no agarras más que el aire caliente. Sin embargo, avanzas un paso tras otro, sin desistir. Hasta que ves el oasis de los números primos, rebosante de agua pura, más allá del horizonte... El sol poniente se alargaba a nuestros pies. Root repasó con el lápiz el círculo que rodeaba los números primos gemelos. Flotaba un vapor que salía de la olla de arroz, procedente de la cocina. El profesor lanzó su mirada al otro lado de la ventana como si quisiera ver y escrutar un desierto, pero allí no había más que un pequeño jardín, abandonado y olvidado de todos.