El día de Nochevieja es un día tan bueno como cualquier otro para publicar una reseña sobre el último libro que he leído, pero ya que se trata de una fecha tan especial debo reconocer que me alegro de que la lectura que me toca comentar sea la de “Los enamoramientos” de Javier Marías, puestos a rematar el año qué mejor que hacerlo con uno de mis autores preferidos, cuya lectura me produce tanto placer y del que siempre espero ansiosa sus nuevas obras que devoro con toda la fruición que me permite su prosa densa, extensa, complicada.
Porque si algo no es Javier Marías es fácil de leer: sus extensísimos párrafos que pueden fácilmente ocupar un par de páginas o más sin un punto y aparte que te permita parar a descansar y recapitular no favorece una lectura rápida ni ligera; las reflexiones que pone constantemente en boca de sus personajes muchas veces se convierten en largos monólogos en los que da mil y una vueltas a los asuntos más profundos: porqué nos enamoramos de alguien, qué es lo que sentimos ante determinados sucesos de la vida, de qué sería posible un hombre normal enfrentado a unas circunstancias excepcionales, qué nos lleva a hacer lo que hacemos, a comportarnos como nos comportamos…
Lo de menos en Marías es, en muchas ocasiones, el argumento de sus novelas, porque siempre acaba cayendo en ese proceso de plantearse dudas, de tratar de racionalizar y comprender los comportamientos humanos, incluso, como en este caso, el proceso de enamoramiento, algo que es tan absolutamente irracional y que tan inaprensible resulta para cualquiera se pone bajo el ojo escrutador del autor que trata de comprender sus mecanismos y funcionamiento.
En el caso de esta novela, María, la protagonista, se complace en contemplar cada mañana a una pareja que desayuna en la misma cafetería que ella, “la pareja ideal” los llama para sí mientras que desde la lejanía observa su relación y cree percibir, sin saber nada de ellos, ni siquiera sus nombres, una enorme complicidad y cariño. Pero una mañana María se entera de que el esposo, de nombre Miguel Desvern como indican los periódicos, ha sido salvajemente asesinado y a partir de ahí se producirá una aproximación al entorno de la pareja, que ya ha dejado, obviamente, de serlo y comenzará una relación que le llevará a descubrir qué fue lo que llevó a la muerte de Desvern, qué circunstancias determinaron los hechos y la conveniencia de que sucediera lo que sucedió y qué papel jugó cada personaje en el desarrollo de los hechos.
Pese a su título y a su argumento resumido, la novela no es ni romántica ni de suspense, solamente, una vez más, una novela sobre el ser humano y su complejidad.
Feliz año nuevo y felices lecturas 2012.
sábado, 31 de diciembre de 2011
lunes, 26 de diciembre de 2011
En el país de la nube blanca
No hay duda de que “En el país de la nube blanca” de la escritora alemana Sarah Lark se ha convertido en uno de los grandes éxitos editoriales de este final de año y continúa su ascensión imparable de cara a los próximos regalos de Reyes Magos, tal y como pude constatar en mi última visita a la librería donde me encontré con los volúmenes apilados en altas columnas esperando a aquellos escasos lectores que aún quedan por leerla, a aquellos a los que se la han recomendado y a los que ya la han leído y la van a comprar para regalar. Lo cierto es que la novela no desmerece el éxito alcanzado hasta la fecha.
Las protagonistas son dos jóvenes británicas: Gwyneira Silkham pertenece a una noble familia terrateniente dedicada a la cría de ovejas. Debido a una apuesta de juego se ve prometida a Lucas Warden, heredero de un gran productor de lana ubicado en la lejanísima y aún inexplorada colonia de Nueva Zelanda, circunstancia que, lejos de atemorizarla, se le presenta a la inquieta joven como una oportunidad de comenzar una nueva y excitante vida lejos de la monótona rutina que caracteriza el entorno de la nobleza rural en la que se ha criado. Helen Davenport, por su parte, es una institutriz culta y de gustos refinados que se encuentra rozando el límite de edad a partir del cual empieza a plantearse si no será su destino acabar convertida en solterona. La oportunidad de encontrar un marido entre los colonos establecidos en Nueva Zelanda se le presenta en bandeja al entrar en contacto a través de la correspondencia con Howard O’Keefe, un ganadero que parece ser su alma gemela y tras el cual emprenderá la travesía que la lleve al otro lado del mundo.
Durante el viaje hacia Nueva Zelanda las mujeres iniciarán una amistad que tendrá continuación una vez instaladas en su nuevo destino, si bien al llegar a su destino ninguna de las dos se encontrará exactamente con lo que imaginaba cuando partieron y tendrán que luchar por labrarse una nueva vida.
La novela tiene aspectos propios del género romántico que son los que menos me han gustado, aunque supongo que también puede ser el mayor atractivo para aquellas lectoras que frecuenten dicho género, como el capataz guapo y musculoso que nada más aparecer en escena ya se sabe cuál va a ser su papel en el relato, o las descripciones de los personajes que, con una extraña frecuencia tienen ojos grises (cosa que no he visto jamás en la vida real) o en su defecto verdes, así como el cabello pelirrojo como el fuego o las apasionadas escenas de romance. Detalles, en fin, que no restan interés a la parte más atractiva de la novela que, para mi gusto, está constituida por el retrato de una sociedad de pioneros en un nuevo mundo, el escenario de la colonización de Nueva Zelanda con sus paisajes espectaculares y su naturaleza generosa en la que los nativos maoríes no fueron, por lo general, reacios a la llegada de los nuevos habitantes que vinieron a ocupar sus tierras y con los que se produjo una convivencia bastante pacífica. Lo cierto es que, a diferencia de la conquista del oeste norteamericano, lo que se desprende de la novela de Sarah Lark es que la conquista de esta lejana isla del Pacífico se realizó de manera bastante tranquila, tratando de extrapolar en la medida de lo posible los usos y costumbres de Gran Bretaña y tratando de crear una sociedad que conservara lo mejor de la metrópolis combinado con las nuevas e inmensas posibilidades de crecimiento que ofrecían los nuevos territorios.
Si bien el final de la novela no me ha parecido espectacular, sí es cierto que he disfrutado el viaje de su lectura. A lo largo de toda la novela he ido siguiendo, de la mano de los protagonistas, la aventura colonizadora, el descubrimiento de las enormes fuentes de riqueza natural que permitieron el surgimiento y crecimiento de los nuevos núcleos de población y el establecimiento de una economía que favorecía una nueva sociedad de ganaderos, comerciantes, y personas dispuestas a trabajar duro para labrarse un futuro. Una lectura bastante recomendable, sin duda.
Las protagonistas son dos jóvenes británicas: Gwyneira Silkham pertenece a una noble familia terrateniente dedicada a la cría de ovejas. Debido a una apuesta de juego se ve prometida a Lucas Warden, heredero de un gran productor de lana ubicado en la lejanísima y aún inexplorada colonia de Nueva Zelanda, circunstancia que, lejos de atemorizarla, se le presenta a la inquieta joven como una oportunidad de comenzar una nueva y excitante vida lejos de la monótona rutina que caracteriza el entorno de la nobleza rural en la que se ha criado. Helen Davenport, por su parte, es una institutriz culta y de gustos refinados que se encuentra rozando el límite de edad a partir del cual empieza a plantearse si no será su destino acabar convertida en solterona. La oportunidad de encontrar un marido entre los colonos establecidos en Nueva Zelanda se le presenta en bandeja al entrar en contacto a través de la correspondencia con Howard O’Keefe, un ganadero que parece ser su alma gemela y tras el cual emprenderá la travesía que la lleve al otro lado del mundo.
Durante el viaje hacia Nueva Zelanda las mujeres iniciarán una amistad que tendrá continuación una vez instaladas en su nuevo destino, si bien al llegar a su destino ninguna de las dos se encontrará exactamente con lo que imaginaba cuando partieron y tendrán que luchar por labrarse una nueva vida.
La novela tiene aspectos propios del género romántico que son los que menos me han gustado, aunque supongo que también puede ser el mayor atractivo para aquellas lectoras que frecuenten dicho género, como el capataz guapo y musculoso que nada más aparecer en escena ya se sabe cuál va a ser su papel en el relato, o las descripciones de los personajes que, con una extraña frecuencia tienen ojos grises (cosa que no he visto jamás en la vida real) o en su defecto verdes, así como el cabello pelirrojo como el fuego o las apasionadas escenas de romance. Detalles, en fin, que no restan interés a la parte más atractiva de la novela que, para mi gusto, está constituida por el retrato de una sociedad de pioneros en un nuevo mundo, el escenario de la colonización de Nueva Zelanda con sus paisajes espectaculares y su naturaleza generosa en la que los nativos maoríes no fueron, por lo general, reacios a la llegada de los nuevos habitantes que vinieron a ocupar sus tierras y con los que se produjo una convivencia bastante pacífica. Lo cierto es que, a diferencia de la conquista del oeste norteamericano, lo que se desprende de la novela de Sarah Lark es que la conquista de esta lejana isla del Pacífico se realizó de manera bastante tranquila, tratando de extrapolar en la medida de lo posible los usos y costumbres de Gran Bretaña y tratando de crear una sociedad que conservara lo mejor de la metrópolis combinado con las nuevas e inmensas posibilidades de crecimiento que ofrecían los nuevos territorios.
Si bien el final de la novela no me ha parecido espectacular, sí es cierto que he disfrutado el viaje de su lectura. A lo largo de toda la novela he ido siguiendo, de la mano de los protagonistas, la aventura colonizadora, el descubrimiento de las enormes fuentes de riqueza natural que permitieron el surgimiento y crecimiento de los nuevos núcleos de población y el establecimiento de una economía que favorecía una nueva sociedad de ganaderos, comerciantes, y personas dispuestas a trabajar duro para labrarse un futuro. Una lectura bastante recomendable, sin duda.
martes, 20 de diciembre de 2011
Cuéntame un cuento 4. Angela y el Niño Jesús
Estamos ya en la semana de Navidad y a la vista tenemos unos cuantos días de celebraciones y vacaciones escolares, por lo que la recomendación de lectura infantil que voy a hacer hoy está plenamente centrada en esta temática navideña. Se trata de una lectura dirigida, como casi siempre, a los niños pero estoy completamente segura de que los mayores también disfrutaréis plenamente con este cuento llamado “Angela y el Niño Jesús” del autor norteamericano de origen irlandés Frank McCourt. Todos recordamos el gran éxito que catapultó a la fama a este escritor, “Las Cenizas de Angela”, en el que narraba su pobre infancia en la deprimida localidad irlandesa de Limerik en una época de grandes penurias y su viaje de ida y vuelta desde su Brooklin natal a la ciudad de origen de su madre. Posteriormente a través de “Lo es” y de “El profesor” McCourt nos completó su propia biografía, con estilo sencillo pero lleno de sentimiento y mostrándonos cómo superó sus humildes orígenes y terminó por establecerse en los Estados Unidos y trabajar como profesor de instituto donde intentó siempre instruir y guiar a sus jóvenes alumnos para que fueran capaces de superar los escollos que la vida les fuera presentando, tal y como él hizo en su momento.
Pues este cuento que traigo hoy es otra parte de esa historia familiar, en este caso el autor nos traslada hasta la infancia de su propia madre, aquella Angela que daba título a su primera novela, y nos cuenta, con un lenguaje tierno y lleno de inocencia, cómo la pequeña de seis años descubre, durante la Misa de Nochebuena, que el pobre Niño Jesús ha sido depositado en un pesebre en la iglesia de su barrio de Limerik, recién nacido y apenas cubierto con un pañal, por lo que decide llevárselo a escondidas a su casa y evitar así que el Niño sufra bajo el intenso frío de la gélida noche invernal. Esto provocará un revuelo entre los parroquianos que se revolucionan al descubrir que la figura del portal ha sido robada de la iglesia.
El relato es de una ternura apabullante, con un tono de cuento de Navidad que crea una atmósfera de hermosa fantasía y que expresa muy bien el auténtico sentido de estas fiestas. Una lectura recomendable, sin duda alguna, para todos los miembros de la familia.
Pues este cuento que traigo hoy es otra parte de esa historia familiar, en este caso el autor nos traslada hasta la infancia de su propia madre, aquella Angela que daba título a su primera novela, y nos cuenta, con un lenguaje tierno y lleno de inocencia, cómo la pequeña de seis años descubre, durante la Misa de Nochebuena, que el pobre Niño Jesús ha sido depositado en un pesebre en la iglesia de su barrio de Limerik, recién nacido y apenas cubierto con un pañal, por lo que decide llevárselo a escondidas a su casa y evitar así que el Niño sufra bajo el intenso frío de la gélida noche invernal. Esto provocará un revuelo entre los parroquianos que se revolucionan al descubrir que la figura del portal ha sido robada de la iglesia.
El relato es de una ternura apabullante, con un tono de cuento de Navidad que crea una atmósfera de hermosa fantasía y que expresa muy bien el auténtico sentido de estas fiestas. Una lectura recomendable, sin duda alguna, para todos los miembros de la familia.
miércoles, 7 de diciembre de 2011
El misterio de la casa Aranda
Según finalizaba la lectura de “El misterio de la casa Aranda” del autor murciano Jerónimo Tristante, me hacía una reflexión que me permitiré compartir aquí en público. El caso es que me preguntaba a mí misma si se podría calificar patrioterismo el hecho de que, con bastante frecuencia, aparezcan en los comentarios o reseñas sobre novelas con trama policíaca escritas por autores españoles como Lorenzo Silva o Domingo Vilar, por ejemplo, la idea de que nos encontramos ante relatos que en nada tienen que envidiar a las novelas de intriga que nos llegan del extranjero, especialmente ante la invasión sufrida en los últimos años desde los países nórdicos, que aprovecho la ocasión para reconocer que, personalmente, me agradan bastante. Lo cierto es que parece que nos resulta necesario decir en voz alta, y a mí la primera, que nuestros detectives son tan buenos o mejores como los de fuera y que nuestros novelistas son tan capaces o más que aquellos de plantearnos personajes, historias, tramas y enredos varios que nos atrapen, nos emocionen y nos sorprendan en igual o mayor medida que otros autores con mayor resonancia internacional. Pues no tendría que resultarnos extraño esto de que nos resulten más próximas a nuestra experiencia estas historias contadas por paisanos que se localizan en escenarios que nos resultan cercanos y familiares y sobre asuntos o tramas que no necesitan de explicación o aclaraciones al margen; es natural que, en mi caso, un escritor murciano como es el caso de Tristante, casi paisano mío, que sitúa su novela en Madrid, ciudad en la que estudié, me resulte más asequible que una truculenta trama de asesinatos en un pueblecito pesquero de la costa noruega, sin que esto signifique que tenga intención de renegar de toda aquella literatura que proceda de más allá de nuestras fronteras, pero sí habrá que reconocer que, a falta de magnas campañas de promoción a nivel mundial, no deberíamos extrañarnos de disfrutar intensamente con la lectura de una novela policíaca de factura nacional.
Y terminada la reflexión “patriótico-literaria” me centraré en la trama de la novela en cuestión, primera que leo de Jerónimo Tristante, en la que se nos presenta al subinspector de policía Víctor Ros, un joven de procedencia humilde, ideología liberal y brillante futuro que desempeña su labor policial en el Madrid de finales del siglo XIX tratando de basar sus investigaciones en los principios de la lógica, la deducción y el método científico por lo que no se dejará impresionar demasiado cuando caiga en sus manos el asunto de la casa Aranda en el que, aparentemente, unas fuerzas ocultan llevan, hasta en tres ocasiones a lo largo de los años, a las señoras de la casa a atacar a sus esposos y caer posteriormente en un estado cercano a la locura.
De manera paralela, Ros investigará los asesinatos no resueltos de varias prostitutas entre los que el subinspector descubre una clara conexión, lo que apunta un único asesino, pero tendrá que enfrentarse al desinterés por parte de las autoridades por un caso que afecta a personas de nula relevancia social.
Ambas tramas irán avanzando en paralelo sin cruzarse y revelando así dos caras de la sociedad española de la época: por un lado las clases altas representadas por una nobleza decadente cargada de títulos y menguante de fortuna y la nueva burguesía comercial formada por nuevos ricos, dos grupos que se envidian, desprecian y necesitan mutuamente; y por otro lado el pueblo llano al que pertenece Víctor, formado por obreros, trabajadores manuales y lumpen vario. Se recrea con acierto la división entre liberales y conservadores, entre el esfuerzo de los reaccionarios para mantener los privilegios y la ascensión de las ideas renovadoras que luchan por imponerse.
En definitiva, una lectura fácil, tal vez lastrada en ocasiones por un esfuerzo excesivo del autor de que el lector no se pierda al ir desenredando las tramas, lo que le hace dar a veces demasiadas explicaciones o repetir algunos razonamientos que se sobreentienden, pero, aparte de eso, me ha gustado bastante, y seguro que a ésta le seguirán, en algún momento, las dos partes que completan (hasta la fecha) la serie del detective Ros, además de que he recibido buenas referencias sobre otras novelas del autor. Y es que, como he leído hoy mismo en la descripción del blog Viajes desde el sillón: “cuanto más leo, más grande se hace la lista de libros pendientes...” ¡Qué gran verdad!
Y terminada la reflexión “patriótico-literaria” me centraré en la trama de la novela en cuestión, primera que leo de Jerónimo Tristante, en la que se nos presenta al subinspector de policía Víctor Ros, un joven de procedencia humilde, ideología liberal y brillante futuro que desempeña su labor policial en el Madrid de finales del siglo XIX tratando de basar sus investigaciones en los principios de la lógica, la deducción y el método científico por lo que no se dejará impresionar demasiado cuando caiga en sus manos el asunto de la casa Aranda en el que, aparentemente, unas fuerzas ocultan llevan, hasta en tres ocasiones a lo largo de los años, a las señoras de la casa a atacar a sus esposos y caer posteriormente en un estado cercano a la locura.
De manera paralela, Ros investigará los asesinatos no resueltos de varias prostitutas entre los que el subinspector descubre una clara conexión, lo que apunta un único asesino, pero tendrá que enfrentarse al desinterés por parte de las autoridades por un caso que afecta a personas de nula relevancia social.
Ambas tramas irán avanzando en paralelo sin cruzarse y revelando así dos caras de la sociedad española de la época: por un lado las clases altas representadas por una nobleza decadente cargada de títulos y menguante de fortuna y la nueva burguesía comercial formada por nuevos ricos, dos grupos que se envidian, desprecian y necesitan mutuamente; y por otro lado el pueblo llano al que pertenece Víctor, formado por obreros, trabajadores manuales y lumpen vario. Se recrea con acierto la división entre liberales y conservadores, entre el esfuerzo de los reaccionarios para mantener los privilegios y la ascensión de las ideas renovadoras que luchan por imponerse.
En definitiva, una lectura fácil, tal vez lastrada en ocasiones por un esfuerzo excesivo del autor de que el lector no se pierda al ir desenredando las tramas, lo que le hace dar a veces demasiadas explicaciones o repetir algunos razonamientos que se sobreentienden, pero, aparte de eso, me ha gustado bastante, y seguro que a ésta le seguirán, en algún momento, las dos partes que completan (hasta la fecha) la serie del detective Ros, además de que he recibido buenas referencias sobre otras novelas del autor. Y es que, como he leído hoy mismo en la descripción del blog Viajes desde el sillón: “cuanto más leo, más grande se hace la lista de libros pendientes...” ¡Qué gran verdad!